Pensilvania, 1876, la extracción del carbón es un negocio muy lucrativo para los patronos, no así para los mineros, quienes viven bajo unas condiciones humanas y laborales que pasan por alto su seguridad y sus necesidades más básicas. Como muestra de protesta ante toda una constante de injusticias, varios trabajadores se han unido formando una célula terrorista, que se dedica a sabotear las propiedades de la compañía minera. Las autoridades infiltran a un detective dentro de la comunidad minera, con la misión de descubrir y ganarse la confianza de los delincuentes. McParlan (Richard Harris), verdadero nombre del policía, deberá convencer a sus nuevos hermanos de que es un tipo de confianza y que, al igual que ellos, se encuentra indignado por el trato que reciben los suyos. Su primer descenso al pozo le presenta las terribles condiciones de vida a las que están obligados los mineros, asimismo, observa como los propietarios reducen el salario a su antojo y como niños, de poco más de diez años, bajan a trabajar en las mismas condiciones que los adultos. McParlan vive bajo el techo de un hombre que padece la enfermedad de los mineros, quien, tras cuarenta años trabajando, sólo ha conseguido como recompensa la amenaza de una muerte prematura. Toda una serie de circunstancias que se le van presentando y le llevan a comprender los motivos que empujan a sus compañeros, de ese modo, no tarda en replantearse la situación, incluso, llega un momento en el cual se deja arrastrar por los mismos sentimientos de aquellos a quienes debe traicionar. De entre todas sus nuevas amistades destaca la relación que mantiene con Jack Kehoe (Sean Connery), auténtica alma de los Molly Maguires, un hombre que no encuentra más alternativa que el empleo de la violencia para hacerse oír y exclamar que ya está bien de ser tratados como si fuesen esclavos. En él encuentra a esa especie de amigo,un igual con quien se identifica y en quien descubre a un hombre justo, que utiliza métodos injustos. Pero este grupo terrorista no es el único que emplea la violencia, también la policía hace uso de ella, sin embargo, la suya se encuentra bajo el amparo de la ley. Acaso, ¿no es violencia igualmente?. Ante las crecientes y violentas represalias, no les queda otra alternativa que continuar, no hay vuelta atrás.
La empatía que McParlan siente hacia sus nuevos compañeros le hace advertirles de que no deben continuar, pero su doble moralidad le obliga a delatarles una y otra vez. Para entrar en la hermandad realiza un juramento donde se compromete a mantener en secreto la existencia de la misma, sin embargo no lo cumple y traiciona la confianza de quienes le creen amigo y compañero. Su conciencia enfrenta a la confianza y admiración con el deber de cumplir con una misión en la que ya no cree como al principio, pues ha observado, sufrido y comprendido el padecimiento al que se ven sometidos los mineros, quienes únicamente pretenden protegerse, ya que si no lo hacen ellos, nadie más lo hará. La relación que mantiene con su joven casera (Samantha Eggar), mujer que desprecia la violencia, produce en McParlan un nuevo enfrentamiento: desvelar o no su verdadera identidad para que ella sepa que no es un terrorista, pero sabría que es un traidor, por lo tanto la situación en la que se encuentra imposibilita esa relación que desea y que, como consecuencia de su posición en el devenir de los hechos, se encuentra amenazada. En Odio en las entrañas (The Molly Maguires) no hay lugar para héroes, sólo para personas que actúan siguiendo unas convicciones que desembocan en acciones injustificables para adquirir un derecho que no es otro que un trato digno y sin abusos.
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