Era el primer largometraje que Danny de Vito dirigía para el cine —con anterioridad, había dirigido cortometrajes, episodios y películas para televisión— y apostó fuerte por el humor negro que encuentra su punto de partida en la idea que establece los lazos entre los dos personajes centrales de Extraños en un tren (Strangers on a Train, 1951). Dicha idea, la de intercambiar crímenes, hace que Tira a mamá del tren (Throw Momma from the Train, 1987) tuviera todas las papeletas para ser la versión cómica del film de Hitchcock, con Danny De Vito y Billy Crystal en los papeles que en su día interpretaron Robert Walker y Farley Granger. Pero ni De Vito, director de la película, ni el guionista Stu Silver son Hitchcock ni Patricia Highsmith, la autora del libro en el que se basó el guion de Raymond Chandler, Whitfield Cook y Czenzi Ormonde. De modo que cualquier parecido razonable entre ambos films es fruto de la admiración e influencia que los responsables del segundo hayan recibido del primero, el cual, sin duda, es un gran ejemplo de cine negro y de la “retorcida” ironía de Hitchcock, a quien se alude como influencia para el crimen perfecto que planea Owen (De Vito), cuando acude al cine a buscar inspiración y allí escucha la propuesta que Robert Walker le hace a Farley Granger. En ese instante comprende que dicha propuesta también es la solución para sus males. Un cruce; un intercambio. Nadie sospechará y, sin temor a ser descubierto, podrá deshacerse de su madre (Anne Ramsey). Más que una mujer controladora que somete y humilla constantemente a su hijo, la madre es un ser feroz y grotesco que bien pudiera ser la caricatura de las que asoman a lo largo de la filmografía del director de Psicosis (Psycho, 1960). Los personajes de Crystal y De Vito son niños grandes, o eso se deduce de su comportamiento. Fantasiosos y con problemas, pero sin saber cómo enfrentarse a la realidad que les impide avanzar y resolver sus preocupaciones, encarar sus miedos y sus frenos —el bloqueo en el escritor interpretado por Billy Crystal, a quien su ex mujer (Kate Mulgrew) le ha robado su novela, que resulta ser un éxito editorial—. Así, ninguno de ellos logra la plenitud, más bien se encuentran atrapados en un punto de sus existencias del que no pueden alejarse hasta que su encuentro les proporciona la oportunidad para liberarse. Del rechazo a la amistad, la relación de Larry y Owen va sustituyendo la posible intriga, la cual solo es la excusa para el homenaje y el desarrollo del humor negro con el que De Vito parece disfrutar como realizador, un humor que llevaría al matrimonio de La guerra de los Roses (The War of the Roses, 1989), su siguiente película tras las cámaras.
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