Desde una perspectiva profesional 1950 fue un año clave para Anthony Mann. Durante el mismo se produjo su debut en el género que le dio fama. La puerta del diablo (The Devil's Doorway) fue su primer western, pero también el primero que expuso en su totalidad un discurso reivindicativo de la imagen del nativo norteamericano. Ese mismo año sus films pasaron de tener presupuestos de serie B a la mayor holgura económica que le permitió contar con interpretes de primer orden y con mejores medios materiales, como sería el caso de Las Furias (The Furies), un western con protagonismo femenino que se adelantaba a Encubridora (Rancho Notorius, Fritz Lang, 1952), Johnny Guitar (Nicholas Ray, 1954) o 40 pistolas (Forty Guns, Samuel Fuller, 1957). Antes de concluir el año, Mann tendría tiempo para rodar uno de sus títulos míticos, Winchester 73, que le unió por primera vez a James Stewart. Mucho menos conocido que su famoso film de itinerario circular, sería esta atípica película del oeste que podría definirse como un melodrama influenciado por la tragedia griega que se descubre en otros guiones firmados por Niven Bush. El tono trágico se constata en la obsesión que Vance Jeffords (Barbara Stanwyck) siente hacia la figura de T.C.Jeffords (Walter Huston), su padre y el terrateniente más poderoso del territorio, dueño absoluto de todo cuanto se divisa en el horizonte, ya que la relación entre padre e hija apunta cierto complejo de Electra, que Vance enfoca hacia Rip Darrow (Wendell Corey), un hombre en quien descubre cualidades similares a las de su progenitor. A él se entrega hasta el extremo de sentir por primera vez que no puede controlar la situación, pero Darrow se muestra frío en su comportamiento, no se deja manipular por los encantos de la mujer. Su desplante tiene su origen en el odio que siente hacia T.C, al quien acusa de haber robado las tierras de su padre, hecho que genera su deseo de venganza. La evolución (aprendizaje) de Vance se produce a raíz de su desengaño amoroso y continúa cuando su padre se presenta con una mujer que asume el rol que ella ha ostentado hasta ese mismo instante. Así pues, la joven se siente amenazada por la presencia de Flo (Judith Anderson), cuya intención de apoderarse de Las Furias pasa por deshacerse de la hija del hombre con quien pretende casarse. Vance Jeffords alcanza su límite emocional y, en un arrebato de furia, ataca de forma violenta a la mujer que pretende sustituirla, hecho que provoca la ira de T.C, que se venga en Juan Herrera (Gilbert Roland), el amigo y enamorado de Vance; momento en el que se produce la ruptura total entre padre e hija. Como consecuencia, Las Furias se desarrolla como un drama trágico en el que su personaje principal sufre la evolución que le lleva desde el momento inicial, cuando se muestra como una joven consentida, hasta el tramo final, cuando asume su nueva identidad, pero no sin antes pasar por las diversas etapas de maduración que la golpean con dureza: el desencanto amoroso, la aparición de Flo, la muerte de Juan o el odio que la consume tras esta, pero siempre condenada a no poder olvidar esa figura paterna que se convierte en el eje de cuanto hace o dice.
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