El cine de Robert Bresson no está hecho para entretener, sino para la reflexión y el profundizar en el alma de personajes capaces de comunicar sin adornos y sin representaciones superfluas aquello que les preocupa, logrando de ese modo un estilo único, sincero y depurado que indaga en las sensaciones y en el pesimismo que habita en seres que parecen no encajar dentro de un mundo que aumenta su sensación de sufrimiento, aquélla que afecta a sus decisiones y a sus comportamientos. El joven protagonista de El diablo probablemente (Le diable probablement..., 1977) sucumbe ante esa imposibilidad de aceptar su entorno; en la primera imagen del film se advierte de ello en el titular de un periódico en el que se puede leer la noticia del suicidio de ese mismo individuo. Seis meses antes, Charles (Antoine Monnier) muestra su inconformidad o su pérdida dentro de un mundo que parece condenado a la extinción; la desaparición de especies animales o la contaminación del planeta provocada por la propia sociedad parecen confirmar que el mundo camina hacia su destrucción. Probablemente el diablo no fue el causante de aquella realidad que se vivía en 1977 (y después de esa fecha), quizá se tratase de un culpable más real y tangible, reflejado en las imágenes donde se muestran mares contaminados, acumulación de residuos o la caza indiscriminada de animales como las focas; se trata de la era atómica, de la Guerra Fría y de la carrera armamentística; así pues se advierte la incertidumbre de un futuro que a Charles parece que ya no le importa. En el film domina el lento caminar de ese joven que no sabe o no quiere escoger un camino, porque para él ninguno puede aportar la serenidad que no encuentra dentro de un ámbito que rechaza y del que quiere salir, sin embargo, a pesar de que no quiere vivir, tampoco encuentra el valor suficiente para poner fin a todo, con el suicidio que lleva tiempo planeando. El rechazo a su entorno es total, se observa en sus comentarios, en su relación con los amigos o con sus parejas, no es capaz de comprometerse ni con Alberte (Tina Irissari) ni con Edwige (Laetitia Carcano); pero algo similar les ocurre a ellas y a otros personajes, ya que se trata de jóvenes cuyo futuro parece estar condenado por los excesos cometidos por el ser humano. La mirada de Bresson muestra un escepticismo abrumador sobre su entorno, advirtiendo del peligro de una posible autodestrucción que se observa en el desencanto de los jóvenes protagonistas, y que alcanzan su grado extremo en la desesperación que domina a Charles, quien busca una salida a su indecisión de continuar o terminar para siempre.
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