Horas desesperadas (1955)
En la parte final de su carrera artística, Humphrey Bogart interpretó un personaje similar a aquellos que lo afianzaron dentro de la Warner Bros. en la década de 1930, un criminal sin escrúpulos que no piensa detenerse hasta conseguir su propósito. Sin embargo, existen varias diferencias entre aquellos personajes y el de Horas desesperadas (The Desperate Hours, 1955), ya que en el film de William Wyler el protagonismo recae sobre ese personaje, enfrentándole a otro gran actor de la época dorada de Hollywood: Fredrich March, quien encarna a Dan Hilliard, el padre de familia que debe hacer frente a una situación extrema que amenaza su vida y la de los suyos; años después, esos mismos roles los asumirían Mickey Rourke y Anthony Hopkins en la versión dirigida por Michael Cimino. Otra diferencia que presenta el criminal de Horas desesperadas respecto a los delincuentes interpretados por Bogart en los años treinta se descubre en su evidente cansancio físico —que se corresponde con su precaria salud en la realidad—, que aporta a su personaje la sensación de que se encuentra ante su última oportunidad para conseguir lo que se propone. La familia Hilliard, una más entre tantas unifamiliares de clase media estadounidense de la época, está compuesta por el matrimonio y sus hijos. Viven en una casa cualquiera de dos plantas, con su pequeño jardín y la bicicleta del niño tirada sobre la hierba. Esta cuestión que puede pasar por una simpleza sin importancia, la tiene para Glenn Griffin (Humphrey Bogart), ya que elige ese hogar precisamente por el vehículo de dos ruedas que delata la presencia de niños. La certeza de que los padres no arriesgarían la vida de sus hijos es un motivo de peso para que Griifin se decida a utilizar el hogar Hilliard como escondite mientras aguarda la llegada de su chica y del dinero que ella debe traer consigo. La presencia de los tres evadidos atemoriza a la familia, conscientes de que cualquier contrariedad puede ser la escusa para que los criminales den rienda suelta a su violencia. Ni los padres ni los hijos actúan por el temor a perder sus vidas, más bien parece que acatan las órdenes de Griffin por miedo a que sus captores, que nada tienen que perder, acaben con las vidas de sus seres queridos. La coacción es la mejor arma de los fugitivos, ya que saben que sus rehenes acatarán cuanto se les diga, sin intentar heroicidades de ningún tipo, salvo las del pequeño Ralphie (Richard Eyer), que lo intenta en varias ocasiones, intentos inocentes e infantiles que aumentan la tensión de una situación ya de por sí agobiante y desesperante. Hilliard es un hombre que no pierde la cabeza, mantiene el control de sus actos y de sus pensamientos, a pesar de encontrarse aterrorizado por lo que pueda suceder, sin más remedio que aguardar hasta que los criminales decidan marcharse, acción que pretende acelerar ofreciendo dinero a Griffin, además de ofrecerse como rehén cuando abandonen la casa, evitando de ese modo que se lleven a cualquier otro miembro de la familia. Pero todo se tuerce a raíz de la discusión entre Griifin y su hermano (Dewey Martin), harto de una vida de delincuencia abandona el refugio para, poco después, ser abatido empuñando el arma registrada a nombre de Dan C. Hilliard, hecho que pone a la policía sobre la pista del paradero de los criminales, una pista que aumenta la sensación de peligro que se cierne sobre la familia Hilliard.
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