Chicago, años 30 (1958)
La mejor versión de Nicholas Ray cineasta asomaba en la gran pantalla cuando filmaba historias de personajes atormentados, cuyas relaciones personales se veían marcadas por la soledad, la obsesión y la falta de comunicación, situaciones que les han conducido al estado en el que se encuentran. Thomas Farrell (Robert Taylor) no es diferente a este tipo de individuo que se encuentran viviendo una existencia que no resulta de su agrado, pero que por uno u otro motivo no es capaz de enderezar su rumbo. Farrell es un abogado, uno muy bueno, tanto que se ha convertido en la mano derecha del jefe de la mafia de Chicago, Rico Angelo (Lee J. Cobb), un hombre peligroso, a pesar de no aparentarlo. La relación con Angelo es profesional, no de amistad, puesto que la amistad con un individuo de la calaña del mafioso no es posible. Además a Tommy, así le llama Rico, no le gusta su jefe, algo que no duda ni teme decir. Él es el único que se atreve a decirle la verdad dentro de un círculo que no se osa contrariar al rey de los bajos fondos. La presencia de una bailarina en la fiesta de Angelo, al inicio de la película, da sentido al título original y marca el futuro del abogado. Vicki (Cyd Charisse) es una chica diferente al resto de las presentes, no se divierte, ni lo intenta, tan sólo permanece allí para cobrar una cantidad de dinero por no hacer nada. Esta mujer observa a Tommy, le habla, el abogado semeja distante, mas no puede sentir curiosidad ante esa extraña. Tras un segundo encuentro en el despacho de Farrell, la historia avanza y se comprueba que se han enamorado. Tommy encuentra en la bailarina la oportunidad para recuperarse de ese lastre del pasado, que se sostiene sobre dos ideas: la fatalidad de su lesión en la cadera y la desilusión sufrida ante un matrimonio que descubrió falso, con una mujer que sólo le toleraba por su dinero. Estos dos hechos han marcado el pensamiento de un hombre que se ha encerrado tras una imagen de férreo control, a quien sólo le interesa el dinero, el poder, ser respetado y temido. No duda en utilizar su cojera para producir compasión ante el jurado, y con ello manejarle a su antojo. Ante el tribuna se descubre como un orador excepcional, capaz de librar de la silla eléctrica a los matones de Angelo. Sin embargo, a medida que su relación con Vicki se afianza, un nuevo renacer se produce en su interior, condicionado por una relación que le obliga a replantearse su situación. Desea a Vicki, la ama, y es correspondido sin ningún tipo de interés material por parte de ella.
La propuesta de Chicago, años 30 (Party Girl, 1958) se desarrolla cual drama gansteril para insistir en un tema que reaparece constante en la filmografía de Ray: la inadaptación de sus protagonistas, individuos fuera de lugar; en este caso, que se encuentran atrapados en un mundo sórdido, peligroso y mortal. Farrell, en un principio reticente a la idea de abandonar su posición, pretende alejarse, dejar tras de sí ese universo de criminalidad en el que se había afianzado, utilizando su pericia legal como arma. Pero no puede, no por miedo a lo que le suceda, sino por lo que pueda pasar a su amada. Este miedo le retiene al lado de Angelo, un hombre que se ha desenmascarado y que no duda en amenazarle con dañar a quien más quiere. La situación de la pareja formada por Tommy y Vicki no presenta salida, el silencio del abogado es la única opción para protegerla, pero también se convierte en un distanciamiento que les mantiene separados, situación indeseada que marcará el devenir de los acontecimientos que se desarrollarán, sin posibilidad de vuelta atrás. Chicago, años 30 es un historia de amor, de aceptación y de redención en la que un personaje sin escrúpulos o, si se prefiere, aletargados, despierta ante una nueva perspectiva, la del amor hacia esa mujer que le ha aceptado tal cual, sin ningún tipo de interés ajeno a él mismo, una aceptación que necesitaba desde la infancia, cuando el accidente marcó un futuro que se ha convertido en su presente.
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