La estancia de Billy Wilder en Francia fue fugaz, aunque suficiente para que debutase en la realización con Mauvaise graine (1934). Aquel primer contacto con la dirección asoma anecdótico en el conjunto de su obra, aparece como un precedente que no permite vislumbrar al cineasta que llegaría a ser años después, cuando, ya asentado en Hollywood, filmó El mayor y la menor (The Major and the Minor, 1942), su primera farsa estadounidense. Wilder llegó a la localidad californiana con la intención de abrirse camino como guionista, oficio que había desempeñado en Berlín, escribiendo entre otras Gente en domingo (1929) y Emil y los detectives (1931). Sus primeros pasos en Hollywood lo llevaron a trabajar en la Fox, aunque fue en Paramount Pictures donde el jefe de departamento de guiones le presentó a Charles Brackett, quien desde entonces, y hasta El crepúsculo de los dioses (1950), sería su colaborador habitual. A Brackett y a Wilder les encargaron escribir La octava mujer de Barba Azul (Ernst Lubitsch, 1938), título que inició una serie de exitosos guiones que fueron trasladados a la pantalla por Lubitsch en Ninotchka (1939), Howard Hawks en Bola de fuego (1941) y Mitchell Leisen en Medianoche (1939), Adelante, mi amor (1940) y Si no amaneciera (1941). Los resultados fueron excelentes, aunque este último cineasta fue señalado por Preston Sturges y por Wilder como el responsable directo de sus decisiones de dirigir sus propios guiones. En el caso del centroeuropeo, las diferencias se produjeron sobre todo a raíz de la adaptación que Leisen realizó de Si no amaneciera, debido a cambios en algunas escenas que indignaron al guionista hasta el punto de presionar a la Paramount para que le permitiesen rodar sus escritos. Conscientes de la buena acogida del debut de Sturges en la dirección con El gran McGuinty (1940) y de la importancia de mantener en nómina a un guionista del talento de Wilder, los responsables del estudio accedieron, convencidos de que el fracaso en su aventura provocaría que el escritor retomase su lugar en la planta cuarta. Sin embargo El mayor y la menor resultó un éxito comercial gracias al reclamo popular de Ginger Rogers y Ray Milland (dos de las estrellas de la Paramount) y a que su inexperto realizador supo disfrazar su irónica mirada bajo un manto de comercialidad; de modo que la buena acogida del film propició que Wilder pudiese continuar rodando sus historias de engaños y engañados, sus farsas sobre sueños y fracasos, sobre gente corriente como Susan Applegate (Ginger Rogers). Al igual que en la hilarante Con faldas y a lo loco (1959), El mayor y la menor parte de la confusión de identidad de personajes que se disfrazan para subir a un tren, aunque en este caso sea una y no dos. Susan o Su-Su es la primera farsante wilderiana, la primera de tantas que emplea la mentira para conseguir el fin que persigue, aunque el suyo sea tan insignificante como el billete de tren que le permita alejarse de la decepción que ha supuesto su estancia en Manhattan. No obstante, cuando llega a la estación descubre que no tiene dinero suficiente para pagar el billete de adulto. Pero es una mujer de recursos y, en lugar de desanimarse, descubre que los niños pagan la mitad y ahí encuentra la solución: será una niña de doce años. Se cambia de ropa, se hace dos trenzas, roba un globo, contrata a un padre de pega por veinte centavos y, con los dólares que le entrega, este le compra el tique a precio reducido y, como buen bribón, se queda con el cambio. La ayuda en las películas de Wilder no es gratuita, es interesada, muestra como unos se aprovechan de las necesidades de otros, pero permite a la protagonista tomar el tren, fumarse un cigarrillo en la plataforma y esconderse en el compartimento del mayor Phillip Kirby (Ray Milland) para escapar de los revisores que la persiguen. El oficial se muestra amable, quizás demasiado, con quien supone una niña, supuesto que Pamela (Rita Johnson) no comparte cuando, a la mañana siguiente, sube al vagón para dar una sorpresa a su prometido y es ella quien se sorprende al encontrarse a una mujer entre las sábanas del oficial. El malentendido la enfurece, del mismo modo que al coronel Hill (Edward Fielding), su padre y oficial superior del inocente que, en el pasillo del tren, no logra explicarse el por qué del enfado de su novia. Poco después comprende la razón del furioso comportamiento de Pamela, y pide a la pequeña Su-Su que le acompañe a la academia para que allí aclare que tiene doce años y que él solo le ofreció un lugar donde descansar. Pero en la escuela la presencia de la supuesta niña estimula a los jóvenes cadetes, que contentos con la novedad se la reparten por horas, inconscientes de que se trata de una adulta que se ha enamorado de ese mayor que empieza a sentir cierta predilección por la joven. En este punto, la mirada de Wilder resulta corrosiva, desvela su burla a un adulto atraído por una menor -atracción que se confirma en el despacho donde él le advierte, quizá por celos, quizá por paternalismo, de los peligros de la adolescencia-, aunque, en realidad, se trate de una adulta que se ha visto obligada a engañar y a mantener su engaño, y a quien tampoco le cuesta emplear sus encantos femeninos y seducir a los cadetes de la centralita de la academia para lograr su objetivo, aunque este no sea para ella, sino para el mayor, maduro, ingenuo y tal vez enamorado de una niña de su edad.
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