Por primera vez en una pantalla de cine asomaba una superficie negra con un círculo blanco que se movía hasta detenerse y transformarse en el túnel metálico por cuyo fondo un hombre trajeado, que pasaba por allí, se volvía hacia el público y disparaba, provocando que la pantalla se tiñera de rojo al ritmo del ya famosísimo tema compuesto por Monty Norman. Era el primer disparo de un mito cinematográfico y de un icono de la cultura pop. Corría el año 1962 y la guerra fría era una realidad de orden mundial que enfrentaba en las sombras, en los despachos de embajadas, ministerios y agencias secretas y en otros puntos del globo a dos bloques antagónicos en su ideología, pero cercanos en sus intenciones expansionistas y de control mundial. Los espías y los conflictos bélicos en puntos determinados del planeta eran parte de la misma, pero el agente 007, que se convierte en el protagonista exclusivo de la guerra fría que el Servicio Secreto de su Majestad mantiene con Spectra, no es un agente al uso, sino uno con licencia para seducir, conquistar, mandar a paseo, encender un cigarrillo, ironizar, jugar en los casinos más lujosos, viajar por el planeta y el espacio, golpear, matar; licencias que, salvo la de matar, viajar y alguna otra como beber su martini seco con vodka, mezclado y no agitado, se le han ido negado durante el transcurso del tiempo histórico que separa su primera aparición cinematográfica hasta la última película suya que se ha estrenado.
Los años de vida cinematográfica del agente doble cero se cuenta por décadas en las que el mundo ha vivido en constante y veloz transformación. Aparte de la crisis de los misiles cubanos, la guerra de Vietnam, la cirugía moderna, el alunizaje, la ocupación soviética de Afganistán, los carteles de la droga, la caída del muro de Berlín y del bloque comunista, internet, la telefonía móvil, el World Trade Center, las armas nucleares de Corea del Norte, el cambio climático, las diferentes crisis energéticas, la clonación, el auge económico y tecnológico chino y más cuestiones que no han pasado desapercibidas en la saga, también la sociedad, la moral que la domina, su corrección en los usos y las formas, el cine y el personaje han sufrido cambios. Bond ha dejado de fumar, de coquetear con Moneypenny y de seducir y ser seducido por mujeres de cualquier etnia y nación, mujeres que visten bikinis, kimonos, uniformes, vestidos de gala, trajes chaqueta, vestimenta especial, ropa ajustada o prendas más flojas. Lo que a Bond, al viejo James Bond, le importa de las mujeres no es su origen ni la ropa que luzcan. A las que se acerca y las que se le acercan en la pantalla son de bandera y de armas tomar, como la rubia que sale del agua en la primera película de la saga para convertirse en la imagen icónica de la “chica Bond” a la que Halle Berry rendiría un homenaje a la altura en Muere otro dia (Die another Day, Lee Tamahori, 2002). “Chica Bond”, así llamaban a la chica que coprotagoniza una película de James Bond en la época de Agente 007 contra el doctor No (Dr. No, Terence Young, 1962) sin que a nadie le sonase hiriente, sencillamente sonaba como parte del encanto de las aventuras del agente con licencia para asesinar y del negocio redondo para los productores del invento: Harry Saltzman y Albert R. Broccoli. Pero, sin duda, quien salió ganando más que cualquier otro, me refiero en fama para la “eternidad” que ya comparte con los diamantes, del estreno cinematográfico del espía creado por Ian Fleming, que a su vez era colega de oficio, pero menos molón, fue Sean Connery. Hasta entonces, el actor había aparecido en varias películas, aunque en ninguna con el impacto que provocó su elegante, seductor y repartidor de estopa con licencia para cargarse a cualquiera que no sea de su bando o de su banda. Acción, ironía, chulería, violencia, caricatura, fantasía, chicas y villanos forman parte de un personaje desenfadado, en las antípodas de aquel otro espía mucho más humano y gris, contemporáneo suyo, que surgió del frío —y de la mente de John Le Carré—, y de una película colorista que conquistaron al público y precipitaron la serie que también deleitaría a las siguientes generaciones; pero el primero fue aquel Connery que se enfrentó al científico de la negación, ese tal Dr. No (John Wiseman) a quien Spectra ha confiado la destrucción del orden occidental que el británico ha de defender con su walter ppk, su martini seco con vodka, mezclado y no agitado, su pitillera y su fino cinismo, sin olvidar la presencia y la colaboración de Linda, el popular personaje encarnado por Ursula Andress, la chica que hace su aparición en la playa y, sin violencia, conquista al primer agente 007.
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