Hubo, hay y supongo que habrá espléndidas uniones cómicas. Algunas más forzadas que otras; y no todas igual de grandes. Abbott y Costello, Bing Crosby y Bob Hope o Dean Martin y Jerry Lewis, formaron durante años parejas cómicas de gran éxito, pero ninguna de ellas logró igualar la química desprendida por el dúo cómico más sobresaliente de la historia del cine. Stan Laurel y Oliver Hardy, también conocidos por Laurel y Hardy, Stanley y Ollie o, en países de habla hispana, por "el Gordo y el Flaco", iniciaron sus carreras cinematográficas años antes de que Hal Roach o alguien de su estudio tuviese la afortunada idea de unirlos en 45 Minutes from Hollywood (Fred Guiol, 1926) (aunque ya habían coincidido en pantalla en dos ocasiones anteriores), a la que siguieron producciones en las que todavía no se habían sentado las bases del estilo que les convirtió en iconos de la comedia, y que desarrollarían sin interrupción hasta Stan y Oliver, toreros (Malcolm St. Clair, 1945); posteriormente volverían a reunirse una última vez en Robinsones Atómicos (Leo Joannon y John Berry, 1951). Durante las más de dos décadas que duró su relación artística participaron en decenas de cortometrajes y largometrajes (de apenas una hora de duración) repletos de humor imaginativo e ingenioso, ya fuese durante el periodo mudo o en el sonoro, en el que inicialmente se encargaron del doblaje de las versiones en castellano que solían hacerse de algunas producciones rodadas en Hollywood, de ahí que su peculiar acento fuese imitado por sus dobladores cuando la realización de dos versiones cayó en desuso. Bajo el sello de la productora de Hal Roach realizaron decenas de comedias entre las que destacan Laurel y Hardy en el oeste (James W. Horne, 1937), Cabezas de chorlito (John G. Blystone, 1939), Estudiantes en Oxford (Alfred Goulding, 1940) o Marineros a la fuerza (Gordon Douglas, 1940), en las que los gags y las personalidades de sus personajes marcan el ritmo de tramas supeditadas a las acciones realizadas por ellos. En Laurel y Hardy en el oeste (Way out West, 1937) los compañeros se trasladan al oeste para entregar a Mary Robert (Rosina Lawrence) los papeles de la mina de oro que su padre le ha dejado en herencia. Pero, como cabría esperar de estos dos singulares cómicos, cometen la torpeza de fiarse de Mickey Finn (James Finlayson), el dueño del salón en el que trabaja la joven en cuestión, y de la cantante Lola Marcel (Sharon Lynne), quien se hace pasar por la heredera para conseguir el valioso título de propiedad. Cuando Ollie y Stanley se percatan de que han sido engañados, tratan de enmendar su error, y para ello se ven envueltos en una disparatada sucesión de situaciones en las que se les puede observar realizando todo tipo de tretas para recuperar el documento y entregárselo a su legítima dueña. Como el resto de parejas cómicas, Laurel y Hardy seguían un patrón, pero funcionaba de tal manera que cada película suya ofrecía gags originales, ingeniosos y, en muchas ocasiones, surrealistas, que a menudo salían de la mente de Stan Laurel y contaban forma en el cuerpo de dúo cómico y anárquico, un dos en uno capaz de crear el caos allí donde hasta su irrupción ha reinado la armonía no pocas veces hipócrita.
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