Bajo el gobierno del potentado coleccionista de Arte Cósimo de Médicis, Florencia, su Quattrocento y su escultura, inician su apogeo; también un artista florentino que había tenido como maestro al gran escultor y orfebre Lorenzo Ghiberti, quien había sido el encargado de dar forma a las segundas y terceras puertas del baptisterio de la catedral. Si bien las segundas no aportan novedad respecto a lo ya visto con anterioridad, en las terceras, que Miguel Ángel afirmará dignas de ser las del Paraíso, Ghiberti compone escenas complejas con un sentido del relieve y de la profundidad hasta entonces inédito. Estas puertas, la perspectiva de sus imágenes, llaman la atención de Donatello, quien no tarda en convertirse en la referencia del Renacimiento que se impone en la ciudad que florece en las riberas del Arno. El artista esculpe formas inconsciente de estar haciendo historia, revolucionando la escultura con una nueva mirada que, aun tratando temas religiosos, coloca lo humano —el ser físico y emocional— en el centro de su obra. Con Ghiberti, comprende la importancia de la perspectiva, del relieve y de la profundidad espacial, y, durante su estancia en Roma, estudia el arte grecorromano y el medieval. A estos conocimientos se le unen su pensamiento humanista, su búsqueda de belleza, su ruptura con la rigidez previa y su idea de reducir el espacio entre la obra y quien la observa. Los acerca, como nunca antes. ¿Cómo? ¿Con magia? Sí, la propia de cada artista. Algunos de sus ingredientes mágicos son la observación y el estudio de los materiales que emplea, la perspectiva geométrica y los conocimientos de anatomía, el trabajo y no poco talento que, en su caso, es mucho. Un ejemplo de esta proximidad entre el objeto y el sujeto son sus relieves en el presiberero y el altar mayor de la basílica de San Antonio, en Padua, que acercan la acción y la emoción contenida en las tallas a la mente humana que las observa. Donato di Betto Bardi, conocido como Donatello, rompe las distancias con su publico, trabaja la profundidad de campo visual y, en su interpretación espacial y emocional, logra una perspectiva que, sin él saberlo, es casi cinematográfica.
Su técnica depara posturas y movimientos inéditos hasta entonces en esculturas que talla en bronce, madera, mármol... Son figuras que cambian para siempre el arte escultórico. El maestro florentino esculpe no solo en sus formas, sino que logra dar cuerpo al alma de las formas. Se convierte de ese modo en un creador visual total, cuyo realismo va más allá de la mera realidad para dar como resultado un Arte moderno que une lo emocional y lo físico en un mismo espacio: sus esculturas. <<Fue, sin duda, Donatello el mejor escultor del Quattrocento, y el que sintetizó el espíritu renacentista, buscando a través de sus propios medios una solución armónica entre el ideal y su mundo. Parece como si los artistas vieran la Naturaleza de otro mundo y se acercasen a la realidad con el exclusivo objeto de plasmar la belleza. El arte de este genio, el sentido heredado de la imaginería medieval, se impregna de humanismo, hasta tal punto que, si en el Renacimiento no había más que tipos, desde ahora habrá individualidades distinguibles.>> (1)
Sus obras más populares quizá sean sus “David” de bronce y de mármol, cuyas figuras se admiran por sus posturas, por las sensaciones que transmiten y por el conocimiento que su autor posee de anatomía, pero resultan totalmente diferentes. En las casi cuatro décadas que separan ambas esculturas, el autor madura; es evidente. Su “David” de bronce pierde virilidad respecto a marmóreo, pero es más retador y gana en descaro y humanidad. También se trata de la primera escultura de desnudo masculino desde la Antigüedad, lo que deparó protestas de los sectores intransigentes, algo así como lo que ocurre en la actualidad. Su “San Jorge”, el “Cristo muerto”, la “Madonna Pazzi” o “Judith y Holofernes” son otras de sus obras que inspiraron a los artistas posteriores. Su genialidad no pasaría desapercibida para los Miguel Ángel, Leonardo, Rafael —y si esto lo leen despistados y graciosos—, tampoco para los creadores de las tortugas ninja, ni para otros grandes del Renacimiento hasta la cultura de nuestros días. <<El artista del Renacimiento podrá ser en algún momento anticlerical, pero nunca ateo. Por ello, ese gusto por la belleza humana respondía más al ideal franciscano de alabanza de todas las cosas porque están hechas por Dios, que a una paganización de la existencia. Este idealismo neoplatónico y la importancia de la razón humana frente al mundo anterior de autoridades admitidas, fue lo que contribuyó definitivamente a distinguir el Renacimiento del Gótico. Y el, repetidamente aludido, franciscanismo, lo que hizo compatible la naturaleza con la Gracia.>> (2)
En el Renacimiento, con el nuevo pensamiento, los artistas cobran conciencia de su personalidad artística —crean para ellos, de paso para nosotros, no para ensalzar una divinidad o a sus representantes terrenales; un ejemplo es el gran Miguel Ángel en su obra sixtina, en la que lo humano y lo divino se dan la mano—, lo que depara reconocimiento y, por lo tanto, fama. Desde entonces, fama y arte se ligan en el artista, en su busca de lo bello, de lo intemporal, de la inmortalidad que, para Jorge Manrique, en su copla XXXV, no es más que un tiempo finito. De cualquier modo, en el Renacimiento nace la competencia y los egos de los artistas se disparan. A veces es una competencia amistosa, otras de rivalidad encarnizada, pero en ambos casos apura al máximo a los competidores. Se cuenta una anécdota de Donatello y de su amigo Brunelleschi (el arquitecto responsable de la construcción de la famosa cúpula de la catedral de Florencia y otra notoria influencia en el escultor) en la que este le dice algo así como “tu Cristo crucificado parece un campesino”. Ofendido en su vanidad, Donatello le reta a mejorarlo, pero años después se reta a sí mismo y logra superarse. Como los grandes maestros, y él lo fue, estamos ante un artista único, inclasificable, que esculpe las emociones vividas, los cuerpos y los reflejos del alma.
(1) (2) Felipe María Garín Ortiz de Taranco: “Escultura, Románico, Gótico, Renacimiento. Historia de las Artes”. Editorial Marín, Barcelona, 1972.
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