martes, 29 de agosto de 2023

Sembrando ilusiones (1972)

Pienso en los títulos que suman entre los cuatro protagonistas de Sembrando ilusiones (Lo scopone scientifico, 1972) y me hago una idea de su legado cinematográfico y su impronta en la historia del cine. Estos cuatro mitos de la gran pantalla, Alberto Sordi, Silvana Mangano, Joseph Cotten y Bette Davis, se enfrentan en el juego de cartas “la escoba”, inventado en Italia en el siglo XVI y exportado a otros lugares. Existen variantes y diferentes reglas, pero “la escoba” que aquí asoma y da título a esta película de Luigi Comencini, cuyo guion corrió a cargo de Rodolfo Sonego, es la “científica”. <<Un juego muy antiguo, creo, inteligentísimo, terrible, despiadado…>>, explica la millonaria (Davis) en una entrevista que emite la radio. Y no exagera, ese juego de naipes reúne y enfrenta a dos parejas que compiten, sufren y se dejan la piel por distintos motivos. La formada por Peppino (Sordi) y Antonia (Mangano), matrimonio con hijos, quiere salir de pobre; y la de George (Cotten) y la “vieja”, cumple los caprichos de esta última, mujer dominante y acostumbrada a que los demás sean sus esclavos. La millonaria se descubre implacable en el juego y en la vida; antes de perder, está dispuesta a agonizar para impedirlo. El duelo del cuarteto es sobre el tapete, pero también se generaliza y se populariza en la barriada del matrimonio. Allí vitorean a su pareja, la de los marginados y obreros, y les animan a desplumar a la “vieja”, a la que llevan ocho años intentando vencer para salir de pobres. Es el duelo entre las clases que ambas parejas representan.

Si bien los personajes están condenados a perder, la película gana priorizando la farsa sobre el drama que se esconde tras la sátira: deformación/representación con la que Comencini saca a la luz una situación y unas diferencias insalvables, así como comportamientos tan humanos como mezquinos o dignos de compasión: los del matrimonio, cuya ilusión de salir de pobres es su motor existencial y a la vez su condena; el de George, cuyo amor sumiso le ha robado su personalidad, sus ilusiones propias, dice que lo dejó todo por servir a sus amada —en esto me recuerda al personaje de Eric von Stroheim en El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard, Billy Wilder, 1950)—; y de la millonaria, monstruosa en su mal perder; ahí muestra su verdadero rostro, no por el dinero que pueda salir de su caja fuerte, sino porque las victorias en las partidas son su modo de alejar la sombra de su pobreza emocional y reivindicar su posición dominante en el mundo —como recuerda a sus oponentes cuando les enseña el álbum de fotos de sus partidas por todo el planeta, jugando a la escoba contra otras parejas marginales—. Ella no juega a las cartas por un placer lúdico; juega a ganar, a humillar y a someter. En ambas parejas, las mujeres son quienes llevan la voz cantante, las que saben jugar y las que censuran a sus compañeros. <<Flojos. No están a la altura>>, comenta el mayordomo acerca de los hombres, cuando le preguntan cómo va el juego, el cual, en manos de Comencini, otro de los grandes maestros de la comedia italiana, se desarrolla satírico, humano, implacable. Comencini es consciente de que comedia y drama caminan inseparables; y en el propio drama de los personajes, encuentra lo cómico y lo patético, que de tan patético resulta trágico. La tragedia de la derrota, la existencial. No se trata de un juego, sino de lo que significa tanto para los pobres como para la “vieja” millonaria. Los primeros juegan por hacer real la promesa de salir de la miseria; la señora y su chofer, amante, confidente, esclavo, lo hacen porque así lo desea ella, ya que le produce placer jugar con pobres, ver como se arrastran para ganarle mientras ella les humilla y somete para salir de su aburrimiento y de su soledad, la cual quizá sea debido a su posición en la vida o quizá a su personalidad. Y así, la escoba científica, la ilusión de “salir de pobres” y la necesidad de someter, se va transformando en la desilusión y en la maldición de vivir muriéndose de miseria y de morir viviendo en una fría soledad millonaria…



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