El cine bélico ambientado en las guerras mundiales y en otros conflictos armados suele conceder el protagonismo absoluto de sus historias a personajes masculinos, pero no se trata de preferencias ni caprichos de los cineastas, sino que obedece a una realidad histórica: la mayoría de los soldados eran hombres. No obstante, existen excepciones: La batalla de Sebastopol (Bitva za Sevastopol, Sergey Mokritsky, 2015) centra su atención en la francotiradora Lyudmila Paulichenko o en un film como El último puente (Die Letzte Brücke, 1954) uno de los personajes principales es una guerrillera balcánica, aunque el protagonismo recae en una joven doctora alemana que, al principio de la película, ejerce de jefa de enfermeras en un hospital de Mostar. Allí atiende a los soldados heridos, y allí se enamora de Martin (Carl Möhner), el sargento con quien pasa los cinco días que el suboficial tiene de permiso, pero este no es el tema que interesa a Helmut Kaütner. El romance de Helga (Maria Schell) es secundario, aunque tendrá su importancia cuando se enfrente a la disyuntiva vital que la situará entre el deber humanitario y las cuestiones patrióticas y amorosas. A Kaütner, también responsable de El general del diablo (Des Teufels General, 1955), uno de los films bélicos más conocidos del cine alemán de la década de 1950, le interesan la decisión a la que se enfrentará la protagonista y el aprendizaje forzoso que le preparará para encontrar la respuesta.
¿Cuántos conflictos armados se habrían evitado si se conociese a quien suponen enemigo o les indican que lo es, sin que medie más explicación que decir que lo son? La pregunta es ingenua, incluso puede que innecesaria o que carezca de respuesta, si uno piensa que quienes pretenden la guerra borran las similitudes, exageran las diferencias y les confieren amenaza y el correspondiente peligro. Helga tendrá la oportunidad de conocer y comprender lo que no le habían enseñado ni explicado. Lo hará cuando, tras ser secuestrada, sufra un aprendizaje cruel, debido a que experimenta la crueldad de la guerra que hasta entonces desconocía en su verdadera magnitudes. Helga ignora prácticamente todos los aspectos de la guerra y del enemigo hasta que contacta con el frente o, para ser más exacto, el frente llega a ella y, a la fuerza, empieza a comprender aspectos humanos y bélicos que ignoraba hasta que se produce su contacto con los partisanos yugoslavos. Pero antes,
Kaütner esboza la personalidad de la protagonista: ingenua, sensible, entregada a su labor sanitaria y, una vez que la conocemos, introduce la partida de partisanos que la secuestra, porque precisan un médico que atienda a sus heridos. Inicialmente, ella se muestra reacia e intenta escapar, pero empieza a comprender que su deber de médico son los humanos, sin importar el bando ni la bandera. Al tiempo, establece lazos de amistad con Boro (
Bernhard Wicki), el soldado que se convierte en el nexo con su nuevo entorno, y con Militza (
Barbara Rütting), la partisana que le dice que lucha en lugar de los hombres muertos por los alemanes, hombres que yacen bajo la tierra donde los partisanos los entierran sin dejar rastro ni tumbas, pues, mientras la lucha continúe, cualquier rincón de su país es su cementerio; son hijos de la tierra y a ella regresan. La acción de
El último puente se desarrolla en las inmediaciones y a la orilla del río Neretva, sobre sus aguas y sus puentes, sobre ese último donde, entre dos fuegos y dos hombres que le llaman por su nombre, Helga avanza porque ha tomado su decisión, la que comprende su obligación moral y humanitaria.
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