Una característica común a cualquier sistema autoritario sería su necesidad de controlar los medios de comunicación, pues dicho control permitiría una manipulación ventajosa, para el orden establecido, de lo que se dice y como se dice, utilizando palabras, imágenes o historias que presentarían una realidad político-social alterada por la subjetividad y los intereses de quienes ostentasen el poder. Por su facilidad para llegar a un mayor número de personas, el cine sería un medio ideal desde donde emitir discursos, ideas o conceptos aplaudidos por los diferentes regímenes. A esto se le puede llamar propaganda cinematográficos y esta sería utilizada con asiduidad durante la dictadura franquista. En este sentido, Murió hace quince años (1954) no puede esconder su origen propagandístico, a decir verdad, ni siquiera lo intenta, ya que su función final sería la de condicionar al espectador sin que éste llegase a dudar de lo que observaba en la pantalla, de ese modo se olvidaba voluntariamente de la objetividad (aunque ésta no exista como término absoluto) para mostrar aquello que se deseaba enfatizar o distorsionar; quizá por ello este tipo de películas resultan más interesantes para comprender el un punto de vista ideológico de un momento concreto, en cuanto a la manipulación que se pretende, que por las historias que ofrecen. Rafael Gil abrió el film con una introducción de un periodo histórico concreto (la Guerra Civil) para presentar a un niño que, como tantos otros durante la contienda, abandona la península Ibérica rumbo a la Unión Soviética. Este joven de buena familia no desea alejarse ni de su patria ni de los suyos, sin embargo, sus sentimientos no cuentan desde el instante en el que sube al barco que le transporta hasta su nuevo hogar, donde se inicia su reeducación y su perdida de conciencia individual, ambas confirmadas en las breves escenas que muestran al niño en la escuela soviética. Murió hace quince años muestra en sus primeros compases el lavado de cerebro al que son sometidos estos niños, que no se plantean aquello que se les dice, simplemente lo acatan como dogma, a base de constantes repeticiones que les convierten en parte de un sistema que no permite emociones que duden de lo que se les dice, contraponiéndose a las libertades que se darían en otros puntos del globo (y no precisamente en la España de los años cincuenta). Como film de propaganda ofrece una imagen subjetiva y generosa (actualmente irrisoria y caduca) de las bases sociales y morales de lo estipulado como correcto, opuesta al insensibilidad del enemigo en la sombra que atenta contra esa corrección político-ideológica que defiende el film. Tras quince años de ausencia, Diego (Francisco Rabal) llega a España como enemigo del sistema, engañando a su familia y haciéndoles creer que ha desertado de la Unión Soviética, artimaña con la que pretende ganarse la confianza de su padre (Rafael Rivelles), coronel que ostenta un puesto de gran importancia dentro del servicio de seguridad español. El coronel Acuña no puede creer que ante él se encuentre su hijo a quien nunca ha podido olvidar, pero a quien había dado por muerto, así pues le recibe con los brazos abiertos, emocionado, sin dudar de él y sin otro pensamiento que no sea el de amarle y el de ofrecerle todo cuanto esté en su mano para recompensarle por los años perdidos en tierra pagana. La estancia de Diego entre los suyos le crea un conflicto moral, quizá sería más conveniente decir que le despierta su conciencia aletargada por las técnicas empleadas por los instructores soviéticos; el despertar de Diego se produce a raíz del calor y del afecto que recibe de su padre o de su prima Mónica (Lyla Rocco), de quien no tarda en enamorarse porque es distinta a las mujeres que ha conocido, ya que se trata de una mujer que respeta la tradición tradición que defendía el sistema que gobernaba España por aquellos días. Por lo tanto, Diego tendrá que decidir (es evidente cual será su elección) entre la familia, institución que anteriormente ocuparía un espacio inexistente en su mente, y el partido al que pertenece, el eje sobre el que habría girado todo su pensamiento anterior.
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