Cable
Hogue (Jason
Robards)
es un individuo fuera de tiempo, incapaz de alejarse del espacio
donde sus dos socios lo abandonan al inicio de su balada. Más
adelante, el reverendo Joshua (David
Warner)
lo define como un hombre ni bueno ni malo, simplemente un hombre,
pero, lo que el predicador no expresa, al menos no con palabras, es que
Hogue no puede adaptarse a la modernidad que amenaza con imponerse en
el oeste, y solo cuando permanece en el desierto el protagonista de
esta historia puede existir, aunque condicionado por la idea de
venganza que nunca lo abandona, por un amor incapaz de existir más
allá de la aridez y por la alargada sombra del progreso que se desarrolla imparable. Pero esta
canción al solitario desarraigado, ni atrajo al público ni convenció a la
crítica, que esperarían, tras el éxito de Grupo
salvaje (The Wild Bunch), un western crepuscular similar en violencia, sin embargo Sam
Peckinpah
se decantó
por un cambio en su mirada a personajes marginales, o marginados por
su negativa a pertenecer a una sociedad que les rechaza y rechazan.
La perspectiva escogida por Peckinpah
potencia
su discurso poético al tiempo que confirma a La balada de Cable
Hogue (The Ballad of Cable Hogue) como su obra más intimista, cómica e incomprendida, esto último debido a
esa misma intimidad que prevalece a la hora de ahondar en los
sentimientos de Hogue, a quien, desde el primer momento, Peckinpah muestra solitario, poco dado a exteriorizar emociones, como demuestra su deambular por el desierto donde sus socios lo
abandonan a su suerte, quizá porque, desde el primer momento, sea consciente de que la muerte le concede un tiempo prestado que no puede ir más allá de los límites del espacio moribundo en el que se asienta tras encontrar agua donde no debía haberla. En ese lugar el antihéroe
inicia su nueva etapa existencial, aunque siempre a la espera de
consumar su venganza, apartado de un mundo con el que no se
identifica. Al contrario que aquellos con quienes logra conectar en
algún momento del film, él no puede abandonar ese desierto,
salvo por un instante, cuando se acerca hasta la ciudad para
registrar su propiedad. La
balada de Cable Hogue se
presenta desde el humor, la sencillez y la intimidad que relegan a la
violencia a un plano secundario (esta apenas cobra protagonismo),
de ese modo cobra fuerza la reflexión sobre el individuo y las ideas
que condicionan su comportamiento. A pesar de ser un solitario, Cable
logra intimar con dos personas que inicialmente resultan tan
marginales como él: Joshua, cuya congregación se reduce a sí
mismo, le ayuda a construir la posta antes de abandonar el desierto
para buscar un nuevo horizonte, e Hildy (Stella Stevens), la
prostituta que anhela un comienzo que hasta entonces se le ha negado
por su condición. Pero, al contrario que les sucede a sus amigos,
Cable no tiene acceso a ese nuevo espacio donde se impone el progreso, obligado a permanecer
imperturbable en su apeadero, donde comparte unos breves e intensos
instantes de amor con Hildy, quien, ante la imposibilidad de
convencerlo para que la acompañe, desaparece de su vida durante los
tres años que se omiten mediante una elipsis que nos vuelve a
mostrar a Cable, ahora enriquecido y dominado por la nostalgia que le
produce la ausencia de aquella a quien ama, pues en ella había
encontrado a la única persona a quien mostrar emociones y su manera
de entender un mundo condenado a desaparecer.
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