sábado, 2 de diciembre de 2023

Montgomery Clift, vidas en conflicto

Su primer gran papel fue enfrentarse a John Wayne en el magistral western Rio Rojo (Red River, Howard Hawks, 1948) y no salir sin cuatro dientes menos, con un ojo hinchado y una bala en el pecho. Aunque se estrenó primero Los ángeles perdidos (The Search, Fred Zinnemann, 1948), la película de Hawks supuso su debut en el cine y, desde entonces, Montgomery Clift se convirtió en el actor del método más talentoso de Hollywood, posición que solo se vio amenazada por la brevedad de James Dean y con la irrupción en la escena hollywoodiense de Marlon Brando, con quien compartiría cabeza de cartel en El baile de los malditos (The Young Lions, Edward Dmytryk, 1958), pero en la que no tenían escenas comunes. Estrella indiscutible durante la primera mitad de la década de 1950, como buen intérprete “metodista”, lo suyo era crear interioridades más que personajes, que eran suma de conflictos, complejos, contradicciones, deseos, frustraciones, sufrimientos. Un buen ejemplo, el sacerdote de Yo confieso (I Confess, Alfred Hitchcock, 1952), en la que Hitchcock lo atormentaba con el conflicto interior generado por el conocer y no poder desvelar la verdad; contradicción que también sufrió en su vida fuera de las pantallas. “Monty”, como era conocido por sus amistades y colegas de profesión, tuvo una carrera fulgurante, plagada de éxitos, de grandes papeles en películas que forman parte de la historia del cine. Pero su vida profesional no resultó un cuento de hadas, tampoco la personal, ni su estancia en Hollywood parecía llenarle. Algunos opinaban que era un engreído, inseguro, acomplejado; otros opinaban de forma bien distinta; como fue el caso de Elizabeth Taylor. Por su parte, Olivia de Havilland tuvo <<la sensación de que solo pensaba en sí mismo>>. (1) Decía que su pareja en La heredera (The Heiress, William Wyler, 1949) se encerraba y no hablaba con nadie, salvo con su entrenador. Como otros grandes divos de la pantalla, Clift era un actor difícil con el que trabajar, pero a William Wyler no le tosían sus intérpretes; ni siquiera Bette Davis pudo con él. Si alguien tosía en el plató era con su consentimiento. Así que a Wyler no le costaba lidiar con mocosos caprichosos, ni estrellitas de celuloide ni con el joven actor cuyos celos hacia De Havilland, e incluso hacia Miriam Hopkins, asomaron en varios momentos del rodaje. Era un cúmulo de inseguridades, tal vez; pero el muchacho que se encerraba en su camerino y no hablaba con nadie llevaba las de perder ante un cineasta de la vieja escuela: pero también las de ganar al ser dirigido por alguien tan perfeccionista como lo era el director de Ben-Hur (1959). El resultado artístico de aquel encuentro fue magnífico y la carrera de Clift salió reforzada.

Era un actor en alza y así siguió hasta De aquí a la eternidad (From Here to Eternity, Fred Zinnemann, 1953), durante cuyo rodaje se corrió unas cuantas juergas con Frank Sinatra y cuyo éxito lo encumbró todavía más alto. Sin embargo, no llegaba a encontrarse y decidió alejarse de la gran pantalla. Regresó al teatro, que eran sus orígenes escénicos, tras el rodaje de The Berlin Blaze (Robert Siodmak, 1954), y se mantuvo apartado de las pantallas hasta que su amiga Elizabeth Taylor, con quien había entablado amistad durante el rodaje de Un lugar en el sol (A Place in the Sun, George Stevens, 1951), quiso contar con él para El árbol de la vida (Raintree County, Edward Dmytryk, 1957). Esta película marcaría el resto de su vida, pues, durante el rodaje, sufrió el accidente automovilístico cuyas secuelas físicas generaron las psicológicas que acabarían por (auto)destruirle. <<Tenía una cantidad terrible de problemas psíquicos>>, (2) recordaba Elia Kazan. <<A veces no podías ni mirarle de tanto como sufría>>, comentó el director de Río salvaje (Wild River, 1960) sobre su actor principal en esta película, de quien también dijo que <<no quería contratarle porque no pensaba que tuviese la fuerza de interpretar este papel>>. Pero no solo era ese el motivo, Kazan quería a Brando, porque este era su actor favorito y porque Clift tenía problemas con el alcohol. Sin embargo, la suya resultó una interpretación más que convincente, quizá porque la adapta a su propio estado personal.

Los años que siguieron a su accidente fueron un tormento para el actor, que fallecía en julio de 1966, de un fallo cardíaco. El mismo año de su muerte había protagonizado un film en Europa y, tras cuatro años desde su última película en Hollywood, pensaba regresar al cine hollywoodiense interpretando al mayor Perdenton en Reflejos en un ojo dorado (Reflections in a Golden Eye, John Huston, 1967), film que finalmente interpretó Brando y que iba a significar su reencuentro profesional con su amiga Elizabeth Taylor —quien de nuevo intervenía a su favor— y con John Huston, para quien había rodado Vidas rebeldes (The Misfits, 1961) y Freud, pasión secreta (Freud, 1962). Este biopic sobre el padre del psicoanálisis resultó un rodaje complicado tanto para el actor como para Huston, pues el primero no hacía más que olvidarse de sus diálogos y el segundo actuaba en consecuencia. <<Monty tenía dificultad para memorizar su papel […] Su conducta petulante y obstinada era un intento de ocultarme a mí y a los demás —y probablemente a sí mismo— que ya no era capaz de actuar.>> (3) Elizabeth Taylor fue su mayor amistad en Hollywood. Le demostró lealtad y cariño en numerosas ocasiones, e insistió en que protagonizase a su lado De repente, el último verano (Suddenly, Last Summer, Joseph L. Mankiewicz, 1959). Gore Vidal, que había adaptado el texto de Tennesse Williams en el que se basa la película, fue bastante claro al decir que <<Había olvidado lo hermosa que era Elizabeth Taylor y lo destrozado que estaba Montgomery Clift. Un lado de la cara estaba paralizado a causa de un accidente de tráfico. Aún así, Taylor insistió en que hiciese el papel. Entre la bebida y los analgésicos solo podía trabajar por la mañana. […] Después de todo, era mejor que la mayoría de actores incluso en ese estado.>> (4) Y aunque para el productor Sam Spiegel y para Mankiewicz resultase un lastre, Clift acabó dando vida al neurocirujano que intenta solucionar los problemas psicológicos de dos mujeres, las interpretadas por Katharine Hepburn y la actriz que más lloró su muerte: <<lo adoraba. Monty era mi amigo más querido. Era mi hermano.>> (5)


Filmografía


Río Rojo (Red River, Howard Hawks, 1948)


Los ángeles perdidos (The Search, Fred Zinnemann, 1948)


La heredera (The Heiress, William Wyler, 1949)


Sitiados (The Big Lift, George Seaton, 1950)


Un lugar en el sol (A Place in the Sun, George Stevens, 1951)


Yo confieso (I Confess, Alfred Hitchcock, 1953)


Estación Termini (Stazione Termini, Vittorio de Sica, 1953)


De aquí a la eternidad (From Here to Eternity, Fred Zinnemann, 1953)


The Berlin Blaze (Robert Siodmak, 1954)


El árbol de la vida (Raintree County, Edward Dmytryk, 1957)


El baile de los malditos (The Young Lions, Edward Dmytryk, 1958)


Corazones solitarios (Lonelyhearts, Vincent J. Donehue, 1958)


De repente, el último verano (Suddenly, Last Summer, Joseph L. Mankiewicz, 1959)


Río salvaje (Wild River, Elia Kazan, 1960)


Vencedores o vencidos (Judgment at Nuremberg, Stanley Kramer, 1961)


Vidas rebeldes (The Misfits, John Huston, 1961)


Freud, pasión secreta (Freud, John Huston, 1962)


El desertor (L’espion, Raoul Lévy, 1966)


(1) Olivia de Havilland, citada por Ángel Comas: William Wyler. T&B Editores, Madrid, 2004


(2) Elia Kazan, entrevista con Michel Ciment: Elia Kazan por Elia Kazan (traducción de Marisa Fontanet). Editorial Fundamentos, Madrid, 1998.


(3) John Huston: A libro abierto (traducción de  Maribel de Juan). Espasa-Calpe, Madrid, 1986.


(4) Gore Vidal, citado por Christian Aguilera: Joseph L. Mankiewicz. Un renacentista en Hollywood. T&B Editores, Madrid, 2009.


(5) Elizabeth Taylor, citada por Cristina Morató: Diosas de Hollywood. DeBolsillo, Barcelona, 2020.

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