Durante la veinteava edición del Festival de Berlín, celebrado en 1970, una de las candidatas al premio, O. K. (Michael Verhoeven, 1970), producción de la Alemania Federal (RFA), fue apartada de concurso, hecho que generó protestas y encaramientos, obligando a los organizadores del evento a cancelar el certamen en el que también competían Satyajit Ray, Brian De Palma, Roy Andersson o Bernardo Bertolucci. De entre los miembros del jurado, había quien, como George Stevens, la acusaba de antiestadounidense, quizá sin tener en cuenta que se trataba de una película antibelicista y antimilitarista, y, por tanto, no trataba de fomentar la distancia entre países; y quien, como Dušan Makavejev, criticaba y se oponía a la controvertida decisión de sacarla de concurso; pues, una vez proyectada, eliminarla iba contra las normas del festival. Obviamente, los que defendían la película abogaban por la libertad de expresión. Además, Verhoeven no inventaba nada, pensar lo contrario se antoja entre hipócrita e ingenuo; es decir, desatados sus instintos primarios y protegidos por las armas y por la ideología que asumen como única válida, los hombres en guerra asesinan, violan, roban, destruyen, torturan, destruyen su humanitarismo,… La guerra destapa lo peor del ser humano; también da pie a gestos generosos, aquello que se conoce como heroicidad. Verhoeven no calumniaba ni pretendía más que desvelar y criticar una situación de guerra. Su film se posiciona contra la guerra y recrea una realidad que viene repitiéndose desde el primer conflicto armado: los abusos y las violaciones a civiles. Como ya se ha dicho, Verhoeven no inventaba. Se inspiraba en el reportaje publicado en The New Yorker en 1969, el cual se relataba la experiencia de un soldado estadounidense en Vietnam. Aunque más que de una experiencia, se trataba de una denuncia de los hechos de los que había sido testigo y que habían pretendido acallar. Era uno de las decenas de miles de jóvenes estadounidenses arrancados de sus cotidianidades juveniles y enviados a combatir a un país alejado, a donde posiblemente no habían querido ir. Por entonces, la guerra de Vietnam era rechazada por gran parte de la población estadounidense y las protestas en dentro del propio país eran una constante; incluso los políticos estaban deseando que se acabase aquella sangráis que sabían de imposible. En aquella tesitura, Verhoeven presentó en el festival su film, en el que representaban un hecho puntual de la guerra entre los comunistas del norte y los capitalistas del sur, apoyados unos y otros por las respectivas potencias. Era una realidad del presente y esto explica un porqué para las protestas contra el film. Otro fue que Stevens, presidente del jurado, se sintió ofendido, dolido, porque había sido oficial durante la Segunda Guerra Mundial y participado en la liberación de Ohrdruf, Mulhausen, Buchenwald y Dachau. En ellos, descubrió el horror de los campos de exterminio —fue quien filmó algunas de las imágenes que serían proyectadas como prueba durante los juicios de Nuremberg— y, probablemente, se negaba a creer que soldados de su mismo uniforme y bandera pudiesen ser autores de crímenes como el que Verhoeven representa en la pantalla: los abusos y la violación de una joven vietnamita. Dos años después de O. K. representase el hecho —los actores se van presentando de uno en uno para informar del personaje que van a interpretar—, Elia Kazan rodaría Los visitantes (The Visitors, 1972) inspirándose en el mismo crimen, aunque él lo expondría como parte del pasado; y ya a finales de la década de 1980, De Palma, presente en la veinteava edición de la Berlinae, rodaría Corazones de hierro (Casualties of War, 1989), también inspirada en el artículo de The New Yorker y en el libro de Daniel Lang…
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