<<Madrid, 22 de abril, 2005
Querido Abbas:
Hoy he vuelto al jardín de la casa de Antonio López. En este lugar, pronto hará quince años, rodé “El sol del membrillo”.
El escenario ha cambiado mucho. Los muros de la casa han crecido; el jardín, en cambio, se ha hecho más pequeño. El membrillero ha buscado cobijo en un rincón. Ahora recibe menos sol, pero, tan generoso como siempre, sigue dando sus flores por primavera.
Los sonidos tampoco son los mismos. Hay en el aire de la tarde voces y risas nuevas: son los nietos del pintor. Y la vida continua…
Un saludo afectuoso:
Víctor Erice>>
<<Teherán, diciembre de 2005
Querido Victor:
Sabes bien que soy uno de los admiradores de tu película El sol del membrillo. Sé que cuando tú y Antonio López estabais haciendo la película, la atención de los dos se centraba en los membrillos que al final del filme permanecían bajo el árbol, podridos. Por esta razón, tal vez no os distéis cuenta de que había una rama con un membrillo en la calle que al parecer iba a tener otro destino. En nuestra cultura, si la fruta está colgando fuera de las cuatro paredes de un jardín, pertenece a los transeúntes. Aquí vemos a dos chicos que son un poco mayores que los nietos de Antonio López y que están más interesados en comerse el membrillo que en pintarlo. Y lo convierten en su objetivo.
Abbas Kiarostami>>
Hablando del membrillo, mucho se dice. Al menos, en las cartas de estos dos imprescindibles del cine. En pocas líneas, se escuchan dos voces, ambas nombran “El sol del membrillo”, pero no comentan la película, hablan de la vida, del paso del tiempo, de los cambios y de lo que parece inmutable, de los diferentes “destinos”, de muros que crecen, tal vez debido a un aumento del aislamiento, a la necesidad de salvaguardar la privacidad o a una reparación sin más, y de la particularidad cultural que fija la mirada de Kiarostami en el membrillo que se fuga del destino de sus compañeros. El cineasta iraní se detiene en un aspecto que quizá haya pasado desapercibido para Erice y Antonio López, quienes prestan su atención al tiempo de los membrillos del jardín. Esto me insinúa, con ánimo de confirmar, que interpretamos donde posamos la mirada y el resto de los sentidos, también donde centramos nuestros intereses, sean artísticos, espirituales o físicos, pero estos no abarcan sino una realidad pequeña, íntima, más o menos breve, dentro de una más grande. Los muchachos aludidos por Kiarostami ven alimento donde el pintor encuentra su modelo, su inspiración, siendo, a su vez, el artista inspiración para el cineasta que lo filma en pleno proceso creativo y pictórico, que no deja de ser también la maduración de una idea que alimentará inquietudes artísticas, la obra acabada, o que deparará podredumbre, es decir, que se descompondrá en el intento hasta quedarse en nada.
Así, estableciendo un diálogo epistolar y visual, dos miradas, Erice y Kiarostami, se complementan y posibilitan ampliar el espacio observado, reflexionado y vivido. Incluso un plano cinematográfico o el espejo al que te miras. Hay quien se fija en una parte u otra parte del campo visual, quien mira fuera de él y quien se ve reflejado en él, quien descubre esto o aquello, pero, en cualquier caso, resulta imposible abarcarlo en su amplitud, en cada detalle y en cada idea que pueda generar una imagen compuesta de múltiples detalles y por cuanto evoca en nuestro pensamiento, aunque sea un primerísimo primer plano de un membrillo, de un ojo o de una mano (usado con un sentido y no por un capricho de estilo). Aunque quizá me equivoque, no sería la primera vez y espero que tampoco la última, me digo que somos capaces de captar parte, pero nunca el todo que somos ni el que nos envuelve. Todo cambia, en su aparente quietud, pero esos cambios solo se perciben en el impacto que nos producen al descubrirlos ahí. Dicho impacto temporal y sensorial, que en nuestra cotidianidad se suaviza hasta prácticamente desaparecer, por ejemplo, se hace fuerte en los casi quince años desde el rodaje en el jardín hasta el día de la carta. Ese lugar, mientras seguía su curso en el tiempo, quedó grabado en la memoria de Erice y en las imágenes de su película. Recuperar el recuerdo y enfrentarlo a la realidad presente implica, tras la impresión generada por tres lustros de distancia, una conclusión que no finaliza, una que, a la vez sencilla y compleja, se abre a cada paso. Es ese <<Y la vida continua…>> con el que Erice se despide haciendo un guiño a su colega iraní.
La exposición Erice - Kiarostami. Correspondencias, partió de la idea que Alain Bergala y Jordi Balló explicaron a los dos cineastas, que aceptaron el proyecto gustosos. La exposición se presentó en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona entre el 10 de febrero y el 21 de mayo y, apenas un mes después, en La Casa Encencida (Madrid) entre el 4 de julio y el 24 de septiembre de 2006. Las cartas arriba reproducidas están recogidas en el libro “Erice - Kiarostami. Correspondencias”; editado por Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona y el Instituto de Ediciones de la Diputación de Barcelona, en 2006. Además, se realizó un documental cinematográfico, exhibido por primera vez en 2008, en el Centro Pompidou (París), que recoge el diálogo establecido entre ambos, a partir del cine y de imágenes de sus películas. El proyecto consta de diez videocartas y, aparte de las ciudades arriba nombradas, también ha sido expuesto en Melbourne, México y Buenos Aires.
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