martes, 13 de diciembre de 2022

Retrato de una mujer en llamas (2019)

En la película Jennie (Portrait of Jennie, William Dieterle, 1947), un retrato femenino traslada la acción al pasado donde descubrimos la relación que se establece entre el arte y la fantasía, la existencia e inexistencia, entre el pintor y su musa, pero, por encima de todo eso, Dieterle habla del amor, de un amor solo posible en el suspiro que el arte inmortaliza sobre el lienzo, dando forma pictórica a la imagen intemporal de la persona amada, idealizada, soñada. En Retrato de una mujer en llamas (Portrait de la jeune fille en feu, 2019) también un cuadro de la persona amada es la ventana al pasado. Se abre al tiempo pretérito, al instante íntimo, efímero y eterno, socialmente prohibido, humanamente liberador, en el que Céline Sciamma desarrolla la relación entre dos mujeres en apariencia opuestas, Marianne (Noémie Merlant) y Héloise (Adéle Haenel), pero que no distan tanto en sus sentimientos y emociones contenidas. Son sus vestidos —verde, cuando es modelo, y oscuro, cuando carga con la idea de su destino; rojo, viste la artista—, sus silencios, sus gestos, sus respiraciones y las miradas que intercambian las que se comunican, conscientes de que en su mundo no tienen la libertad necesaria para expresarse y romper sus cadenas sociales; como las que condenan a Héloise a un matrimonio concertado por su madre (Valeria Golino), agente del orden que no pone en duda. Para la hija, la decisión materna, un matrimonio indeseado, la unirá y someterá al desconocido al que antes había estado prometida su hermana fallecida. Ella la sustituye y este cambio de cuerpo por cuerpo, sin contar con el pensamiento y los deseos de la mente cuyo cuerpo se entrega por decisión externa, apunta lo que se comprende, que la mujer en la época en la que se ambienta Retrato de una mujer en llamas, y en otras épocas, es objeto, sometida a la represiva normalidad social, no sujeto autónomo y activo.

Cualquier sociedad puede ser controladora y represiva, en las constantes imposiciones a las que ha sometido al individuo a lo largo de la Historia. En mayor o menor medida, el orden social condiciona el desarrollo del “yo”. Es innegable, a veces se supone beneficioso y otras muchas atenta contra la libertad, aunque el individuo no sea consciente de que ese bien preciado se encuentra amenazado o, sencillamente, no existe o existe limitado para él o ella. En ocasiones, le obliga a aceptar aquello que, como persona, no desea, incluso hay veces que le obliga a ir contra su voluntad, como sería el caso de Héloise. Pero ella es consciente de esa imposición y por ello, el conocer que sus opciones se reducen, provoca mayor sufrimiento a su “yo” individual: sufre el dolor que le causa una decisión ajena (probablemente, una de tantas que le han sido y le serán impuestas), pero una que le impide aspirar a su plenitud al lado de la mujer que ama.

Una diferencia entre los dos personajes principales reside en la aparente modernidad asumida por Marianne, la artista a quien se descubre en su propio negocio, una academia de Bellas Artes donde enseña a otras mujeres, a las que les insiste en la importancia del gesto de las manos de la modelo. Al inicio, nombré Jennie, pero el film de Céline Sciamma no busca ensoñación pictórica del amor o del ser amado, sino que pretende y logra expresar una realidad silenciada y silenciosa. Aísla a sus protagonistas, cuatro mujeres diferentes, en un entorno costero y solitario donde, poco a poco, se establece el vínculo entre la artista y la modelo —inicialmente ignora que está siendo retratada por la mujer que enciende su pasión. La aparente frialdad, se va rompiendo; en realidad, de existir, la distancia solo existe entre la madre y la pintora, y la tensión muda entre el orden represor y la búsqueda e intención liberadoras. El guardar la compostura no es capricho, tampoco lo es su comunicación gestual y visual; la una obedece a la dictadura del orden y la otra a los latidos de amor y deseo. Deben contenerlos, la sociedad es represora. Obliga a sus miembros a aceptar su normalidad social, aunque esta contribuya a la destrucción de la persona. Marianne aspira a ser libre, lo demuestra en su actitud y su pensamiento, en lanzarse al agua sin dudar, sin esperar que otros lo hagan por ella, pintando modelos masculinos, aunque le esté prohibido hacerlo, ayudando a abortar a Sophie (Luána Bajrami) —el tercer personaje del film, el que introduce otro tipo de presión externa, que le obliga al aborto, ni por capricho ni por gusto, sino por la imposición social que no tolera la maternidad fuera del matrimonio—, fumando sus cigarrillos o mismamente ejerciendo un trabajo artístico, pues el Arte mayoritariamente estaba en manos masculinas. Aspira a ser independiente y libre, pero solo lo logra a medias, como apunta que firme su cuadro en la exposición con el nombre paterno y, sobre todo, que se vea incapaz de pedirle a Héloise que renuncie a un matrimonio indeseado y vivan juntas, pero ¿en dónde? Consciente de su imposibilidad, la que comparte con su amada y tantas otras mujeres, no puede pedirlo, solo guardar el recuerdo de un amor que no se apaga.



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