De repente, el último verano (1959)
La pasión por el teatro se hace visible a lo largo de la filmografía de Joseph L. Mankiewicz, ya sea en Eva al desnudo (All about Eve, 1950), que adapta un guion original que se desarrolla dentro del ámbito teatral, el inicio de Mujeres en Venecia (The Honey Pot, 1967) —en la puesta en escena de la obra Volpone del dramaturgo isabelino Ben Johnson— o en producciones como Murmullos en la ciudad (People Will Talk, 1951), Julio César (Julius Caesar; 1953) o La huella (The Sleuth; 1972), que tienen su origen en piezas teatrales de los autores Curt Goetz, William Shakespeare —para Mankiewicz el más grande— y Anthony Shaffer. Dentro de este conjunto de adaptaciones también se incluye De repente, el último verano (Suddenly, Last Summer, 1959), una película de fantasmas sin más espectros que los interiores que atormentan a sus dos protagonistas femeninas, espectros que nacen de la figura ausente de un personaje tan importante para la trama como el trío principal de esta adaptación de la obra homónima de Tennesse Williams, a quien no le satisfizo el resultado del film. Aunque solo Williams y Gore Vidal aparecen acreditados en el guion, parece evidente la intervención del cineasta en la escritura del mismo, como apunta la importancia que el film concede a la psiquiatría —otro de los temas que interesaban al realizador de Operación Cicerón (Five Fingers, 1952)— y a la mentira, aunque esta forme parte de la defensa empleada por Catherine (Elizabeth Taylor) y Violet Vanable (Katharine Hepburn) para no sucumbir a la verdad que ocultan y que sin duda las desequilibra. Durante el opresivo metraje destaca el duelo que mantienen las antagonistas ante la mirada del psiquiatra interpretado por Montgomery Clift, quien se incorporó al reparto por deseo expreso de su amiga Elizabeth Taylor, y con las dudas del productor Sam Spiegel y Mankiewicz, que no veían con buenos ojos la participación del actor, inestable debido a las secuelas psíquicas que arrastraba desde su accidente de tráfico.
La trama se sitúa en 1937, en una pequeña localidad donde se ubica el centro psiquiátrico cuyos medios técnicos no cubren las necesidades ni de los pacientes ni de los profesionales entre quienes se cuenta el doctor Cukrowicz, un prestigioso neurocirujano que se queja de las precarias condiciones en las que trabaja, carencias que podrían desaparecer si consigue una sustanciosa donación de la viuda millonaria local que requiere su presencia. El primer encuentro entre el Cukrowicz y Violet se produce desde la distancia de dos niveles que se acercan —aunque nunca se igualan— cuando ella desciende en su ascensor para darle la bienvenida. Durante su entrevista recorren el bochornoso y selvático jardín donde la millonaria alimenta a su planta carnívora (acto que simboliza su relación materno-filial) mientras habla de la muerte de su hijo el verano anterior y de su sobrina Catherine, que se encuentra ingresada en una institución donde no pueden practicarle una operación similar a la realizada por el médico al inicio del film. La primera parte de De repente, el último verano señala la obsesiva relación que Violet mantuvo con su hijo Sabastian, una relación que exterioriza —manteniendo oculta parte de la misma— idealizando la imagen filial y alterando circunstancias que no desea dar a conocer ni reconocer. Dichas circunstancias guardan relación con el rechazo que sintió cuando su hijo la sustituyó por esa mujer más joven, a quien Sebastian también pretendía utilizar como cebo para atraer a posibles conquistas (cuestión que Violet había aceptado para retenerlo a su lado).
A medida que avanza el metraje y el doctor evalúa a Catherine, se descubren aspectos relacionados con ese fantasma que no abandona las mentes de ambas mujeres: la de una madre encerrada en su aislamiento —solo compartido con Sebastian— y la de esa joven que no recuerda nada de aquel día del verano anterior, durante el cual, y según el dictamen oficial, su primo falleció de un ataque al corazón. Esta sombra en su memoria nace de su necesidad de olvidar, cuestión que siembra las dudas del doctor respecto a su locura y a la conveniencia de realizar o no la intervención que todos, menos la paciente, parecen desear, ya sea por la neurótica necesidad de Violet por ocultar asuntos relacionados con su hijo, por la ambición y mezquindad de la madre (Mercedes MacCambridge) y del hermano (Gary Raymond) de Catherine o por la cuantiosa suma que la millonaria dona a la institución para la cual trabaja en neurocirujano. Pero el eje sobre el que se vertebra la película reside en el personaje de Hepburn, encerrada en su mundo de dos, construido para compartir con aquel a quien había idolatrado hasta la obsesión, de ahí su desequilibrio y su negativa a que alguien accediese o acceda al reino compartido con su retoño, y que se vio amenazado con la aparición de Catherine. En el presente, Violet orienta su desorden emocional hacia esa joven trastornada por el hecho que, borrado de su memoria, la antagonista desea que permanezca en el olvido. Quizá la explicación a su comportamiento se encuentre en las palabras de Mankiewicz en una de sus entrevistas con Michel Ciment: <<no hay nada de fantástico en De repente, el último verano. Hay algo de imaginación —no todos los días una madre interpreta a la proxeneta para su hijo homosexual—, pero ese es el universo fantasmal de Tennesse Williams>>. Lo dicho por el realizador apunta al comportamiento oculto del personaje de Katharine Hepburn, que alimentaba el apetito sexual de su hijo para retenerlo a su lado, del mismo modo que rechazaba la presencia de cualquiera que intentase sustituirla en la necesidades de saciar la voracidad de quien había idolatrado y de quien quiere conservar el recuerdo alterado por su desequilibrada percepción, cuestión que se observa en su encierro en la mansión donde se mantiene ajena a cuanto no sea la ficción tras la cual enmascara su trastorno emocional.
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