domingo, 13 de septiembre de 2020

Faces (1968)

<<No monto mis películas para complacer, sino para que los espectadores comprendan mejor lo que hay de humano en el filme, lo que tiene una relación con ellos y no solo conmigo>>.1

Una narrativa convencional complace al público mayoritario. Le facilita un punto de vista que identifica sin esfuerzo, y esto le resulta cómodo. Así, la película en cuestión, establece simpatías y su público lo agradece. Ya no necesita profundizar en sus imágenes y en los sonidos, ni rellenar silencios y omisiones, tampoco reflexionar más allá de lo que le dan hecho. Son imágenes con historias que evitan complejidades o dificultades que puedan alterar el cine perseguido, a veces entretenido, las menos magistral, y la mayoría de rápido consumo. Esta postura, válida o nula como cualquiera (según cómo y quién la emplee), puede acarrear previsibilidad y repetición, incluso puede dar como resultado un film en exceso insustancial. Pero nada hay de convencional ni de complaciente en el John Cassavetes que, tras sus coqueteos con el cine industrial, reaparece detrás de las cámaras en Rostros (Faces, 1968), cuya acción y trama son sus personajes, sus múltiples rostros, tras los que ocultan soledades, insatisfacciones, deseos, frustraciones, temores, patetismo, (in)comunicación, necesidades...

<<Está claro que todas las películas son personales. Los matrimonios se disuelven, el amor como traición mutua, las dificultades que tienen dos personas, dos rostros, para comunicarse todavía, aunque vivan juntos, son problemas que he abordado y que me afectan, pero que también afectan a los demás>>.2 

Las películas de Cassavetes, sí son personales, aunque menos en los casos de Too Late Blues (1961) o Ángeles sin paraíso (A Child Is Waiting, 1963), que fueron experiencias más comerciales, dentro del sistema en el que no pudo hacer y deshacer a sus anchas. Pero en su cuarto largometraje, el autor de Shadows (1958) regresó radicalizado, recuperaba libertad creativa y, en compañía de Gena Rowlands y amigos como Seymour Cassel y Val Avery, rompía formas previas para realizar un retrato de pareja, de su deterioro, de su asfixia. La pérdida o la ausencia de intereses comunes, las atracciones se deterioran, la pasión deja su lugar a la incomprensión y esta a una comunicación rota. Esta parece ser la realidad de Richard (John Marley) y Maria (Lynn Carlin), el matrimonio que se encuentran frente a frente, y al borde del abismo de una existencia común que únicamente existe en la distancia. Aunque compartan espacio físico, en la vivienda donde los vemos juntos por primera vez, se agudiza la insatisfacción que da pie al rechazo, que habría sustituido a la comunión de los primeros momentos, antes de sentir la derrota y la pérdida de la juventud. La insatisfacción, la apatía o la desorientación son evidentes en él, cuando habla de divorcio, o en ella, cuando intenta poner fin a una vida que dice odiar.

Al matrimonio de Faces ya no les une nada más que el documento de su enlace. De su unión solo restan recuerdos y retales de cotidianidad, quizá las imágenes borrosas del apasionamiento erosionado, poco a poco, tiempo atrás. Durante el instante que separa el inicio de su crisis (que no vemos en pantalla, puesto que la acción se desarrolla en una sola jornada) hasta que estalla, esa misma noche en la que Richard regresa a casa después de trabajar y de divertirse con Fred y Jannine (Gena Rowlands), ambos silencian que han ocultado y se han escondido detrás de sus rostros, pero han llegado a un punto de no retorno, puede que a aferrarse a lo inexistente, a algo que creen que les devolverá la ilusión de la juventud, por otra parte, el imposible de un retroceso temporal.

¿Qué les han conducido al desencanto que les separa en el presente? ¿Las experiencias silenciadas? ¿El tiempo que los apaga? <<Faces nos demuestra como personas adultas y maduras huyen de la vulnerabilidad y sinceridad emocional con frialdad, rutinas mecánicas y clichés crueles de comprensión>>.3 Esas personas adultas huyen distanciándose, huyen buscando compañías que les hagan olvidar su huida, la de la rutina que les hiere, porque dicha rutina es el tiempo de relaciones insatisfactorias a las que no se enfrentan, las prefieren evitar, silenciando la ruptura que esa noche Richard y Maria exteriorizan cuando comparten espacio o cuando cada uno intenta olvidar en brazos de otras parejas.

<<A propósito, Faces también fue una brillante disección de la clase de gente con la que Cassavetes se vio obligado a relacionarse en su corto pero sentenciado flirteo con la realización de cine en Hollywood a comienzos de los años 60. Se trata de un retrato de hombres que utilizan los valores económicos para llevar sus relaciones más íntimas, y de mujeres que siguen las reglas del juego, comerciando con su amor por una casa, un mobiliario fantástico y joyas caras, como si las emociones pudieran comprarse y venderse como si fueran bienes inmobiliarios>>.4

1,2.John Cassavetes en Michel Ciment: Pequeño planeta cinematográfico. Akal, Madrid, 2007
3,4. Ray Carney: El cine narrativo y artístico americano (1949-1979). Historia General del Cine Vol. XI. Nuevos Cines (años 60). Cátedra, Madrid, 1995

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