Cuando Paul Greengrass tomó las riendas de la segunda entrega de la saga de Jason Bourne, en El mito de Bourne (The Bourne Supremacy, 2004), se produjo un salto cualitativo en la franquicia, manteniendo la acción y ofreciendo un enfoque más trepidante, en el que destacan las persecuciones y las peleas en las que se ve envuelto su desmemoriado protagonista, así como el desencanto de un hombre frustrado por desconocer su pasado. Se puede decir al respecto que en El ultimátum de Bourne (The Bourne Ultimatum) las andanzas de este individuo sin pasado y sin presente alcanzan sus mejores momentos, pero también uno de los peores: su previsible e innecesaria parte final, la cual entorpece el resultado de un film que funciona a la perfección como película de acción, más cercana al thriller de intriga de los años setenta que al cine de espías del estilo de la franquicia del agente 007 anterior a Daniel Craig. La cámara de Paul Greengrass nunca se detiene, siempre en constante movimiento, intercambiando planos que crean la inquietud que rodea a un hombre desesperado que lucha para salvar su vida y la de aquellos a quienes necesita para lograr su objetivo de resolver el rompecabezas que lleva su nombre. Perseguido desde El caso Bourne (The Bourne Identity, 2002) por hombres que ni dudan ni se preguntan el por qué de esa persecución a muerte (el propio Bourne habría sido uno de ellos en el pasado), desea encontrar respuestas para las numerosas preguntas que se hace en la actualidad. Por ello Bourne (Matt Damon) continúa luchando, para recuperar los recuerdos que le permitan responder a preguntas tan simples como quién es y qué es, aunque, en el caso de Jason Bourne, no son cuestiones de fácil respuesta, ya que todavía ignora cómo, cuándo o dónde se gestó su peligrosa y enigmática realidad. Jason solo sabe que no puede continuar oculto, porque siente la imperiosa necesidad de rememorar imágenes pasadas que ya no posee, las mismas que le permitirían llenar el vacío que le atormenta e impide conocerse a sí mismo. Como consecuencia de su prioridad por llenar las zonas oscuras de su mente, Bourne reaparece tras leer el artículo escrito por Simon Ross (Paddy Considine), ya que éste podría ponerle sobre la pista que le conduciría hasta su meta. A pesar de saber que Ross está siendo vigilado por agentes dispuestos a matar, Bourne asume el riesgo de contactar con él, porque la información que posee el periodista es la única vía que encuentra para dejar de ser un individuo perseguido, no sólo por aquellos que desean verle muerto, sino por una conciencia desequilibrada que le impide un nuevo comienzo. La escena en la estación londinense donde se reúne con Ross es una de las mejores del film, perfectamente diseñada y ejecutada, en la que el héroe debe hacer frente a los agentes que le acechan, al tiempo que intenta proteger la vida de un periodista que duda en acatar sus indicaciones. Aunque para Bourne no resulta tarea sencilla lograr las respuestas, gracias a su instinto de supervivencia, superior al común, y a su facilidad innata para deshacerse de aquellos que le persiguen, alterada durante el proceso de adiestramiento al que fue sometido en ese pasado que vislumbra de manera intermitente y que le ha convertido en una máquina de matar, ata los cabos que le permiten descubrir que son sus actos presentes los que creen su verdadera identidad.
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