El telón se abre en la pantalla para representar Los niños del paraíso (Les enfants du paradis, 1945) y ofrecer una de las obras cumbres del cine francés, una película en la que Marcel Carné y el guionista poeta Jacques Prévert alcanzaron una perfecta combinación entre cine y teatro; no en vano, el ambiente en el que se mueven los protagonistas sería el mundo de la escena, y los lugares que lo rodean, por donde el film no pierde su esencia de poesía de celuloide. Dividida en dos actos, Carné desarrollará un drama romántico que implica a seis personas, siendo Garance (Arletty) y Baptiste (Jean-Louis Barrault) los enamorados que únicamente logran compartir y disfrutar una noche inolvidable en cada uno de los actos. El amor entre estos dos personajes se encuentra impedido desde el mismo momento que surge; son ellos mismos y los hombres que aman o, más bien, desean a la bella Garance, los culpables de que no se pueda consumar y alcanzar plenitud.
El primer acto, titulado El Boulevard del Crimen, sirve para mostrar la personalidad de los distintos personajes que asoman en la pantalla, presentando también el primer encuentro entre Garance y Baptiste, donde sin mediar palabra se enamoran. A partir de ese encuentro fortuito, la mente de Baptiste se trasforma, despertando en él al excelente mimo que lleva dentro, pero lo que más despierta en su interior sería un amor que le obsesiona y que le atrapa. Esta circunstancia la observa Nathalie (María Casares), la mujer que siempre ha estado enamorado de él. Para Nathalie, Baptiste lo es todo, pero sabe que no puede hacer nada, salvo aguardar a que él se rinda a su amor. Sin embargo, en la mente de Baptiste no existe otra mujer que no sea esa desconocida con quien poco después se vuelve a encontrar en compañía de Pierre-François Lacenaire (Marcel Herrand), un ladrón y un asesino con aspiraciones literarias. Ese nuevo encuentro marca el destino de todos, pues Baptiste convence a Garance para que abandone a Pierre-François y comience una nueva vida en el teatro. A pesar de que ella acepta, y de que pasan juntos la velada más maravillosa que jamás hayan vivido, el funanbulista comete el error de abandonar la habitación donde se encuentran sin intentar dar el último paso para la conquista del corazón de la bella Garance, quien no tarda en caer en brazos de Frédérick Lamaître (Pierre Brasseur), un tipo alegre y despreocupado que desea triunfar como actor dramático, y cuya máxima aspiración sería interpretar a Othelo, personaje que no logra comprender porque no conoce el significado de los celos. Los niños del paraíso avanza sin prisas, dejando que la personalidad de los personajes se desarrolle a su ritmo, para que la tragedia planee por los rincones de ese escenario que serían las calles de París y el teatro donde trabajan Baptiste y Frédérick. Con la aparición de un aristócrata, el conde Édouard (Louis Salou), conde de Montray, Garance se convence definitivamente de que ama al mimo, por eso rechaza la oportunidad de enriquecerse y convertirse en la esposa o amante de Édouard, que sólo desea poseerla como a un trofeo. Al final del primer acto, el conde alcanza su meta, como consecuencia de un crimen cometido por Pierre-François, del que acusan a Garance como cómplice, sin que ella nada tenga que ver en el asunto.
El segundo acto, El hombre blanco, se desarrolla seis años después; descubriendo que Baptiste ha traicionado a sus sentimientos y se ha casado con Nathalie, con quien ha tenido un pequeño. Baptiste ha crecido como artista, todo el mundo acude a verle actuar, pues en las calles se habla de su gran talento. Pero no sólo Baptiste ha alcanzado la fama, puesto que Frédérick se ha convertido en un reputado actor dramático, aunque su personalidad no ha sufrido alteración alguna, todo lo contrario le ha sucedido a su amigo, el mimo. Frédérick continúa mostrándose alegre, irónico y despreocupado, y es él quien descubre que Garance ha regresado y que cada día acude a ver actuar a Baptiste. Este encuentro será conocido por Baptiste, en quien se despiertan los recuerdos y el deseo de encontrarse con la mujer que nunca ha dejado de amar. Pero la intervención del destino parece jugar un papel importante, pues antes de que puedan reunirse el hijo del famoso funambulista se presenta ante Garance y le convence para que se aleje de su padre. Garance ante la imagen del pequeño acepta su desgracia y asume que no puede romper una familia feliz, o al menos, una familia que ha sabido adaptarse a las circunstancias que rodean a un matrimonio en el que el marido no ha dejado de pensar un sólo día en ella. La historia que cuenta Marcel Carné no puede unir a sus dos amantes, aunque por momentos parece ofrecerles la oportunidad para vivir ese breve instante que llenaría sus corazones, para luego permitir que su desdicha ocupe el resto de sus días. Los niños del paraíso (Les enfants du paradis) habla de la imposibilidad creada por los enamorados y por aquellos que les rodean, hombres que desean poseer a Garance, no porque la amen, sino por su belleza, similar a la de un objeto que nadie salvo ellos pueden poseer, cuestión que afectará a todos.
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