En la década de 1940, la psicología y el psicoanálisis se dejaban ver en el cine de Hollywood de la mano de cineastas como Charles Vidor, Alfred Hitchcock, Rudolph Maté o Fritz Lang, vienés como Freud, conocía la obra freudiana, y que ya había abordado la psicología del individuo y de la sociedad en Alemania, en las magistrales M (1931) y El testamento del doctor Mabuse (Des testament des Dr. Mabuse, 1932-1933). Una primera muestra de ese cine psicológico, con tendencia a cine negro y social, la encontramos en Furia (Fury, Fritz Lang, 1936), que se centra más en la “psique” grupal que en la individual, y en Rebeca (Rebecca, Alfred Hitchcock, 1940), que si bien resulta forzada, marca un punto de inflexión cinematográfico al introducir la figura de una mujer neurótica que, debido a la ausencia de identidad y libertad, sufre la duda, el miedo, la paranoia. La protagonista de Rebeca, ¿cual es su nombre de pila?, se desequilibra y se angustia ante el descubrimiento de su no identidad; tema este que Joseph H. Lewis bordará en Mi nombre es Julia Ross (My Name Is Julia Ross, 1945). Por su parte, Celia (Joan Bennen), el personaje principal de Secreto tras la puerta (Beyond the Door, 1947), sí posee identidad, aunque quizá no esté suficientemente desarrollada y liberada. Todavía no es un ser autónomo, lo que podría deberse a la educación tradicional, a la sociedad conservadora a la que pertenece y al afectuoso proteccionismo de Rick (Paul Cavanagh), su hermano mayor, la figura paternal y protectora —hacia eso y más apunta el retrato que tiene en el despacho. El vacío que deja la muerte de su hermano, la desorienta e inconscientemente le lleva a querer liberarse: el primer paso es dudar ante la propuesta matrimonial (imposición, prácticamente) de Bob (James Seay), el abogado y posible figura que vendría a sustituir la fraternal, pero a quien ni ama ni desea. Para olvidar sus penas, viaja a Mexico, donde, durante una pelea a muerte entre dos hombres por una mujer, su mirada se cruza con la de un desconocido: Mark (Michael Redgrave). Siente algo que les conecta, quizá la cercanía de la pasión y de la muerte, más allá de la física que ambos presencian entre la multitud que observa el duelo con arma blanca. Allí, entre el gentío, se reconocen, no pueden dejar de pensarse y no tardan en casarse. Pero lo que semejaba una liberación, resulta ser una pesadilla para Celia, quien poco después comprende que desconoce a su marido por completo y, cuando empieza a conocer algo de él, lo que descubre apunta el odio de Mark hacia las mujeres. Atracción, dudas, temores, sospechas, miedo. A Fritz Lang le importa la psicología de sus personajes, sus luces y sus sombras. Por ello, el cine negro es un género que le permite indagar en la mente humana. ¿Qué se esconde tras la puerta que se cierra en la mente para que no salga a la luz?
Pero en Secreto tras la puerta, la segunda y última película producida por Diana Productions —la productora que Lang había creado junto Walter Wanger, Joan Bennett y Dudley Nichols—, el ritmo narrativo falla. La voz en off no funciona en beneficio de la intriga ni del drama psicológico. Es un recurso fallido, aunque no el único que desentona: los personajes no guardan misterio tras la puerta, ni resultan atrayentes como otros personajes “langianos”; son estereotipos. No es un mal film, pero dista de Lang, o no parece Lang, quizá no sintiese atracción por el guion de Silvia Richards, que apunta a insípido o poco elaborado —al no haberlo leído no puedo precisar—, que no se sumerge en sus personajes, los transita por la superficie, insiste en lo obvio y no logra que la atmósfera sea o forme parte de los protagonistas. Es como si estos estuviesen fuera de ella o el ambiente fuese un aparte y ambos quisieran encajar en el mismo lugar: el film, pero sin lograrlo, todo lo contrario a lo que sucede en los otros dos films psicológicos de Lang protagonizados por Joan Bennen: La mujer del cuadro (The Woman in the Window, 1944) y Perversidad (Scarlett Street, 1945), en las que personajes y atmósfera se funden hasta confundirse y funcionar como uno.
Una de mis películas preferidas de la etapa americana de Lang.
ResponderEliminarSaludos.
En mi caso, no me disgusta, pero no me llena como otras películas de Lang: las nombradas en el texto y otras.
EliminarSaludos