Nombrar a Alejandro Galindo y recordar sus mejores películas es mirar atrás y entrar de lleno en el periodo de mayor esplendor del cine mexicano del siglo XX, pues, sin la menor duda al respecto, fue de los grandes protagonistas del esplendoroso momento cinematográfico que se extiende desde mediados de la década de 1930 hasta la de 1950 —generalmente, se establece entre 1936 y 1956—. A ese instante, plagado de nombres propios como el suyo o el de David Silva, el actor principal de varios de sus films, aportó Campeón sin corona (1946), Una familia de tantas (1949) o Doña Perfecta (1951), películas que todavía lucen y constatan el talento de este cineasta también responsable de ¡Esquina, bajan…! (1948), comedia urbana cuyo título hace referencia al transporte público, y a los pasajeros que piden la esquina donde se apean… Es el pasaje al que hay que tratar con esmero, el mismo que al inicio no para de molestar al conductor protagonista o a su cobrador. Pero <<al pasaje, lo que le pidan>>, insiste el representante de la cooperativa al final de la asamblea en la que anuncia que deben evitar accidentes e incidentes con los pasajeros o cualquier otra situación que depare el caos que inicialmente Galindo apunta en el “camión” que conduce Gregorio (David Silva).
El cumplimiento de esa máxima implica aguantar todo tipo de comportamiento por parte del pasaje, incluso los insultos y provocaciones de pasajeros que han sido contratados por la empresa rival para crear problemas y así poder quedarse con la nueva línea urbana —el crecimiento de la ciudad es una realidad que exige ampliar el transporte público— que podría ser la salvación económica de la cooperativa de la que Gregorio es miembro fundador. La comedia que vemos en la pantalla es el drama de los personajes, pues Galindo apunta la situación crítica, pero prefiere mostrarla desde el enredo y el romance, pero no por ello se desinteresa del retrato urbano ni de las contradicciones en las que cae la cooperativa en el trato recibido por Gregorio y “Regalito” (Fernando Soto “Mantequilla”). Como consecuencia de salirse de la ruta establecida, ambos han de compadecer ante una comisión disciplinaria, aunque lo hayan hecho por cortesía, tal como señala la nueva política empresarial, y porque el conductor siente atracción por Cholita (Olga Jiménez). Se desvía para dejar a la joven en su destino, sin saber que se trata de una de las empleadas de la empresa rival que intenta boicotearles. Así, por amor y amabilidad, conductor y cobrador pasan ante una <<comisión de honor y justicia>>, eufemismo de inquisición, ya que Gregorio, uno de los fundadores de la cooperativa, y Regalito, su fiel escudero, son cabeza de turco para salvar el pellejo de la empresa. Su defensa es la cortesía, como le habían insistido que fuera, pero nada de lo que dice en su defensa le sirve para salvar el su trabajo y el de su compañero. Ambos son cesados de sus puestos; pero alguien como Gregorio no puede quedarse impasible, quiere saber por qué se le despide, ya que no considera que su acción sea merecedora de tal proceder.
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