Speed (1994)
La trayectoria de Jan de Bont como director de fotografía destaca por su colaboración con Paul Verhoeven —desde Delicias holandesas (Wat zien ik, 1971) hasta Los señores del acero (Flesh+Blood, 1985)— y por su trabajo en títulos fundamentales del cine de acción de finales de los ochenta y principios de los noventa, tales como Jungla de cristal (Die Hard, John McTiernan, 1988) y La caza del octubre rojo (The Hunt for de Red October, John McTiernan, 1990). Su participación en estos títulos y en otros como Black Rain (Ridley Scott, 1990), apuntaba un conocimiento de la acción que al tiempo asoma y lastra su debut en la dirección en Speed (1994). No es usual encontrarse con un film de acción hecho en Hollywood durante último cuarto del siglo XX (y lo que va del siguiente) que no abuse de diálogos simplones, que no busque el antagonismo del héroe en un villano tan estereotipado como aquel, que no emplee una partitura retumbante para potenciar la tensión ni use el montaje para generar la ilusión de velocidad. Y ya que estamos, es una sorpresa que reniegue de mil tópicos más: como el amigo que, la mayoría de veces, muere para aportar un tono emocional a la ausencia de drama; o los chistes fáciles y sin gracia, tantas veces vistos y escuchados en la pantalla. Encontrar un thriller de acción novedoso, o que dosifique los tópicos en beneficio de la propia acción, es extraño y puede resultar una gozada o un subidón de adrenalina cuando aparece en pantalla la persecución de Bullit (Peter Yates, 1968) o películas como La huída (The Gateway, Sam Peckinpah, 1972), Pelham 1, 2, 3 (The Taking of Pelham One, Two, Three, Joseph Sargent, 1973), Marathon Man (John Schlesinger, 1978), El puente de Casandra (The Cassandra Crossing, George Pan Cosmatos, 1976), Jungla de cristal/Die Hard, Desafío total (Total Recall, Paul Verhoeven, 1990), Heat (Michael Mann, 1995) o Ronin (John Frankenheimer, 1998). Pero no es el caso de Speed, cuya ausencia de novedad se iguala a su abuso de tópicos. Esto no impide que entretenga a quienes guste o se dejen sorprender por su estruendo y su aparente velocidad en la parte central, en el autobús que circula a más de cincuenta millas por hora, amenazado por la bomba que estallará en el momento en el que la aguja del cuenta kilómetros descienda de la cantidad indicada por el terrorista (Dennis Hopper) que pretende ganar dinero con el juego mortal que ha ideado. Al menos, en este punto, es sincero y no se escuda en venganzas u otras milongas relacionadas con Jack (Keanu Reeves), el héroe de la función, quien al inicio de la película da al traste con los planes de ese villano interpretado por Hopper, lejos de sus personajes en Easy Rider (Dennis Hooper, 1969) o El amigo americano (Der Amerikanische Freund, Win Wenders, 1976), por citar dos de sus papeles más emblemáticos. Por lo demás, de Bont sigue las pautas marcadas en cualquier film de acción sin más pretensión que el beneficio de taquilla (que no deja de ser la finalidad del negocio), donde los diálogos desentonan, igual que los pasajeros que han tomado el transporte público. En ninguno de los dos casos parecen fluir acorde a la amenazante situación que viven, algo que también se puede aplicar al policía y a la accidental conductora a quien Sandra Bullock cede su anatomía, accidental porque toma el volante como consecuencia de la herida de bala del autobusero. La pareja apura y anuncia, con sus acercamientos y sus palabras, que surgirá una atracción bajo presión. ¿Y por qué no, si ha funcionado en tantas ocasiones previas? A menudo, cuando el héroe y la heroína sienten que la muerte acecha, desinhiben sus instintos y cobran velocidad; de modo que Speed no solo es rápida en cuanto al transporte público se refiere (bus y metro), sino en cuanto a la atracción de la pareja, que no deja de ser otra mala caricatura de un film donde la acción por la acción es el protagonista, pero de Bont no logra suplir o disimular con acción la falta de intenciones y el vacío de sus situaciones y de sus personajes huecos, forzados a creerse dentro de un drama, al borde de la tragedia, que parece no convencer ni a sus creadores, que, tomando tópicos de aquí y de allí, ofrecieron un punto límite en el que Jack se encuentra por capricho de un terrorista que exige que se le entregue aquello que considera suyo.
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