Ripley (Dennis Hooper) se traslada a Hamburgo para subastar la pieza de Dewart (Nicholas Ray) en una puja donde coincide con Jonatthan Zimmerman (Bruno Ganz), el hombre que desprecia su apretón de manos cuando les presentan, hecho que Ripley tiene muy presente cuando escucha que se trata de un restaurador aquejado de una grave enfermedad sanguínea. Ripley emplea esa información para resarcirse, así, pues, cuando Minot (Gerard Blain) le pide que le devuelva un favor, le recomienda que manipule al restaurador y le utilice para sus fines. Ripley se encarga de extender el rumor del agravamiento de la enfermedad de Zimmermann, hecho que unido a los análisis médicos amañados por Minot y a su creciente preocupación por morir sin dejar nada a su mujer (Lisa Kreuzer) e hijo, le provocan la ansiedad y el miedo. Minot, como si se tratase de un Mefistófeles moderno, conocedor del momento por el que atraviesa su Fausto, se presenta ante él y le propone comprar su alma (convertirle en asesino) a cambio de una cantidad de dinero que aseguraría el futuro de su familia. El restaurador rechaza la propuesta, aunque no tarda en dejarse convencer porque sabe que su enfermedad ha acabado con él, y sólo es cuestión de (poco) tiempo que muera y su ausencia deje desprotegida a su familia. En mayor medida, Wenders se centra en la figura del enfermo que en la del manipulador Tom Ripley, mostrando el deterioro emocional del primero, que afecta a su relación con su mujer, al tiempo que le transforma del individuo pacífico y familiar al asesino en el que se convierte en los últimos momentos de vida, los cuales disfruta en compañía de ese americano que acude en su ayuda, en un segundo encargo, porque siente algo por su víctima, pero nunca podría ser amistad, aunque sí un acercamiento entre dos comportamientos y pensamientos distintos.
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