Abraham Lincoln, el 16º presidente de Estados Unidos, fue un personaje clave en el desarrollo de la Historia de su país, principalmente recordado en el cine por la abolición de la esclavitud, por su mandato presidencial durante la guerra de la Secesión o por morir víctima de un asesinato mientras contemplaba una representación teatral. Este personaje, como cualquier otro, tiene unos inicios alejados de aquellos hechos que le dieron fama, aspectos que pocas veces son fuente de inspiración para los cineastas, sin embargo, John Ford, asiduo estudioso del pasado de su nación, acercó la figura de un Lincoln atípico, anterior a su carrera política y a los hechos que le convirtieron en leyenda y modelo de conducta en su país natal. Ford prefirió contar una historia más íntima que gloriosa o trágica, centrándose en un momento puntual, que introduce mediante una especie de prólogo que presenta al personaje, cuando el joven Abe (Henry Fonda) decide dedicarse a la abogacía (estudia por su cuenta, leyendo libros de leyes) tras la muerte de la mujer que ama. Una vez mostrada parte de la personalidad del protagonista la acción se traslada a Spingfield, donde Lincoln se instala y ejerce como abogado. Desde el inicio se comprende que se trata de un autodidacta, además se observa en él el don de saber llegar a las personas, desde la sencillez, sin discursos retóricos carentes de interés. Lincoln sabe hacerse escuchar gracias a su sencillez y cercanía, pero también gracias a su inteligencia y a su astucia; sus inicios como abogado le muestra tranquilo, consciente de que todavía le falta experiencia, que suple con esa inteligencia y sentido común que se observa siempre que interviene. El joven Lincoln (Young Mr. Lincoln) expone un hecho concreto en la vida de un hombre que no se ha planteado entrar en la política, pero que asume la responsabilidad de enfrentarse a las masas para defender a dos hermanos acusados de homicidio. La intervención de Lincoln evita el linchamiento de los jóvenes, convenciendo a la multitud enfurecida para que recapacite y permita la celebración del juicio; durante el cual el fiscal (Donald Meek) provoca la somnolencia del juez (Spencer Charters) al exponer un discurso soporífero, contrario al estilo empleado por el inexperto defensor. En la sala del tribunal se vive un ambiente de familiaridad que permite las notas de humor que tanto abundan en la filmografía de Ford, pero también se trata de un lugar donde se descubre la valía y la humanidad de aquel que se convertiría en el líder de la nación. Lincoln busca la verdad, mostrándose como un individuo justo, que pretende defender a los hermanos porque cree en el derecho que les asiste, por eso se vuelca en una defensa que se encuentra limitada por las pruebas, por los testigos y por la negativa de una madre (Alice Brady) a elegir entre sus dos hijos para salvar a uno (cuestión que el abogado comprende y acepta). En el tribunal, Lincoln es un hombre reflexivo, muy distinto a cuantos le rodean, existe en él un algo que no se observa en el resto; escucha, piensa y habla desde la cercanía que le convierte en alguien en quien confiar, de ese modo se descubre que no se trata de un político ni de un abogado, sino de un hombre de principios que busca la verdad. El joven Lincoln es un ejemplo de cómo enfocar la historia de un personaje sin caer en repeticiones o en sucesiones de hechos cronológicos que impiden la profundidad emocional de los personajes, que sí existe en el film de John Ford, ya que se centra en ese breve periodo de tiempo para mostrar la personalidad de un hombre que en esa sala del tribunal destaca porque desea que la verdad y la justicia prevalezcan sin tener en cuenta ningún anhelo personal.
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