En este excepcional policíaco, Fritz Lang abordó la situación socio-política alemana evidenciando su crítica hacia el momento de auge nacionalsocialista. Sin temblarle el pulso, con contundencia y precisión narrativa, el vienés introdujo negrura, pesimismo, ciertas dosis de paranoia y locura a una historia por
momentos fantasmagórica y opresiva, reflejo del imperio del
terror real que tomó las riendas de Alemania en 1933, un Estado de terror del cual el cineasta huyó poco después del rodaje de El testamento del doctor Mabuse (Das testament des Dr. Mabuse, 1932-1933), pues sospechaba la suerte que le aguardaba en caso de no exiliarse. Los problemas de Lang con el nacionalsocialismo habían empezado con M (1931). En esta otra obra maestra, ya exponía su discurso contra la paranoia y el terror, dos pilares de la ideología que, gracias a la crisis derivada del Crack de 1929, no dejaba de ganar adeptos entre la clase media-baja de las ciudades y pueblos alemanes. M pasó la censura y fue estrenada en las salas comerciales del país, algo que no sucedió con El testamento del doctor Mabuse (Das testament des Dr. Mabuse, 1932-1933), porque, en esta, la crítica era más evidente y los nazis habían adquirido el poder suficiente para erradicar la libertad de expresión del cine y de la cotidianidad alemana. En el número 2 de la revista Movie, Lang recordaba: <<Pude poner en los labios de un criminal loco todos los slogans nazis. Cuando estuvo terminada la película, algunos secuaces del doctor Goebbels vinieron al despacho y me amenazaron con prohibirla. Fui muy breve con ellos, y les dije: "Si creen que pueden prohibir una película de Fritz Lang en Alemania, ¡adelante!" Así lo hicieron.>> (1) Prohibida y perseguida, varias copias pudieron ser salvadas y sacadas al extranjero, se exhibió en Budapest, pero el film no se estrenaría en Alemania hasta la década de
1950. La explicación de su prohibición se
encuentra en la minuciosa y valiente exposición realizada por Lang,
que enfocó la trama y los personajes desde un realismo oscuro y crítico que desagradó a quienes se sintieron identificados en
Mabuse (Rudolf
Klein-Rogge), la mente criminal que pretende controlar el mundo e instaurar “el
Imperio del Crimen”, similar al "Reich de los mil años" pretendido por aquel otro Mabuse, de bigote, megalómano, dominado por su demencial creencia de liderar a una raza superior hacia la construcción de un imperio que se extendería a lo largo y ancho del espacio vital (Lebensraum) habitado por los pueblos del este de Europa.
El peligroso villano de ficción lleva una década encerrado en un
psiquiátrico como consecuencia de la locura de la que es víctima en la parte final de Doctor Mabuse (1922), producción que también aborda con gran acierto los aspectos sociales de su momento.
Durante el tiempo que separan ambos títulos, el mad doctor ha
estado bajo los cuidados del profesor Braum (Oskar
Beregi), el eminente psiquiatra que lo estudia con detenimiento, y que se
encarga de presentarlo al espectador y a sus alumnos durante una de sus clases. Mabuse, personaje languiano por excelencia, representa la ambición desmedida
de un ser que anhela el poder y, para alcanzarlo, siembra el caos con
el que pretende mantener a la población bajo su yugo, apoyándose en
el miedo y el terror con el que somete sus mentes, de tal manera que pueda instaurar el imperio que predica. Pero existe un problema al respecto, el criminal se encuentra en un estado de ausencia que solo abandona para
escribir cientos de páginas que Braum estudia con detenimiento, al tiempo que generan
su admiración hacia el desquiciado espectro. Las indicaciones de
Mabuse, para cometer los crímenes más perfectos y horribles, lo
seducen, lo hipnotizan y lo utilizan para imponer las ideas y los
deseos de un criminal consciente de que su meta pasa por destruir las libertades básicas, incluso la de los miembros de su
organización. Esta asociación de criminales, dividida en secciones,
se encarga de realizar los golpes que la mente enferma ha planeado
hasta el más mínimo detalle. Sus adeptos obedecen, nadie puede
echarse atrás, si lo hacen, sus vidas carecerá de valor. Sin
embargo, Tom Kent (Gustav
Diessl),
uno de los delincuentes, no comparte ni las ideas ni la violencia que
se emplea para mantener los proyectos en secreto. Este personaje,
ofreció a Lang
la
oportunidad para introducir el romance de Kent y Lilli (Wera
Liessem),
una joven de quien pretende alejarse para no exponerla al peligro, y
que le valdrá para desarrollar una serie de escenas límite
resueltas con gran acierto. Por otro lado, se encuentran los
representantes del orden, ese mismo que Mabuse y su marioneta
intentan destruir, cuyo máximo exponente se descubre en la figura
del comisario Lohmann (Otto
Wernicke),
personaje que ya aparece en M, siempre enfrascado en su
lucha contra el crimen, al que persigue sin tregua y con un buen cigarro
entre sus labios. Sin embargo, no encuentra pistas, la única que
tenía se ha volatilizado, así pues, debe empezar de cero, como
también hubo de hacerlo el propio cineasta cuando abandonó su
patria con una maleta y con un futuro incierto, aunque con la satisfacción de no dejarse seducir por las falsedades y sinsentidos que evidenció en M, El testamento del doctor Mabuse y en la tetralogía antinazi rodada en Hollywood durante la década de 1940.
(1) Fritz Lang, en Movie, núm. 2, septiembre, de 1962.
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