Noches claras y días oscuros (fragmento), por Evgenia Ginzburg*
<<Hablábamos veinte horas diarias hasta casi perder la voz. La moral era alta: nos sostenía el convencimiento de que el hombre, gracias a la palabra, se halla siempre en condiciones de entrar en relación con sus semejantes.
En poco tiempo supe, hasta en los detalles más nimios, no solo el currículum vitae de Julia, sino también la biografía de todos sus parientes, hasta los de tercer grado. Durante horas recitábamos versos. Nos contábamos las noticias ya viejas de la Butirka.
Luego, por reacción, un día nos quedamos taciturnas y comenzamos a pensar en las posibles soluciones de nuestro drama; mentalmente recorríamos los caminos más dispares, pero cada vez con mayor frecuencia la única salida era la muerte.
La salvación de nuestros pensamientos nos llegó de forma completamente inesperada. Se abrió el ventanillo y apareció un folleto parecido a un diario de clase. Tras el folleto, la cabeza de color de estopa del carcelero apodado Yaroslavski. Esta vez la bondad salió airosa por encima de la costumbre cotidiana: la cara se le distendió en una sonrisa y con voz alegre pronunció una palabra mágica:
—¡El catálogo!
He aquí una lección práctica sobre el hecho de que la esperanza no debe perderse nunca. Había tiempo que habíamos llegado ya a la conclusión de que el inventario de la biblioteca duraría diez años y, sin embargo… Sí, era exactamente un catálogo, nada escaso por cierto: la biblioteca era importante y disponía de amplia posibilidad de selección.
El fin de la soledad. Al día siguiente, a esa misma hora, vendrían a verme Tolstói y Blok, Stendhal y Balzac. Y yo, estúpida de mí, pensaba en la muerte.
Apresuradamente transcribimos los números de los libros que deseábamos. Estábamos tan excitadas que cometimos errores. Al día siguiente nos mandarían dos a cada una. ¡Qué suerte no estar sola ya en la celda! Me hubiesen dado dos libros, pero ahora tendríamos cuatro. Era un reactivo que permitía sobrevivir.
Debíamos parecer radiantes de felicidad, porque Yaroslavski se rindió definitivamente. Después de habernos mirado con expresión furtiva, en una ancha sonrisa, mostró los dientes irregulares pero blanquísimos y movió la cabeza en señal de aprobación.
—Mañana.
Y llegó por fin ese mañana. Ávidamente apretaba en las manos los cuatro libros y no sabía discernir cuál había de pasar a Julia, que generosamente me había dejado a mí la selección. ¿Cuál leer primero? Sí, Resurrección; y a Julia, después de haberlo reflexionado bien, le di el volumen de Obras escogidas de Nekrasov. Julia, tras abrir el libro, lanzó una exclamación de estupor:
—Siempre había considerado que era imposible igualar el martirio de los decabristas, y sin embargo:
“Es cómodo, sólido y ligero
El vagón bien hecho…”
Si hubiesen probado los vagones de Stolypin…
Pero no había tiempo para conversaciones. Había que leer. Y me lancé sobre el ajado volumen de Tolstói.
En familia siempre me habían considerado una devoradora de libros, apasionada e insaciable. Pero solo allí, en aquel ataúd de piedra, descubrí el significado más secreto de la palabra lectura. Comprendía ahora cuán superficiales habían sido todas mis lecturas anteriores. Hasta entonces jamás supe lo que era el trabajo de un texto, no en extensión sino en profundidad. Y después de haber salido de la cárcel ya no fui capaz de leer así, como en la prisión celular de Yaroslavl, donde a mí misma me había descubierto a Dostoyevski, a Tiutchev, a Pasternak y a muchos otros. En aquella celda me acerqué por primera vez a la historia de la filosofía, estudiando escrupulosamente algunos volúmenes. Podrá parecer extraño, pero en la biblioteca de la cárcel se pueden pedir muchos libros que, en cambio, hace ya tiempo que han sido retirados de las bibliotecas comunes.>>
*Evgenia Ginzburg (1904-1977) fue una de las miles de víctimas del Gran Terror, la purga a gran escala ordenada por Stalin en 1937. Fue detenida, acusada de enemiga del Estado y condenada a diez años de prisión. En 1947, fue puesta en “libertad”, sin derechos y sin poder abandonar la ciudad de Managan, en la inhóspita Kolymá. En total, pasó dieciocho en el Gulag, dos de ellos en la prisión de Yaroslavl y el resto de los años en la lejana Kolymá. Su libro El vértigo detalla su experiencia, su padecimiento, pero también es un testimonio de primera mano del terror de estado practicado por Iósif Stalin y de la realidad vivida en los campos de concentración soviéticos. Otros autores que relataron sus experiencias fueron Gustav Herling-Grudzinski en Un mundo aparte, Alexandr Solzhenitsyn en Un día en la vida de Iván Denísovich o ya más detalladamente en su monumental estudio Archipiélago Gulag y Varlam Shalámov en la no menos descomunal Relatos de Kolimá. Aunque fue rehabilitada, y la URSS vivió su espejismo de deshielo, Ginzburg nunca pudo ver su libro publicado en su país, donde sí circuló de forma clandestina.
Evgenia Ginzburg: El vértigo (traducción de Fernando Gutiérrez y Enrique Sordo) pp 204-205. Galaxia Gutemberg, Barcelona, 2012.
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