La irrupción de la princesa en la vida de los siete marca un antes y un después en la cotidianidad de estos, cuando regresan de la mina entonando su famosa melodía y descubren que alguien ha limpiado y ordenado su casa. Tras un primer momento de temor y humor por parte de los siete mineros, experimentan un cambio que quizá mejore o quizá empeore sus existencias, pues, con su dulzura y su hermosura, Blancanieves domina a sus nuevos amigos y los amolda a su gusto. Esta circunstancia se descubre en varios momentos del film: los enanos reacios a lavarse, lo hacen por complacerla o le ceden su dormitorio y sus camas, que pasan a ser propiedad de la bella muchacha. Ya nada será igual para los siete; aunque, a cambio, la presencia de la princesa les regala alegría. Incluso Gruñón, inicialmente algo misógino, no puede evitar la atracción que le despierta. Blancanieves es su ideal de belleza, pero también es la tradición, la sensiblería, el fin del modo de vida de los enanitos y la aceptación de lo establecido, en el caso de la heroína, la espera de un príncipe azul que la haga feliz. De tal manera, la chica sueña con la llegada de ese hombre que la transporte a la jaula dorada donde serán felices para siempre. Ellos dos, solos, sin la compañía de los amigos a quienes la princesa abandona después del beso de amor que la despierta. La despedida no le supone trauma alguno. Montada sobre el caballo, casi indiferente al júbilo de sus protectores, digamos familia, se despide como quien lo hace de unos conocidos con quienes apenas ha mantenido trato, lo cual genera la sospecha de que Blancanieves ha utilizado a sus amigos del bosque para sus fines, sean estos mantener el hogar limpio y controlado o crear un entorno que no presente sobresaltos a la espera de que se produzca su triunfo. Desde su egoísmo pocas veces comentado, a la joven solo le importa su idea de felicidad, que interpreta posible y eterna, a pesar de la amenazadora presencia de su madrastra, transformada en la fea y repulsiva anciana que no cuadra con el pensamiento de una reina que valora la belleza más que la vida humana. Quizá por ello, resulta extraño que haya escogido una imagen de bruja, una imagen que provoca el rechazo de quien la observa. Pero así son los cuentos de hadas y así fueron las películas de Walt Disney, espectáculos animados (y más adelante de carne y hueso) que sorprendieron a propios y a extraños, éxitos como este largometraje que supuso cerca de tres años de trabajo invertido, cuatrocientos mil dibujos y un presupuesto de un millón setecientos mil dólares. El esfuerzo valió la pena, el film recaudó millones, ganó premios y abrió el camino para futuros proyectos de la factoría, los cuales también presentarían múltiples aciertos y alguna cuestión a mejorar, como la sensiblería, cierto grado de ñoñería, el triunfo “bienpensante” y el rechazo a las madrastras, que ya despuntaban en Blancanieves y los siete enanitos.
domingo, 28 de enero de 2018
Blancanieves y los siete enanitos (1937)
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