jueves, 9 de mayo de 2024

Mi mula Francis (1949)


En las fábulas de Esopo, los animales hablaban, cobraban conciencia de ser. El autor los humanizaba para ofrecer lecciones molares; es decir, les concedía características humanas, tales como la palabra, el pensamiento y principios, y ofrecía un relato que contenía una enseñanza. Era un cuentista y un moralista que inspiró a Walt Disney para sus Silly Symphonies, los cortometrajes animados cuyos protagonistas eran animales. Un año después del primer episodio de la serie animada de Disney, Warner Bros. lanzaba sus Looney Tunes, también con animales en la cabeza de cartel. Eran dibujos y a nadie sorprendía verles hablar. Ya hacia finales de la década de 1940, Arthur Lubin, que no era griego ni se había fogueado en la productora Disney, trabajaba en el estudio Universal de Hollywood, para el que ya había rodado entre otras las comedias de Abboutt y Costello, y se adaptaba a las exigencias de la empresa fundada por Carl Laemmle en la década de 1910. Lubin era consciente del lugar que ocupaba al frente del equipo y que la película que se traía entre manos perseguía dos objetivos: entretener y generar beneficios. Y logró ambos en distintas ocasiones. Una de ellas fue La mula Francis (Francis, 1949), cuyo éxito deparó cinco secuelas dirigidas por el propio Lubin y una sexta con Charles Lamont en la dirección. La comedia, basada en la novela de David Stern, que también fue el autor del guion, gira sobre la relación de dos personajes principales, uno humano y el otro cuadrúpedo, entre quienes se establece una relación de amistad que resulta la comidilla de los clientes del banco donde Peter Stirling (Donald O’Connor) ejerce de cajero. Como consecuencia, nadie quiere ser atendido por él, y su jefe manda llamarle, para decirle que no cree en las habladurías, pero aquel le dice que son ciertas y le pide que le deje contar su historia. Así, Lubin introduce la analepsis que le permite exponer el encuentro entre Peter y Francis —cuya voz en versión original es la de Chill Wills— en la selva birmana, durante la Segunda Guerra Mundial. Ambos personajes, que tienen más de Abboutt y Costello que de Androcles y el león, pertenecen al ejército estadounidense y se encuentran en la jungla donde la mula salva al humano, después de que este se vea sorprendido por las palabras del híbrido y por las balas enemigas. La cosa tiene su gracia, sobre todo porque Francis se desvela irónico y el más inteligente que se deja ver por la pantalla, poniendo en evidencia al bueno de Peter, a los periodistas y a los oficiales. A su modo y sin un rebuzno, Francis es un agente de inteligencia ejemplar, en cierto sentido también lo es del caos, aunque uno suave en el desorden que conlleva, pues acaba adaptándose al orden en el que resulta ser el auténtico héroe de la función.



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