Durante décadas el cine italiano gozó de una salud envidiable gracias a la presencia de directores de la talla de Roberto Rossellini, Luchino Visconti, Federico Fellini, Vittorio de Sica o Pier Paolo Pasolini, de actores y actrices como Marcello Mastroianni, Alberto Sordi, Aldo Fabrizi, Anna Magnani, Silvana Mangano o Sophia Loren, de compositores del talento de Alessandro Cicognini, Nino Rota o Ennio Morricone, de directores de fotografía como Giuseppe Rotunno o Tonino delli Colli y, cómo no, gracias a sus excelentes guionistas, personajes claves de la cinematografía transalpina de la importancia de Cesare Zavattini, Ennio Flaiano, Suso Cecchi D'Amico, Tulio Pinelli o la pareja formada por Agenore Incrocci y Furio Scarpelli, más conocidos por Age & Scarpelli. Estos últimos mantuvieron una prolongada y fructífera relación profesional que dio pie a los guiones de obras tan populares como Rufufú o Divorcio a la italiana, así como a dos historias desarrolladas durante los conflictos bélicos más importantes del siglo XX; la primera de ellas, en la que también participaron Mario Monicelli y Luciano Vicenzoni, dio origen a la imprescindible La gran guerra y la segunda, al lado de Marcello Fondato y Luigi Comencini, sirvió para que este realizase Todos a casa (Tutti a casa, 1960), para muchos su mejor película. Ambas producciones se presentan desde una perspectiva tragicómica que permite descubrir entornos poblados por desheredados obligados a vivir la experiencia bélica de la que sin fortuna tratan de alejarse. En esta circunstancia se encuentran tanto el dúo de pícaros protagonista de La gran guerra como el teniente Innocenzi (Alberto Sordi) y los soldados que lo acompañan durante el sueño efímero que significa su viaje de regreso al añorado hogar. Pero esta ilusión choca de pleno con la realidad bélica que los envuelve y les impide escapar tanto de la miseria como de la violencia generadas por el enfrentamiento que divide a Italia en un momento puntual de la Segunda Guerra Mundial. En septiembre de 1943 el ejército italiano recibe la orden de dejar de combatir, lo que implica el fin de su participación en la contienda, y para la mayoría de sus miembros la esperanza de retomar las vidas que abandonaron cuando los dirigentes fascistas decidieron aliarse con el gobierno alemán. Pero en ese instante de rendición los soldados alemanes todavía se encuentra en suelo transalpino, aunque en retirada ante el empuje de las fuerzas aliadas que avanzan desde el sur del país, además, y a pesar del desarme oficial, las fuerzas fascistas continúan aferradas a la lucha, de modo que, durante este periplo de desconcierto, el alto en fuego no implica el cese de las hostilidades y sí el aumento de la desorientación generalizada dentro del entorno donde se desarrolla la evolución del grupo de excombatientes que recorre un largo camino plagado de desesperación, muerte, destrucción, carestía e imprevistos, que les golpean sin piedad y que provocan la paulatina concienciación del teniente Innocenzi, quien finalmente toma la decisión de dejar de huir hacia ninguna parte y enfrentarse a la realidad de la que inútilmente ha pretendido escapar.
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