Introdúzcase en una coctelera cinematográfica tenues haces de Luces de Bohemia, de Valle-Inclán, líneas de Baudelaire, una pizca de alucinación de ¡Jo, qué noche! (After Hours; Martin Scorsese, 1985), quizá un poso de Sombras y niebla (Shadows and Fog; Woody Allen, 1991), algunas dosis de Antes del amanecer (Before Sunrise; Richard Linklater, 1995), la evocación de transitar por tu propia ciudad y saldrá ¿qué? Pues ni idea, pero La noche que dejó de llover (2008) podría ser algo parecido a esa combinación de nocturnidad, de tedio, de intentar alejarlo, de personajes extraños que salen al paso del protagonista, provocando encuentros casuales o en apariencia casuales, como el que depara el romance que "Spleen" (Luis Tosar) y "la rusa" (Nora Tschirner) comparten mientras deambulan y conversan por un Santiago de Compostela irreal donde no siempre llueve. El poeta de la obra valleinclanesca vive su última noche por un Madrid donde se destapan miserias, esperpento, crítica y el pesimismo del escritor gallego. Sin asumir la carga crítica del poeta olvidado Max Estrella, pero sí tomando prestado del imaginario baudelairiano la angustia vital ante la tediosa y gris monotonía que, sin previo aviso, sustituye a la novedad que deja de serlo, "Spleen" hará lo propio por su ciudad, que pretende abandonar a la mañana siguiente para instalarse en México, no como un país físico, sino como el ideal que lo aleje de su aburrimiento existencial. Este hombre de treinta y tres años, a quien le gusta etiquetarse y decir de sí mismo que es un dandi, quizá por deseo propio de hacer suya la imagen de Baudelaire, vive una existencia que pretende bohemia, pero se queda en la rutina que comparte cada noche, siempre igual, con su grupo de amigos en la taberna de los Dramáticos. Le gusta Valle-Inclán, la música de los Smiths y también siente predilección por las mujeres malas con flequillo, aunque no conoce a ninguna, hasta que acude al bar de Luna (Chete Lera) en la noche de su despedida. Allí se produce su encuentro con "la rusa", con quien abandona el local para transitar por un espacio solitario, mágico tal vez o puede que onírico -aunque, en mi caso, ni me transmite magia ni sueño-, que en ocasiones escapa del vacío para dar cabida a personajes que no desentonarían en el film de Scorsese o en el de Allen, aunque sí en la nocturnidad de Noche de vino tinto (José María Nunes, 1966) y en la obra de Valle-Inclán, pese a ser inadaptados como el poeta Estrella. La noche que dejó de llover intenta ser una película diferente y eso implica escapar del esplín cinematográfico, que lo consiga o no, cada uno ha de juzgarlo por aquello que le aporte. Hay referencias, influencias, ironía, metáfora y un mensaje que remite al sonido de las cadenas de una bicicleta que invita al viaje, al ensueño, a enfrentar ideal y terrenal. Y detrás de todo hay un cineasta que las aúna para realizar un film personal que busca identidad propia, que por momentos acaricia y logra, pero sin llegar a imponerse en su conjunto. Establece cercanía entre el público (más allá del compostelano que reconoce espacios y personajes locales) y la pareja, al tiempo que se distancia en pasajes que generan indiferencia, quizá forzada para redundar la sensación plomiza que envuelve parte del film. Esta sensación pesada me lleva a la pregunta de si es intencionada, si forma parte de aquello que Alfonso Zarauza pretende transmitir como parte del espacio humano y urbano que afecta al personaje, inicialmente atrapado en una prisión de rutina que cobra físico en su hogar y en la taberna donde sus amigos han aceptado el hastío que intentan enmascarar consumiendo alcohol, en charlas banales, que maquillan profundas, o inventando poesías que ya habrían inventado con anterioridad. Hasta ese día, "Spleen" ha sido como su apodo, pero, en ese instante de necesidad y deseo de cambio, su idea de emprender un viaje (idear un proyecto, más que cumplirlo) le abre una posibilidad de escape, como también suceden imprevistos en el bazar chino donde busca una barra de pan que pretende llevar a su madre (Mercedes Sampietro), con quien vive o de quien vive, o en la calle donde, en compañía de esa joven ucraniana, descubrirá caminos que antes habrían pasado de largo en su transitar por la decepción y la desilusión de vivir encerrado entre barrotes de lluvia, de monotonía y de gris, un encierro del que escapa esa noche que dejó de llover.
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