A John Huston le gustaba experimentar con la textura y los tonos de sus películas en color. Moulin Rouge (1952), Moby Dick (1956) y Reflejos en un ojo dorado (Reflections in a Golden Eye, 1967) son los mejores ejemplos. De ahí que fuese insistente en ese punto y algo “dejado” en otros —no se preocupaba demasiado en indicar a los actores y actrices qué esperaba de sus actuaciones, cómo actuar o crear sus personajes; les dejaba libertad para improvisar—. Era un tipo peculiar, de eso no cabe duda, tampoco la hay respecto a que era un cineasta de primera, con un sentido visual innato, osado, dispuesto al reto, como lo pudo ser llevar a la gran pantalla el libro Reflejos en un ojo dorado y lograr una película perturbadora, cuyo tono dorado apagado y su marco físico —un fuerte militar en el sur de los Estados Unidos— elevan la sensación represiva y la carga psicológica que pesa sobre los personajes. A pesar de que ese espacio les reúne, no hay comunión ni posibilidad de establecerla. Se trata de un film más que de personajes, de soledades, represión y aislamiento, cuyo ejemplo más claro puede ser el mayor a quien da vida Marlon Brando, que aceptó el papel que iba a ser interpretado por Montgomery Clift, pues el actor que había trabajado para Huston en Vidas rebeldes (The Misfits, 1961) y Freud (1962) fallecía poco antes de iniciarse el rodaje. Brando interpreta a Penderton, un oficial casado y aquejado de convencionalismo, de la moralidad represiva de un entorno masculino, marcial y machista, de no poder expresar sus emociones, sus sentimientos, sus pensamientos ni el deseo que le despierta uno de sus soldados (Robert Forster). Vive en el aislamiento, en un matrimonio de incomunicación y rechazo, en el encierro de su homosexualidad, sexualidad intolerable en el ámbito castrense y condenada por la sociedad a la que pertenece, una conservadora, represiva y temerosa de cuanto escapa a su comprensión; es decir, a su orden, que es el propio de la época en la que se ambienta el film y la novela homónima de la escritora Carson McCullers en la que se basa el guion. Un primer borrador corrió a cargo de Francis Ford Coppola, pero Huston lo desestimó y contrató a Christopher Isherwood, pero tampoco resultó como él quería. Así que convenció al escocés Chapman Mortiner para que lo escribiera. Le gustó y, finalmente, ese guion sería retocado por Gladys Hill y el propio Huston, que no aparece acreditado como guionista.
Pero Reflejos en un ojo dorado también es un film vouyerista, de mirada más acechadora, opresiva e incómoda que la asumida por Alfred Hitchcock en La ventana indiscreta (The Rear Window, 1954), una elección que, si bien la eleva por encima de otros films sobre el matrimonio, el aislamiento, la homosexualidad latente, la neurosis y los convencionalismos, la distancia del público general, lo que supuso que resultase un fracaso en la taquilla a pesar de contar con la presencia estelar de Elizabeth Taylor, que venía de recibir numerosos reconocimientos y premios por su papel de Martha en ¿Quién teme a Virginia Woolf? (Who Afraid to Virgia Woolf?, Mike Nichols, 1966) y Marlon Brando. El actor recordaba que Huston les dejaba improvisar; textualmente, que <<John dejaba a los actores en paz. No nos daba ninguna instrucción. Contrataba buenos actores, confiaba en ellos y dejaba que improvisaran, pero nunca ayudó a formar un personaje, como hacía Kazan>>, (1) algo típico de este gran cineasta que consideraba que sus intérpretes tenían que conocer su trabajo. Le preocupaban otras cuestiones, la historia y cómo contarla. En este drama psicológico se decanta por el uso del ambarino apagado que domina en la fotografía de Oswald Morris —que no aparece acreditado—; ese tono genera una sensación opresiva, al observar a todos sus personajes —incluso el soldado mirón es a su vez mirado, sea por el público o por el mayor Penderton—, los cuales viven encerrados, atrapados, condenados,… Quizá la infidelidad logre conceder un respiro de sus respectivos matrimonios a Leonora (Elizabeth Taylor) y al coronel (Brian Keith), pero solo es otro de los reflejos del film. Al reparto podría sorprenderle que Huston les dejase a su aire, que improvisasen y buscasen a sus personajes, pero es que el cineasta no era alguien que pensase el cine como la dirección de actores; para él, no era lo importante. Huston era un cineasta visual, cinematográfico, que posteriormente ya encontraría en el montaje las actuaciones deseadas, las que más le convendrían para el conjunto homogéneo que es toda película concluida, editada y preparada para su estreno. En el caso de Reflejos en un ojo dorado no resultó atractivo para el público, probablemente porque era un film de una complejidad y de una temática que discordes al gusto popular; pero, para Huston, fue diferente. Se sentía orgulloso de haberla rodado: <<Me gusta Reflejos en un ojo dorado. Creo que es de mis mejores películas. Todos los actores —Marlon Brando, Elizabeth Taylor, Brian Keith, Julie Harris, Robert Forster y Zorro David— hicieron una interpretación maravillosa, incluso mejor de lo que yo hubiera esperado. Y Reflejos es una película bien construida. Escena por escena —en mi humilde opinión— es bastante difícil ponerle peros.>> (2)
(1) Marlon Brando y Robert Lindsey: Las canciones que mi madre me enseñó (traducción de Elsa Mateo). Editorial Anagrama, Barcelona, 1994.
(2) John Huston: A libro abierto (traducción de Maribel de Juan). Espasa-Calpe, Madrid, 1986.
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