<<Conocidos casi siempre por su antagonismo físico —en Alemania, Dick und Doof; en Portugal, O bucha e o estica; en Suecia, Helan och Halva; en Polonia Flip e Flap; en Holanda, Dikke & Dunne; en Rusia, Pat & Patashón—, solo en sus respectivos países de origen, Estados Unidos y Reino Unido, se mantendrían hasta cierto punto el nombre artístico completo, mientras Francia reducía este al apellido, Laurel et Hardy, en Italia, al de pila cariñosamente transformado, Stanlio e Ollio. “Elevando la destrucción al rango de las Bellas Artes, desdoblando la soledad del cómico en un diálogo que es como un resumen “ejemplar” de nuestras referencias del Otro, con el absurdo irreductible que ello implica, crean por sí mismos un mito de los más vivos en la historia del cine”, escribió con lenguaje de crítico Peter Kral,(2) elogio que habría dejado de una pieza a los interesados, de llegar a conocerlo. Claro que no solo se trataba de físicos contrapuestos —“el Gordo y el Flaco”—, sino de posturas antípodas en principio, la del sabelotodo y la del confiado a ultranza, que como siempre acababan por convergir en una sola, la incapacidad humana de salir adelante cuando nuestro intelecto no da para tanto. “Ese par de tontos”, así les llamó desde un principio la sabiduría popular, adelantándose al dictamen de poetas —Alberti—(3) e intelectuales —Sánchez Ferlosio—.(4) Y así se sigue conociendo hoy —“Parecen el Gordo y el Flaco”, oímos— a quienes van juntos por la vida cometiendo desatinos sin pretenderlo ni acabar de enterarse siquiera de su magnitud. “Stan Laurel, Stan Laurel y Hardy Oliver, se limpian el culo, se limpian el culo con un papel”, cantábamos los niños de entonces a pleno pulmón. Y muchos lo seguimos haciendo todavía, aunque bajito, para que no se nos oiga bien. En las pantallas nacionales, la pareja presentaba una característica propia, y era que ambos hablaban con un exagerado acento anglosajón mientras el resto del reparto se expresaba en correcto castellano. Tal dualidad se debía a que, en los principios del sonoro, cuando aún no se había implantado el doblaje, ambos cómicos rodaron varias spanish versions de sus éxitos americanos hablando la lengua de Cervantes como podían —o sea, muy mal—, lo que acabó constituyendo un atractivo más de la pareja, que los distribuidores se negaron después a desaprovechar.>>
José Luis Borau (1)
Oliver Hardy nació en Harlem, Georgia, Estados Unidos. Fue un día de 1892 (18 de enero). Stan Laurel (Arthur Stanley Jefferson) veía los primeros colores mundanos dos años antes, en Ulverston, Reino Unido, en 1890, el 16 de junio. Un océano los separaba y ellos ni lo sabían ni se lo planteaban. No eran tontos, o no más que cualquiera, sino que su ignorancia la justifica que nadie sabe aquello que desconoce ni conoce a quien nunca ha visto y de quien nunca ha oído hablar. Llantos, pañales, biberones, colegios y peleas en los patios, heridas en las rodillas, un oficio y unas variedades después, ya en un medio de expresión reconocido, sus destinos se unieron por obra de Hal Roach y sus dotes cómicas se complementaron y evolucionaron de la mano de cineastas como Leo McCarey, quien los dirigió en doce cortometrajes —y el que dirigió a Stan en solitario: Eve’s Love Letters (1927)—, entre los que se cuentan Libertad (Liberty, 1929) y Ojo por ojo (Big Business, McCarey y James W. Horne, 1929). Hacia finales del periodo silente, ya habían alcanzado la comunión “perfecta” de sus habilidades y su “matrimonio” era la imagen del éxito. Laurel y Hardy formaban una de las parejas cómicas más anárquicas, exitosas y populares del celuloide; quizá, la más. Digna de las risas y de la admiración del respetable, de la simpatía y de exclamaciones tal que <<¡Menuda pareja, Stan Laurel y Oliver Hardy!>>, como exclamaba admirado Jerry Lewis en sus memorias. Allí, también decía que <<Incluso ahora me aflora la sonrisa a los labios cuando recuerdo las distintas modalidades que tenían de verse envueltos en el caos creado por ellos mismos. Eran tan extraordinariamente originales, tan divertidos, que en ocasiones me quedaba toda la noche en vela viendo y volviendo a ver sus dos o tres películas principales. Y cada vez descubría una nueva faceta, un nuevo giro, un nuevo detalle. […] Eran, y son, quiméricos y simpáticos como un recuerdo antiguo…>> (5) Stan y Oli se unieron artísticamente gracias a la perspicacia de Roach, como ya se ha dicho. El productor y antiguo socio de Harold Lloyd fue el primero en darse cuenta del contrapunto y la complementariedad de ambos cómicos, de quienes podría decirse aquello de “tanto monta, monta tanto”, el gordo como el flaco; o si se prefiere, se puede entonar la canción recordada por Borau o recitar el poema de Alberti. Mas no es extraño leer o escuchar que el genio era Laurel (el que ideaba los gags), pero, aunque el gagman fuese Stan, no es posible el uno sin el otro. Hardy dejaba hacer a su compañero, que contaba con su aprobación, y el “Flaco” daba rienda suelta a su inventiva cómica. Era consciente de que seria menos brillante sin Hardy, igual que este sabía que su unión con Laurel le hacía único.
Hay quienes les recuerdan y quienes nada saben de ellos, pero ahí sigue su imagen, el mito que flota en el tiempo que separa el hoy de aquel público que entraba en los cines para ser cómplices del caos cómico de la pareja que les transportaba a un mundo donde, por un instante las risas reinaban junto a la anarquía y el disparate. En su libro de memorias, recordando su encuentro con Stan y su soledad —Oli había fallecido en 1957 y el Flaco vivía en una residencia—, Lewis expresa: <<El mundo de Hollywood no le homenajeó, fue objeto del olvido y de la indiferencia; pocos recordaban sus aportaciones a la industria cinematográfica>>. En esas dos ultimas palabras reside la clave de la desmemoria de una factoría cuyos productos son las películas y también las estrellas, a las que “vende” en su esplendor y olvida e incluso “tira” en su ocaso. Pero como heraldos de la anarquía de la risa, pues el reírse evidencia y pone en entredicho todo orden y caos, fueron la pareja ejemplar, quizá su máxima expresión. Para el escritor mexicano Carlos Fuentes sin el quizá: <<Desde Sailors, beware! (1927) hasta Jitterbugs (1943). El Gordo y El Flaco llevaron la anarquía hasta extremos delirantes. Como meseros de un banquete, derraman la sopa en el escote de una dama. Como músicos de una orquesta sinfónica, vuelven loco al conductor y conducen al caos. Caos en la silla del dentista. Ridiculez al firmar sus nombres en el registro de un hotel. Un chivo se come los pantalones del Gordo. No vemos al Flaco caer por una escalera: sólo oímos el ruido, y el ruido nos da risa. Reman en una lancha cada uno en sentido contrario. El barco acaba con trece pasajeros a bordo, todos peleando contra todos. Éste es el gran final de las comedias de El Gordo y El Flaco: la anarquía, la destrucción de una pastelería, de una casa, de una cena. Vuelan los pasteles, la escalera de la casa es muy corta o demasiado larga, los elegantes invitados a una cena terminan empastelados, y sobre todo, los pasteles vuelan en un caos generalizado, cada pastelazo provoca otro y este cinco más. Y así ad infinitum.>> Y ya para rematar, Fuentes escribe que <<Hay muchas lecturas de las películas del Gordo y el Flaco. Una es la del ridículo refinamiento del Gordo ante la torpeza cómica del Flaco. Otro es el del horror ante sus malditas esposas, dignos pepinos que le amargan la existencia a la pareja Gordo-Flaco, eternos solteros casados el uno con el otro y observados, únicamente, por el inevitable e iracundo James Finlayson, testigo de la pareja cómica en el trono británico, en el desierto, en Escocia, en el Far West. En una geografía que en verdad no cambia. El continente de Laurel y Hardy se llama “la anarquía” y nadie la ha representado mejor que el solemne Gordo y su titubeante Flaco.>> (6)
(1) José Luis Borau: Palabra de cine. Su influencia en nuestro lenguaje. Ediciones Península, Barcelona, 2010.
(2) Jean-Loup Passek: Dictionnaire du Cinéma. Larousse, 1998.
(3) Stan Laurel y Oliver Hardy rompen sin ganas 75 o 76 automóviles y luego afirman que de todo tuvo la culpa una cáscara de plátano, poesía de Rafael Alberti.
<<Me sorprende que la ley haya decretado el arrendamiento por hora de casi todos los guardias
porque yo quisiera saber quién inventó este orgullo que le entra al chocolate cuando se acuerda de la harina lacteada
Y es que a mí me preocupa mucho el silencio y la astronomía
y la velocidad de un caballo parado
y la inmortalidad de los trenes expresos que predicen la futura muerte de los tranvías
más es que tú viniste al mundo con un sombrero muy preocupado
sííííííí
yo me acuerdo regularmente de mi abuela materna
cuando un cuervo destruía las torres
y tú de desayuno te comías 144 clavos + 18 tachuelas
y es que a ti te jubilaron de chófer porque ignorabas todas las ciudades de la izquierda
me parece que voy a tener que llorar
me parece que yo voy a tener que llorar porque esta madrugada una farola de gas asesinó mi bicicleta…>>
Rafael Alberti: Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos. Madrid, Cátedra, 1981.
(4) Rafael Sánchez Ferlosio: La hija de la guerra y la madre de la patria. Destino, Barcelona, 2002.
(5) Jerry Lewis: En persona (de la traducción de Jorge Bertevoro). Torres de papel, Madrid, 2013.
(6) Carlos Fuentes: Pantallas de plata. Alfaguara, Madrid, 2014.
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