La primera de las tres producciones antinazi realizadas de forma consecutiva por Fritz Lang en los primeros años de la década de 1940, pudo no haberlo sido. Su guion, basado en un serial literario de Geoffrey Household (publicado en forma de novela en 1939) y que Dudley Nichols —responsable de los guiones de La fiera de mi niña, La diligencia, Esta tierra es mía o Perversidad— adaptó por encargo de Darryl F. Zanuck, fue ofrecido por este último a John Ford, pero, ante la negativa del director de Las uvas de la ira, el proyecto fue a parar a las manos de Lang, que no tuvo el menor problema para llevarlo a su terreno y crear una de sus mejores películas americanas. El hombre atrapado (Man Hunt, 1941) conforma junto a Los verdugos también mueren y El ministerio del miedo un excelente conjunto de thrillers dominados por espacios claustrofóbicos y sombríos, como el apartamento de Jerry (Joan Bennett) donde se oculta el protagonista, el túnel del metro donde Alan Thorndike (Walter Pidgeon) es acosado por el inquietante Mr.Jones (John Carradine) o la cueva natural donde se desarrolla la parte final de un film trepidante y sin desperdicio. Ya desde su inicio, El hombre atrapado se muestra opresivo a pesar de ubicarse en un espacio abierto donde se descubre a Alan Thorndike, que camina lentamente a través de un bosque frondoso y oscuro situado en las inmediaciones de la residencia de Hitler, a quien no tarda en apuntar con su rifle de precisión por el mero placer de demostrarse que es capaz de cazar a quien rige el destino de Alemania en un momento previo a la guerra. Sin embargo, segundos después de apretar el gatillo de un arma descargada, Alan reflexiona e introduce una bala en la recámara, dejando claro cuál es su nuevo propósito, el mismo que no puede llevar a cabo porque en el último instante se ve sorprendido por el soldado que vigila el perímetro. Como consecuencia, el refinado y famoso cazador inglés se convierte en el prisionero del mayor Quive-Smith (George Sanders), con quien comparte afición, y quien intenta obligarlo a firmar la confesión del intento de asesinato del líder nacionalsocialista por orden del gobierno británico. Esta mentira proporcionaría a los nazis la excusa para legitimar sus intenciones bélicas, pero Alan se niega, alegando que esa no era su intención, aunque sus explicaciones no convencen a su captor y por ello sufre las torturas que Lang omitió dejando que fuese la sombra proyectada por el prisionero la que desvelase los abusos sufridos a manos de sus captores, quienes, conscientes de que no hablará, deciden eliminarlo simulando un accidente. Sin embargo, Thorndike sobrevive y logra subir al barco inglés donde recibe la inestimable colaboración del pequeño grumete (Roddy McDowall), que lo oculta en el camarote del capitán poco antes de la amenazante y espectral aparición de Mr.Jones, el perro de presa más peligroso de Quive-Smith. A partir de este instante la caza del hombre se convierte en la realidad del fugitivo; no obstante, oculto en el barco, se muestra convencido de que una vez en suelo británico la pesadilla vivida durante los últimos días habrá concluido; pero los hechos que se van desarrollando de modo imparable descubren su equivocación, ya que en Inglaterra se ve acosado tanto por sus perseguidores alemanes como por la policía inglesa (convertido en falso culpable tras su encuentro subterráneo con Jones). A parte del suspense y de la denuncia del totalitarismo que se representa en Quive-Smith, El hombre atrapado muestra la evolución de un individuo inmerso en una situación límite que le conciencia de cuestiones que hasta entonces le habrían pasado por alto, y en esa maduración personal resulta vital su encuentro con Jerry, la joven que se enamora de él y que le ayuda a ocultarse en suelo londinense, a pesar de que con ello se convierta en una nueva víctima del régimen de aquel a quien Thorndike tuvo a tiro y no llegó a disparar.
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