Corea fue primero y concluyó en “tablas”, pero Vietnam supuso la derrota que marcó a toda una generación de estadounidenses; también a la historia del país, e incluso se produjo el rechazo y el olvido hacia los anónimos enviados a una intervención militar que, de algún modo, implicó el olvido común a soldados que habían luchado y regresado con vida del sudeste asiático. ¿Qué les aguardaba al llegar a casa? Algunos pudieron reinsertarse, otros vivieron y sufrieron esa idea de rechazo que no desaparece de Acorralado (First Blood, 1982) y que no la hereda de la novela Primera sangre, que David Morrell había escrito diez años antes de que Ted Kotcheff realizase su libre adaptación cinematográfica, priorizando por razones comerciales la importancia de Rambo sobre la de Teasle, quien resulta el responsable de la caza al muchacho y de la guerra que aquel desata, harto de que le denigren y le expulsen de cada pueblo al que llega por su pelo largo y apariencia desaliñada. En buena parte de su metraje, predomina la acción expeditiva y la violencia, primero la sufrida por su protagonista, John Rambo (Sylvester Stallone), y posteriormente la que este emplea. En la película, resulta menos letal que en el original literario, y Kotcheff y sus guionistas —entre ellos, Stallone— justifican los métodos de ex boina verde al verse empujado para sobrevivir a un entorno (y a la ley que lo protege) hipócrita, un tanto fascista, donde le juzgan y castigan porque no encaja en la idea de ciudadano que tiene la autoridad local. Para esta, John es un estorbo: la amenaza de desordenar un orden que se aísla y cierra los ojos a parte de su realidad, quizá para protegerse o, al menos, sentir la sensación de que nada ni nadie puede perturbarlo. Rambo fue un personaje clave para que Sylvester Stallone se convirtiera en la máxima estrella del cine de acción de la década de 1980 —puesto disputado por su colega Arnold Schwarzenegger—, y lo retomaría en sucesivas secuelas, carentes del interés de esta. En Acorralado, también ejerció de guionista —al igual que ya había hecho en Rocky (John G. Avildsen, 1976), el otro título clave de su carrera artística— de una historia que enfrenta al solitario retornado con un espacio que le rechaza, porque es diferente a las personas que lo habitan aceptados y en apariencia felices y protegidos. John desea regresar a esa civilizada y tranquila sociedad a la que ha creído proteger lejos de su hogar, que ya no tiene, ni parece que pueda recuperar. Pero de modo violento se le niega su derecho a pertenecer a ella, condenándole a convertirse en un Rambo desesperado y acorralado, obligado a revivir viejos tiempos para sobrevivir en un mundo que le ha dado la espalda, porque se le juzga como una amenaza que podría alterar la paz ficticia que se rompe como consecuencia de la necedad de quienes la han creado, utilizado y olvidado, y no por la mala leche del bueno de Johnny, que solo pretendía tomar un tentempié, pero que acabó organizando una explosiva barbacoa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario