Cuatro años antes de crear El ala oeste de La Casa Blanca (The West Wing, 1999-2006), Aaron Sorkin escribió el guion de El presidente y Miss Wade (The American President, Rob Reiner, 1995). En ella, se exponían varios de los temas que el guionista desarrollaría con mayor amplitud en las siete temporadas de la serie. La primera empieza durante el primer año de mandato del presidente Jed Bartlet (Martin Sheen), demócrata, católico y con aires de John F. Kennedy, pero, como apunta el título, la serie no se centra en exclusiva en el presidente, sino que reparte el protagonismo entre los cinco miembros del gabinete presidencial. El equipo es una especie de familia, les unen sus ideas e ideales, la amistad. Los episodios lo van mostrando, así como algunas cuestiones privadas entre la cotidianidad laboral y política, que nunca resulta cotidiana, lo que implica que la entrega total al trabajo y una constante superación de imprevistos. Para ganar las elecciones los fondos para la campaña son vitales, igual que contar con el mejor equipo posible. La prensa y opinión pública siempre están al acecho, vigilando incluso las zonas privadas, porque su privacidad se ve limitada. Son pocas las victorias, muchos enemigos, situaciones que se escapan y otras que logran sujetar. Sorkin se posiciona y elige un presidente demócrata, pero intenta comprender la posición republicana, consciente de la importancia del pluralismo político, de la discrepancia y de la contradicción. Saca temas a la palestra como la educación y las armas de fuego y las atómicas, la legalización de la marihuana, el feminismo, las energías alternativas, el terrorismo internacional —la tercera temporada se inicia con un episodio que lo aborda directamente, debido a que poco antes del estreno se produjo el atentado del 11-S—, la honestidad, la situación de las minorías nativas y crisis económicas. Otro tema importante es la política internacional de Estados Unidos. A lo largo de la serie, se apunta el intervencionismo estadounidense y el convencimiento de que son el país en quien el resto debe mirarse. Al igual que el resto de presidentes a partir de la doctrina Monroe y sobre todo desde la Segunda Guerra Mundial, Bartlet asume de ser el faro del mundo libre; no obstante, habría que preguntarse qué se entiende por libre y si existe luz más allá de las esferas que disfrutan de buena iluminación. La única respuesta para los profanos, los que no tenemos la menor idea de los entresijos políticos, es la complejidad del equilibrio global y local, así como la “convivencia” de dictaduras y democracias o las evidentes diferencias socioeconómicas entre países y dentro de la misma nación. Pero más importante que los entresijos de la política es la perspectiva humana y el seguimiento de las relaciones personales y laborales de los miembros del gabinete, sin tiempo para ellos, sin horarios, sin una jornada laboral sin sobresaltos. A pesar de las exigencias de sus responsabilidades, o precisamente debido a ellas, ninguno querría estar en otra parte que no fuese el ala oeste.
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