lunes, 5 de marzo de 2012

Heat (1995)



En el cine encontramos imágenes que pueden ser iguales o intercambiables. Uno se mira al espejo y cree verse a sí mismo, pero lo que ve es su reflejo, un igual pero también distinto, alguien que puedes admirar u odiar, incluso perseguir consciente de que no podrás atraparlo. Las similitudes igualan las imágenes y pequeñas diferencias marcan distancias insalvables. Esto se descubre en Heat (1995), un espléndido espejo cinematográfico que muestra dos imágenes en distintos lados de la ley, pero intercambiables, si las circunstancias hubiesen sido otras.
 

Dentro de la planificación con la que Neil McCauley (Robert De Niro) prepara sus golpes no se encuentra que el desconocido que le han enviado para el trabajo sea un psicópata, pues Neil siempre trabaja con su equipo habitual, formado por sus amigos, en quienes confía porque nunca le han fallado. Todos ellos se ciñen al plan marcado con una precisión extrema. Sin embargo, el tal Waingro (Kevin Gage) pierde el control, e innecesariamente se carga a uno de los guardas que protegen el furgón blindado que asaltan. Ese fallo inesperado marca el devenir de los hechos, pues el teniente Vincent Hanna (Al Pacino) se presenta en el lugar de los hechos para encargarse de una investigación que no piensa dejar hasta encontrar a los autores del crimen. Así se presenta Heat, uno de los mejores thrillers de acción de finales del siglo XX, una película madura, impactante y perfectamente planificada, probablemente porque Michael Mann tuvo la inusual oportunidad de realizar un esbozo en L. A. Takedown (1989).


Heat
se descubre tan precisa como sus dos antagonistas, dos hombres iguales, salvo por la pequeña diferencia que significa encontrarse en lados opuestos de la ley. Desde el primer momento se marca esa similitud en su manera de actuar, tanto en el trabajo como con sus respectivos equipos, con quienes semejan formar una especie de clan, dentro de los cuales ellos serían los líderes. De ese modo, se descubre que los hombres de Neil tienen familia (igual que los policías), y si no fuera por su condición de ladrones profesionales, serían individuos normales, con los problemas y con los hábitos de éstos; como demuestra la crisis matrimonial de Chris (Val Kilmer) y Charlene (Ashley Judd), cuya relación se encuentra al borde de la ruptura, porque ella ya no puede soportar la tensión que significa vivir con un hombre que siempre se encuentra al límite. Esa sensación también se descubre en el tercer matrimonio de Vincent Hanna, quien antepone su trabajo a una esposa (Diane Venora) que pretende parte de su tiempo, porque necesita algo más que las migajas que le ofrece un hombre dominado por su trabajo. Hanna es lo que persigue y guarda para sí la violencia, el crimen y la desesperación que descubre en su día a día; y lo hace porque pretende proteger a Justine y Lauren (Natalie Portman), la hija, de la miseria que descubre en las calles por las que deambula. El alejamiento familiar de Vincent le lleva a experimentar una soledad cercana a la que domina a Neil, siempre constante en cuanto a su máxima: <<no admitas nada en tu vida que no puedas dejar en treinta segundos, si la pasma te pisa los talones>>. Esa idea rige su pensamiento, domina sus actos y le permite realizar sus trabajos con un estudio preciso, sin que nada quede al azar, no como le ocurrió durante el asalto al furgón blindado, cuando pasó por alto el pequeño detalle de trabajar con un asesino sádico que, posteriormente, se le escurriría de las manos. Pero su trabajo implica ese tipo de riesgos, y él lo sabe, por eso debe decidir si acepta una propuesta más que interesante para dar un golpe a un banco que podría proporcionar más de doce millones de dólares; sin embargo, la policía les ha descubierto y les siguen en todos sus movimientos. ¿De dónde han salido tantos agentes del la ley? ¿Deben seguir con el trabajo del banco o separarse para que cada uno siga su camino? Descubrir que la brigada de Vincent Hanna sabe quienes son no altera la decisión del equipo de Neil, porque saber que les vigilan es un punto a su favor, y así se lo harán saber a sus perseguidores, poco antes de desaparecer sin dejar rastro.


Michael Mann
ofreció su mejor versión como director en este thriller que impacta desde su inicio, cuando se produce el asalto al furgón, la primera escena de acción que sirve para presentar a los dos bandos opuestos (aunque similares), y en particular a sus líderes, quienes no tardan en admirarse y en reconocerse como iguales. Heat es una historia de personas al límite, que no encuentran otro camino que llene sus vidas, sino es haciendo lo que saben hacer: atracar e impedir atracos. No obstante, para Neil existe un atisbo de esperanza que acabe con su soledad cuando conoce a Eady (Amy Brennneman) e inicia una relación que podría significar la ruptura de la norma que le ha marcado, como también podría romperla su imposibilidad de olvidar unos asuntos pendientes que podrían robarle un tiempo vital del que no dispone. Heat desarrolla su ritmo al compás de la velocidad que exige la ejecución de los trabajos y de las pausas que hablan de relaciones humanas, las cuales aparcan la espectacularidad de las escenas de acción. Pero sea uno u otro caso, el metraje funciona como un reloj de precisión que no marca las horas, sino la tensión dramática que condena a esos dos individuos semejantes a enfrentarse, aunque no lo deseen: sea en la intimidad (durante su charla en la cafetería) o durante su trabajo (el espectacular atraco al banco), porque son lo que son y ninguno de los dos puede huir del lado del espejo en el que son.



2 comentarios:

  1. De acuerdo con lo que expones. Cuando vi esta película de estreno no me pareció tan buena. Curiosamente el paso del tiempo ha hecho que gane enteros.

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    1. La primera vez que la vi me gustó, pero recuerdo que me gustó más por la acción que por el drama. Fue en siguientes ocasiones cuando empecé a valorar la combinación de ambas.

      Saludos.

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