<<Las imágenes de mis películas cobraban forma a partir de fuerzas muy disgregadas, como si se tratase de las piezas de un puzzle sin contornos. En ellas se mezclaban emociones, movimientos, sonidos, presencias, la sensación de que el tiempo fílmico y el tiempo real eran el mismo… Todos esos elementos, claro, provocaban un efecto profundo en la percepción que cualquier espectador pudiese tener de las imágenes. Eso no impedía que, a pesar del impacto emocional que imprimían, también fuesen capaces de producir una absoluta desorientación. Sabemos que ante cada una de las imágenes necesitamos una emoción concreta, pero no sabemos por qué. A veces, más que una película, lo que se ve en la pantalla parece un sueño. Y más que sentirnos espectadores, nosotros mismos nos sentimos como si fuésemos unos sonámbulos.>>1
Alberto Cavalcanti
Procedente de Francia, donde había colaborado en películas de Marcel L'Herbier y Louis Delluc, entre otros prestigiosos cineastas, y dirigido una veintena de films, el brasileño Alberto Cavalcanti llegó a Inglaterra en 1934 y se encontró con el movimiento documentalista impulsado por John Grierson. El artífice de Drifters (1929), el documental seminal del documentalismo británico, convenció a Cavalcanti para que formase parte de la General Post Office Film Unit. De aquel encuentro, entre Grierson y el realizador sudamericano, surgió un entendimiento instantáneo. <<Era un cabezota pero tenía el cerebro muy bien amueblado. Dirigía a la gente casi tan bien como dirigía a los operadores las pocas veces que quiso hacer películas. Nos entendimos enseguida. Dijo: “¡Haz lo que quieras!”, y lo hice. A mí no me trató como a un alumno. Era perceptivo. Te echaba un vistazo y ya sabía para qué servías. Yo no le causé problemas. Únicamente le quise hacer entender que su trabajo y el trabajo de los demás documentalistas podía evolucionar, encontrar nuevas vías>>2 y una de esas nuevas vías fue Coal Face (1935), un cortometraje sobre la industria del carbón, pero documental a priori, puesto que, mientras contemplamos sus imágenes y escuchamos sus sonidos y el fondo musical, el realizador se vale de la realidad sensible para acercase a un espacio de vacíos, sombras, poesía e intereses más allá del mero reportaje sobre la industria británica del carbón. Documental, sí, como ya he dicho, pero el audiovisual empleado es el resultado de una intención experimental con la que Cavalcanti expone (y denuncia) las duras condiciones de trabajo soportadas por los mineros. El brasileño juega con los recursos a su alcance: la maquinaria y los espacios que, en ausencia humana, adquieren tono fantasmal. De igual modo, lo hace con la presencia humana que deshumaniza durante la marcha de los “cara carbón” por el túnel donde Coal Face parece hermanarse con Metrópolis (Fritz Lang, 1927), pues los mineros desfilan en un orden que les esclaviza, un orden en el que solo importa el trabajo: la extracción del mineral. Una voz en off explica que el carbón es la industria básica del Reino Unido. Asimismo comenta que las minas del país dan empleo a setecientos cincuenta mil hombres. La voz continua comentando, pero las imágenes y los sonidos hablan por sí mismos, y su conversación nada tiene que ver con el neutro didactismo del narrador. Cavalcanti crea un espacio poético, experimenta y logra escapar de la realidad para acceder a otra más allá de la sensible en la que se observa la extracción del mineral, su transporte y otros aspectos materiales de su industria.
1,2.Alberto Cavalcanti en Nothing but the Truth. Farrar & Streisand, Londres, 1986 (reproducido por Israel Paredes Badía e Hilario J. Rodríguez en Encuentros con lo real. Cine documental británico 1929-1950. Festival de Cine de Huesca y Calamar Ediciones, 2008)
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