viernes, 2 de mayo de 2014

El pequeño salvaje (1969)



El estudio antropológico propuesto por François Truffaut en El pequeño salvaje (L'enfant sauvage, 1969) detalla el proceso de socialización de Victor (Jean-Pierre Cargol), un niño de unos once o doce años que ha vivido aislado de la sociedad durante la práctica totalidad de su existencia, habitando el bosque donde, libre y salvaje, ha sobrevivido a la soledad y a los peligros naturales. El desarrollo de sus instintos primarios le ha permitido adaptarse al medio y sobrevivir, sin embargo, cuando el niño es atrapado por los cazadores que lo devuelven al entorno "civilizado", donde inicialmente lo encadenan, se descubre que sus capacidades intelectuales no se han desarrollado de igual manera. Esto provoca que le nieguen o pongan en tela de juicio su pertenencia a la raza humana, o en el caso del profesor Pinel (Jean Dasté), que lo califique de individuo con deficiencias cognitivas insalvables. En una postura contraria se posiciona el profesor Itard (François Truffaut), cuyo interés pedagógico le distancia del resto de expertos, inexpertos y curiosos. Está convencido de que el desarrollo de las capacidades cognitivas del asocial es factible, puesto que comprende que el "pequeño salvaje" es un ser inteligente, emocional e intelectualmente, condicionado por su largo aislamiento en un medio primitivo, natural y libre de la intervención humana donde no tuvo contacto con semejantes. Dicha falta de interacción, la ausencia de intercambio social, ha impedido que Victor desarrollase su capacidad de hablar, pues no relaciona las imágenes que llegan a su mente con el código lingüístico que todavía desconoce, lo que implica la aparente deficiencia a la que se refiere Pinel cuando, sin prueba alguna, dictamina la incapacidad del muchacho para alcanzar un nivel óptimo de inteligencia, dictamen no compartido por su colega, que decide asumir la custodia del pequeño e iniciar su socialización.


El camino y el progreso del niño, ausente del mundo humano desde prácticamente su nacimiento, se encuentran repletos de trabas, fracasos y pequeñas victorias que paulatinamente derriban los muros que le separan de sus semejantes, como sería su incapacidad de escuchar, a pesar de oír (no comprende el código empleado por los humanos), y de ver, cuando mira, puesto que no presta atención a detalles que sí forman parte de la cotidianidad del nuevo ambiente donde se encuentra, aunque no siempre a gusto. Quizá una de las mayores diferencias que se aprecian entre Víctor y un muchacho de su edad no sea la capacidad del habla, que se le ha negado como consecuencia de su alejamiento de la civilización, sino la ausencia de nociones morales, ya que todavía es un ser instintivo, libre de condicionamientos sociales y salvaje como el medio en el que ha habitado hasta entonces. Al tiempo que evoluciona su relación educativa con Itard y Madame Guerin (Françoise Seigner), el ama de llaves del primero (y quien aporta el equilibrio sentimental a la nueva existencia del niño), se produce un acercamiento afectivo que desvela que se está llevando a cabo algo más que un simple aprendizaje de conceptos, pues surge el afecto y la dependencia entre el alumno y sus educadores, quienes, desde el primer instante, observan inteligencia, destrezas y habilidades que Itard anota en sus cuadernos con el fin de comprender qué refuerzos o qué estrategias debe emplear para lograr la socialización que su pupilo debe completar en pocos meses, cuando el resto de sus semejantes la han ido realizando desde los primeros días de sus existencias, algo que al niño se le negó en el mismo instante en el que fue abandonado en un bosque donde creció en contacto con un medio donde las palabras, al igual que los conceptos de justicia e injusticia, carecen de significado y significante. Por ello, cuando el pequeño descubre la diferencia entre lo correcto e incorrecto (desde la perspectiva moral dominante), su tutor asume que se ha concretado el proceso evolutivo de hombre natural al individuo moral y, por tanto, Víctor alcanza el grado de maduración que le iguala a quienes se consideran inteligentes y capaces de discernir entre ambas nociones; aunque cabría preguntarse si el enfermero de la institución infantil, adonde inicialmente conducen al joven salvaje, y quienes allí acuden y pagan por verlo, sabrían distinguir entre moral, amoral e inmoral, ya que, similar a los expuestos por David Lynch en El hombre elefante (The Elephant Man, 1980), convierten al niño en una atracción de feria porque presenta diferencias que ese publico y aquellos pedagogos como Pinel ni comprenden ni aceptan como parte de la interrupción de un proceso que a ellos no se les negó.



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