El régimen de coproducción permite una distribución más amplia de las películas realizadas entre varios países, circunstancia que beneficia al espectador y a la trasmisión de cinematografías que por lo general no encuentran hueco fuera de sus fronteras (a excepción de las producciones realizadas en Hollywood, cuya distribución está garantizada gracias a las grandes productoras). Tinta Roja (2000), financiada entre Perú y España, expone la pérdida de la inocencia de un recién licenciado en periodismo, que no tarda en descubrir aquello que no se enseña en la facultad (la enseñanza académica no prepara para el mundo real). La primera opción de Alfonso Fernández (Giovanni Ciccia) cuando llega al Clamor para realizar las prácticas de posgrado sería la de trabajar en la sección de espectáculos, pero Nadia (Lucía Jiménez), la compañera de la que se cree enamorado, se le adelanta. La fortuna parece no sonreír a este aspirante a escritor, pues su destino le conduce hasta la sección de policiales, dirigida por Saúl Faúndez (Gianfranco Brero), quien parece menospreciar su valía antes de darle una oportunidad para demostrarla, al tiempo que le bautiza como “Vargitas”, por su intención de convertirse en escritor, emulando de ese modo al famoso escritor peruano Mario Vargas Llosa. El título Tinta roja hace referencia a la crónica de sangre que debe cubrir el equipo de Saúl: asesinatos, suicidios o accidentes, todo tipo de sucesos que conlleven esa dosis de sangre que posteriormente se convierte en noticia, y que será mostrada desde una perspectiva que busca las ventas y la atención de un lector que al leerlas debe sentir que también él podría ser víctima de hechos similares. La película de Francisco J.Lombardi, además de la iniciación y la pérdida de inocencia del joven aspirante a novelista, expone la falta de sensibilidad que domina a los periodistas de la crónica roja, pues los sucesos parecen no afectarles, posiblemente hayan perdido parte de su humanidad debido a la constante presencia de la muerte en su día a día, cuestión que se observa tanto e Faúndez (se aprovecha de las viudas) o en el fotógrafo (Fele Martínez) (nunca habla, excepto cuando se prepara para tomar una instantánea en la que necesita las lágrimas de esas personas que acaban de perder a un ser querido). Todo cuanto observa el novato choca con su ética inicial, que poco a poco se pierde, para ser sustituida por su admiración hacia su jefe, quien se convierte en una especie de imagen paterna. La relación entre Alfonso y su entorno descubre aspectos sociales similares en cualquier punto del globo, situaciones diarias que parecen no afectar a nadie más que a los implicados, ¿quién tiene la culpa de la insensibilidad que parece afectar a los personajes? La prensa posee un poder de transmisión que nadie tiene a su alcance; las noticias llegan al lector tal y como las escriben los periodistas, pero ¿realmente se producen como aparecen divulgadas o existe una alteración consciente o inconsciente de las mismas? Faúndez intenta enseñar a Alfonso cómo se debe escribir un artículo, haciéndole olvidar lo aprendido, y remarcando la importancia de no emitir juicios personales, pero sí involucrando al lector (avivando su morbosidad o centrándose en aspectos personales de los implicados), a menudo desde una perspectiva que aleja de la noticia en sí. Tinta roja profundiza sobre el mal llamado cuarto poder, porque bien mirado podría considerarse el primero, ya que su capacidad para influenciar a la opinión pública parece ilimitada, lo cual conlleva una gran responsabilidad, que debe evitar caer en la tentación de realizar una "ligera" alteración de la realidad que transmiten, como también debe aprender a diferenciar entre aquello que es de interés público y el derecho a la privacidad del individuo. El film de Lombardi se acerca a otras grandes producciones que giran alrededor de un ente necesario, en ocasiones manipulado por quienes lo controlan, descubrimiento que Alfonso realiza paulatinamente, y que hace suyo, llegando al extremo de no distinguir entre lo correcto y lo incorrecto, cuando escribe el artículo sobre la muerte del hijo de Saúl Faúndez o la noticia sobre la estafa en la que se ve envuelto su padre. Alfonso se justifica alegando que sigue las enseñanzas inculcadas por su mentor, quien ante la muerte de su hijo reacciona como cualquier persona afectada que no puede soportar el acoso de unos medios que se presentan para fotografiar un cuerpo que para ellos sólo es una noticia más, pero que para él es su hijo. Faúndez comprende que debe alejarse y buscar la redención que encuentra abandonando el periodismo y ayudando a su pupilo a encontrar el equilibrio que parece haber perdido.
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