Podría empezar con la pregunta que tituló una de las películas de Chicho Ibáñez Serrador, ¿Quién puede matar a un niño?, o diciendo que nacer aquí o allí implica tantas diferencias, privilegios y derechos (o su ausencia) que echa por tierra la tan cacareada igualdad, libertad y fraternidad, inexistentes en cualquier caso, porque son sustantivos abstractos e ideales, por lo tanto más cerca de la utopía que de la realidad en la que sirven para esconder las diferencias e injusticias que se descubren con solo abrir los ojos. De modo que me decanto por comenzar con un habría que remontarse a los progromos llevados a cabo en el imperio ruso y en los centroeuropeos durante el siglo XIX, y al nacimiento del sionismo —uno de los muchos nacionalismos modernos que surgen en la época y en distintos lugares del globo—, para entender el conflicto árabe-israelí, al menos parte de él.
Las duras condiciones económicas y persecuciones sufridas en Europa llevaron a los judíos a emigrar a América, pero también gestó la idea de tener un país propio donde hacerse fuertes y no verse perseguidos, tal vez sin pensar en un primer momento que también ellos se convertirían en perseguidores de otros pueblos. El sionismo nace en ese momento, de la mano del periodista Theodor Herzl, y decide que la tierra prometida será Palestina. <<Sobre todo Herzl nunca busca reprimir y menos aún exterminar pueblos extraños, nunca aboga por la idea de proclamar el carácter elegido y las pretensiones de poder de una raza o un pueblo a la humanidad inferior, idea que subyace en las atrocidades nazis. Solo exige igualdad de derechos para un grupo de oprimidos, solo un espacio seguro y modesto para un grupo maltratado y perseguido>>, expresa Victor Klemperer en el capítulo “Sion”, de su libro LTI. La lengua del Tercer Reich (1), publicado en 1946. Años después, los perseguidos, quienes piden igualdad de derechos, son otros; y los perseguidores, también han cambiado. ¿Qué pensarían Klemperer o mismamente Herzl de lo que sucede en la actualidad en Gaza?
El sueño o la ambición de tener un país tarda, pero parece factible en 1948. Tras la partición decidida por la Organización de las Naciones Unidas, los hebreos nacidos en Palestina y otros miles de judíos que llegan de Europa asisten a la proclamación del estado de Israel. Es un momento clave en el devenir de la historia, momento que, partiendo de la novela de Leon Uris, Otto Preminger expone en su antes y su después inmediatos en Éxodo (Exodus, 1960), desde una perspectiva sionista. A partir de entonces, los conflictos armados han sido la tónica predominante en una zona donde la convivencia entre hebreos y palestinos se hace cada vez más difícil, como parece corroborar la situación actual.
Hasta aquel momento, Palestina había vivido bajo el dominio de varios imperios; el último había sido el británico, que intentó mantener su orden entre israelíes y palestinos. Tras la partición, cualquier intento de equilibrio ya no fue posible; ambos pueblos acabaron enfrentándose. Desde entonces, salvo algún espejismo de acercamiento y convivencia, la situación en Oriente Próximo ha vivido momentos de extrema crudeza y violencia, y situaciones tan trágicas como la expuesta en este documental que el reportero argentino Hernán Zin <<rodó durante la ofensiva de Israel a la franja de Gaza en 2014>>. Pero no era una novedad, solo que el mundo no le prestaba atención, y los niños palestinos, y no tan niños, continuaban padeciendo una situación extrema a la que les condenaba la política israelí. <<Vista la dispensa, Israel es libre de usar la colosal ayuda de los Estados Unidos para enviar a su ejército a dirigir operaciones regulares como las descritas en la prensa israelí, pero raramente en la nuestra […], como impedir, por ejemplo, el abastecimiento de los campos de refugiados, en los que hay una “carestía grave de alimentos”>>, comenta Noam Chomsky en La (des)educación (2) respecto a la situación en palestino-israelí en 1988.
La ubicación espacio-temporal la advierte el rótulo que se sobreimpresiona al inicio de Nacido en Gaza (2014), que habla de la <<ofensiva que dejó 506 niños muertos y 3598 heridos>>. <<A ellos está dedicado>> este documental en el que los protagonistas son niñas y niños, a quienes descubrimos como supervivientes condenados a no tener niñez, ni la idea de un futuro hacia el que mirar o con el que fantasear, al menos la que se da por sentada en los paraísos terrenales donde los más pequeños no sufren situaciones como las que Mohamed, Udai, Mahmud, Sondos, Malak… recuerdan y comentan. Son los guías, los huérfanos, los heridos, las víctimas, las voces, las historias del recorrido que Hernán Zin hace por Gaza… O quizá la verdadera guía sea su cámara, que se acerca a los rostros infantiles. Quiere romper las distancias y que hablen, quiere que interpretemos lo que ella ve y escucha. Y, a través de ella, tenemos acceso a un espacio humano herido, que se desangra, y a la panorámica de la destrucción material (edificios derruidos, escombros, restos de metralla…) y humana: muerte, terror, desesperanza, desamparo, indiferencia internacional...
Esa cámara son los ojos, los oídos y el pensamiento del reportero, que usa (y creo abusa) del ralentí para intentar detener el tiempo y enfatizar lo que ya de por sí es expresivo. No se puede atrapar el tiempo, ralentizar el momento no lo hace más sentido, sino que corre el riesgo de dejar de sentirse. En todo caso, Nacido en Gaza es un documento sentido que aborda el conflicto palestino-israelí desde la mirada de un cineasta que busca en distintas voces de la infancia la posibilidad de ofrecer el retrato coral y humano de una situación extrema, ya no solo la infantil, sino la de una tierra en destrucción y en la desesperanza; un retrato humano que intenta, alejándose de la velocidad e inmediatez exigida por los diez o veinte segundos en los informativos (y otros programas) y de las mayúsculas de los titulares de prensa, detenerse en las voces humanas de las víctimas, las voces y los rostros que se preguntan quiénes y por qué los condenan…
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