300 (2006)
El cine puede ser un arte transgresor, arriesgado, emotivo, irreal, personal y lo que puedan imaginar quienes tienen los recursos y las capacidades suficientes para dar forma audiovisual a historias e ideas. Pero acertar, o dar cuerpo a una gran película, no suele ser lo corriente; y menos cuando se trata de un espectáculo que prima la tecnología sobre cualquier historia y personajes, menospreciando la posibilidad de expresar algo más que un culto a los efectos especiales y a la taquilla. Cierto que no todas las películas logran expresar con fluidez y sencillez, pero las hay que ni logran decir algo simple. 300 (2006) satura con su voz en off, que resulta cansina en su nada que decir, pero lo es más en su insistencia de pretender imágenes que impacten, aunque su impacto sea nulo o efímero. Por otra parte, en nada ayuda el abuso (aunque haya una explicación para ello) de la voz encargada de narrar su experiencia en las Termópilas, al lado de otras 299 caricaturas animadas y sin alma, y las intrigas políticas que mientras tanto se desarrollan en Esparta (y de las que el narrador no es testigo).
La batalla entre espartanos y persas había sido llevada a la gran pantalla con anterioridad, de modo que no era novedad, aunque Zack Snyder cree que su visión sí lo es, quizá porque asuma un tono totalmente distinto, una perspectiva acorde al cómic homónimo que adapta. Los años pasan y el cine cambia, es inevitable y tampoco tendría porque ser negativo, pero 300 no mejora en nada el clasicismo empleado por Rudolph Maté en El león de Esparta. Pero tampoco esto sería el problema, pues este reside en la narrativa de Snyder, que se recrea en sí misma, no avanza y, por tanto, no llega a parte alguna, salvo a la repetición que se decanta por presentar la batalla de las Termópilas desde el abuso de la voz en off de Dilios (David Wenham). Esta voz continúa sonando insistente a lo largo de los minutos, con el fin de ensalzar el valor del rey Leónidas (Gerard Butler), a quien se observa de niño, entrenándose en las armas y en la violencia que le permite ser un buen espartano. Pero, en realidad, estas imágenes iniciales resultan innecesarias para acceder a la personalidad del monarca —quizá porque carezca de ella—, a quien se descubre de adulto entrenando a su hijo, poco antes de que la reina (Lena Headey) llame su atención para anunciarle la llegada de un emisario persa que no tarda en caer al abismo, porque los espartanos no se someten ni se inclinan ante nadie, solo son esclavos de su totalitarismo, de su idea de honor y de su caricatura de gloria. Sustancialmente, 300 no aporta nada destacado al cine épico, sin embargo desde una perspectiva formal se observa desde el primer instante la importancia que Snyder concede a lo visual, dejando a un lado cualquier otra cuestión que afecte a la historia de Leónidas y los trescientos soldados que defienden el paso de las Termópilas ante la amenaza de las fuerzas enviadas por Jerjes (Rodrigo Santoro). Durante los combates prevalecen las imágenes a cámara lenta y una visión estilizada de la sangre, la violencia y de la (insufrible) exaltación del sacrificio y valía de los héroes espartanos que luchan contra miles de persas. Esta constante de remarcar la violencia, que, por ejemplo, sí funcionó en el Sam Peckinpah de La cruz de hierro, resulta reiterativa en la narrativa empleada por Snyder y desequilibra el conjunto, que empeorará en un posterior despropósito o secuela, cuya única razón de existir encontraría su explicación, supongo, en la posibilidad de llenar las arcas de sus responsables financieros.
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