<<No querría que esto pudiese parecer una excesiva crítica a Sordi: en el fondo probablemente sin darse cuenta, el tipo que él forma tan inteligente y vívida ha creado se necesitaba como modelo, era necesario por la sociedad que vive en absoluta falta de sentido crítico. Para convertirse en un verdadero gran cómico, "universal" (como se diría) le hace falta un poco de sentido crítico; un poco de maldad intelectual, ¡tras tanta maldad visceral! Cabría la posibilidad, en efecto, de intercalar en su personaje algo que le falta: un poco de piedad, es decir, de conocimiento autopersonal y del mundo, aunque fuese de un mundo irracional y sentimental. Debería ser menos elíptico, menos amistoso; nosotros, que nos encontramos en medio, lo comprendemos rápidamente, los extranjeros (es decir, el espectador en el sentido absoluto) no. Él debe volver explícita aquella extrema sombra de piedad que permanece, sin embargo, en su infantilismo y que puede conmover a pesar de la monstruosidad de la que es capaz. Y afirmo que todo esto es posible porque por dos veces Sordi lo ha logrado: una vez gracias a los diálogos, la otra gracias al director. Pretendo referirme a una pequeña parte pero inolvidable, una especie de "solo" que Sordi ha interpretado en el medico e lo stregone, y sobre todo en la Grande Guerra. En estos dos casos, finalmente, Sordi vive de dos elementos operantes entre sí: el Sordi bebé antropófago, malvado, amoral y el Sordi pobrecito, muerto de hambre, sostenido a pesar suyo por una fuerza moral, por una piedad que siente y que inspira. Si en Sordi entrase definitivamente esta contradicción, si él comprendiese que no se puede reír si en el fondo de la risa no hay bondad —aunque ejercitada y reprimida en un mundo enemigo— su comicidad acabaría por ser uno de los tristes fenómenos de la sucia Italia de estos años, y podría, en sus modestos límites, contribuir, al menos, a una lucha de matiz reformador y moral.>>1
Los films referidos por Pasolini, El médico y el curandero (El medico e lo stregone, 1957) y La Gran Guerra (La grande guerra, 1959), fueron dirigidos por Mario Monicelli, un cineasta que supo unir los dos Sordi aludidos por el autor de Edipo (1967), porque, como comentó el propio Monicelli, <<con actores como Sordi podía hacerse bien cualquier cosa>>. También recordaba que Sordi <<siempre incorporó personajes ambiguos, mezquinos>> y que <<asumió en sus interpretaciones los modos de personajes italianos que existían, personajes viles, que se aprovechan de los demás o que son serviles con el patrón>>.2 Pasolini y Monicelli coincidían en que los personajes de Alberto Sordi no eran aceptados por el público internacional. No caían en gracia, porque carecían de heroicidad y de amabilidad; menos aún pintaban el mundo de color de rosa. Eran tipos pequeños, condenados a vivir su pequeñez en la mediocridad, que, sin atributos y cualidades positivas, no despertaban simpatías fuera de Italia, aunque no les faltaba humanidad ni universalidad. La suya, su humanidad universal, refleja el reverso oscuro y menos atractivo del individuo medio, “individuo” porque, aparte de sus peculiaridades, sus personajes no solo representan al italiano medio, como podría aparentar a simple vista, debido a su ubicación y a sus costumbres, sino que representa al anónimo que podría encontrarse en otros países que no fuesen Italia, por ejemplo España. El actor romano hacía convincentes sus don nadie, más que miedosos, cobardes, más que ambiciosos, serviles y mezquinos, hombres como Giovanni Vivaldi, el protagonista de Un burgués pequeño, muy pequeño (Un borghese piccolo piccolo, 1977), al que Sordi dotó de mezquindad y egoísmo, pero también de esperanza, amor, aflicción, pérdida, ira, venganza. Sin duda, su Giovanni desprende tal cantidad de humanidad que logra que sintamos compasión por su situación. Lo hace sin apelar a nuestra simpatía, lo hace sin pretender caer bien, lo hace desde la caricatura que observamos al inicio de esta brillante comedia negra, muy negra, de Monicelli, en la que el actor da vida a un funcionario cuya máxima fortuna la encuentra en Mario (Vincenzo Crocitti), su único hijo, a quien quiere enchufar en el Ministerio donde él trabaja desde 1945 —acude a su jefe (Romolo Valli) para que interceda y este le dice que las nuevas leyes lo impiden, aunque, a cambio de que ingrese en su logia masónica, le entrega las preguntas del examen.
Giovanni es cualquiera, no solo él, es quien posee pequeñas aspiraciones, de dinero, bienestar, apariencia; su estampa es la del egoísmo y el patetismo de clase media que representa. Giovanni podría ser cualquier yo que se proteja del mundo hostil creando su engaño de ser grande, quizá para ocultar su pequeñez y fragilidad en un entorno habitado por pequeños depredadores como él. Su sueño es pequeño, es el de un burgués pequeño, un sueño que apenas excede el colocar a su hijo, a quien venera y en quien quiere ver perfección, hermosura y grandeza. Es el amor de padre, como también Amalia (Shelley Winters) desvela su amor materno hacia el niño nacido de sus entrañas; vida de su vida, vida que le arrebatan. Monicelli expone todo ese amor desde la caricatura que apunta un film satírico que también se adentra en la caricatura del funcionario, de la masonería y de la mediocridad del hijo que, aparentemente, ocupará en la sociedad el puesto del padre, padre en término general, aunque no en el caso de Giovanni, quien, ya en sus peores momentos —en la escena en la que, a falta de suelo, se apilan ataúdes y muertos en una sala del cementerio—, pensará que <<era más fácil encontrar un puesto en el Ministerio que en el camposanto>>. Sin embargo, el tono de Un burgués pequeño, muy pequeño cambia sin previo aviso. El instante nos coge desprevenidos y nos sumerge en un nuevo espacio, más íntimo y doloroso, de esta comedia negra, muy negra, donde el rostro de Sordi desvela nuevos sentimientos y emociones, muestra la derrota, el dolor, la soledad, la impotencia de saberse pequeño en un espacio sin piedad por el que se ha arrastrado en compañía de sus pequeñas aspiraciones burguesas.
1.Pier Paolo Pasolini. La comicidad de Sordi, los extranjeros no se ríen (extracto). Publicado en Il Reporter, 19 de enero de 1960.
2.Mario Monicelli en Mario Monicelli. Festival de San Sebastián y Filmoteca Española, 2008.
Vaya, lo que son las cosas: da la casualidad de que yo también he visto hoy una película de Alberto Sordi. En mi caso ha sido "El soltero" (1955).
ResponderEliminarSaludos.
¡Sí, qué casualidad! Me gustó “El soltero”. Tengo pensado volver a verla y comentarla. Recuerdo que Sordi hacía otra de sus grandes actuaciones.
EliminarSaludos.