lunes, 25 de marzo de 2024

Irrational Man (2015)

El titulo del cuadragésimo sexto largometraje de Woody Allen parece dar por hecho que la irracionalidad no es una característica común a la humanidad, sino que la individualiza en un singular; en este caso, el profesor de Filosofía a quien da vida Joaquim Phoenix. Y en parte tiene razón, porque cada individuo resulta irracional a su manera, condicionado por su condición humana, por atributos propios y por su entorno, la relación que establece con el medio que habita y con otras personas que, como él, también son singularmente irracionales e igualmente comunes en su racionalidad (teórica) y en su vida cotidiana. Allen se interesa por ese tipo en concreto: Abe Lucas, a quien le concede la voz interior que nos comunica sus sensaciones y sus emociones, o la falta de las mismas en su aburrida cotidianidad, en la que ha caído y en la que ahoga su falta de acción y pasión en alcohol. Su otro centro de interés es Jill (Emma Stone), la estudiante que busca rebelarse del orden social que parece seguir su vida, a la que pretende dar emoción, pasión y un plus de intelectualidad en su relación con ese profesor a quien idealiza. Se ha hecho una idea romántica e inexistente del docente —fruto de sus clases y de la fama que le precede— con quien inicia una relación de amistad que desea llevar a un plano de mayor intimidad física. Son las dos voces que guían Irrational Man (2015), en la que el cineasta neoyorquino enfrenta filosofía, cuyas teorías, ideas y pajas mentales no dan respuestas, sino que conducen a nuevas dudas y a nuevos pensamientos teóricos, y la vida. En esta, no hay teoría que valga cuando en lo previsto, la cotidianidad y los hábitos, irrumpe lo accidental, la casualidad, el imprevisto, que vendría a ser el instante de excitación que, para bien o para mal, libera al individuo de su encierro en horarios y en rutinas que impiden ver e ir más allá de la repetición, la monotonía, la pasividad y el aburrimiento, el cual es el estado ideal para ser mentalmente activo. Por ejemplo, Abe nunca habría podido desarrollar la idea que le devuelve la alegría de vivir, y que llevará a la práctica creyendo en su perfecta planificación y ejecución, sin la inactividad donde se rechaza y se consume al inicio del film.

Tal como ya había demostrado en Delitos y faltas (1989) o Match Point (2005), la seriedad de Allen no es pedante ni cargante, tampoco busca teorizar sobre la vida; su cine no va de eso, tampoco es el Dostoevski de Crimen y castigo ni un Bergman en Persona (1966), y dudo que en algún momento pretendiese serlo; aunque existe afinidad entre algunas de sus propuestas cinematográficas y las obras del escritor ruso y el cineasta sueco. Hablan de la persona, expresan el singular, pero el suyo resulta más irónico y menos psicológico. En películas “serias” como Irrational Man, Allen se acerca a la comedia negra, esboza ideas y les da forma liberadora. Deja atrás la teoría de existir, consciente de que existe, pues asume la existencia igual que ha aceptado que ha de morir y desaparecer. En ese punto, opta por dejarse llevar por la práctica de la vida, con sus neurosis y su complejidad, en su falta de explicación lógica y racional. ¿Qué hay de racional en el amor y el odio, en el nacer y el morir, en vivir cual intelectual pasivo o como guerrillero activo? ¿Es esa la moraleja que encierran sus películas, que nuestras vidas no pueden ser explicadas a priori, porque siempre estamos en manos del imprevisto y de la irracionalidad que supone descubrir que no hay más respuestas que las que cada uno quiera dar? ¿O quizá no pretenda ninguna lección? Dudo que el cine de Allen busque respuestas ni pretenda lecciones morales; no es metafísico, es mundano y humanista, en el sentido que desnuda la humanidad y la vulnerabilidad de sus personajes y los muestra en su mundo (el entorno donde son), ante la duda, en la frustración, en el deseo, en la búsqueda de la plenitud siempre en fuga. Su cine apunta cotidianidades donde el imprevisto y las relaciones son irracionales, es decir, no pueden teorizarse, son emocionales y escapan al control de sus personajes, pues, ¿qué personaje de Irrational Man o de cualquiera de sus otras películas no son parte irracional, individuos sin respuestas, condenados a aprender a vivir en la inseguridad y en la imposibilidad de controlar sus vidas? Incluidos Kant, Kierkegaard y los existencialistas que le siguieron, ¿quién puede imaginar y explicar lo desconocido, los interrogantes que surgen, sino rellenando con fragmentos conocidos y teorías que escapan a la práctica que, en sí, es toda existencia?



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