Tras diecisiete años sin estrenar una película, desde 30 Door Key (1991), periodo que dedicó a la pintura y a realizar exposiciones en diferentes ciudades, Jerzy Skolimowski regresaba al cine con Cuatro noches con Anna (Cztery noce z Anną, 2008). Era el regreso de uno de los grandes cineastas que ha dado el cine polaco, también uno de los más rebeldes e inconformistas, como delata su expulsión del país como consecuencia de su Arriba las manos (Ręce do góry, 1967), película que no se estrenaría hasta 1981. Este trotamundos del cine ofrece en su retorno una película de soledad y aislamiento: triste, oscura, pesimista, por momentos perturbadora. Es la historia de un encierro, de un amor y una obsesión, que son una, de dos víctimas de tantas que pueden existir en un mundo gris que condena a inocentes como Leon (Artur Steranko) o Anna (Kinga Preis). Desde el primer momento hasta el final, cuando definitivamente se confirma el muro, el encuadre atrapa a su protagonista masculino. La sensación de que está atrapado no hace más que crecer a lo largo de este film que Skolimowski escribió en colaboración de Ewa Piakowska. Lo está en el pasado y en el presente, lo estará también en el futuro. De ese modo, los tiempos se confunden; son similares, salvo por esos cuatro días en los que Leon sueña su amor correspondido.
Mirón y falso culpable, el personaje se cuela en la habitación de Anna, a quien confiesa sus sentimientos y entrega una alianza en señal de su amor, nacido en el pasado, un amor que ella desconoce pero que la arropa mientras duerme inconsciente de la presencia de su intruso enamorado. Skolimowski muestra almas en pena, rompe la linealidad temporal y apunta aspectos del presente (la soledad del protagonista, su incapacidad para acercarse a otros, sobre todo a la mujer que ama y a quien no puede acceder, salvo de forma clandestina) y del pasado, como la violación de la que fue víctima Anna y Leon testigo inocente y falso culpable de ese crimen por el que fue condenado a prisión. Allí, durante su encierro, apenas mostrado en pantalla, también él sufrió malos tratos y fue violado. Pero no siente odio, ni rencor, solo amor hacia esa mujer con quien solo intercambió una mirada fugaz en aquel momento que los marcó a ambos. Cuatro noches con Anna no precisa diálogos para expresarse, el director polaco sabe que las imágenes, el montaje, el tiempo y el espacio cinematográficos le permiten hablar y comunicar las sensaciones y las emociones. Y eso es lo que hace, a su gusto, consciente de que a esas alturas de su carrera puede hacer el cine que quiere, algo que ya hizo en sus inicios y siempre intentó hacer; y por ello acabó en el exilio, que no deja de ser otra forma de estar atrapado.
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