domingo, 24 de julio de 2011

Los olvidados (1950)


En sus conversaciones con el escritor Max Aub
Luis Buñuel le comentó <<hice la película (en alusión a Gran Casino) más bien para comer, y además la hice porque desde el año treinta y dos no hacía películas (se refiere a Las Hurdes). Esto era el cuarenta y cinco. Lo tomé con gusto, como una experiencia técnica. Volvía otra vez al oficio, ¿verdad? Hice la película. Después me castigaron tres años. Digo «castigaron» porque nadie quería nada de mí ni quería darme películas. Hasta El gran calavera, que tuvo un gran éxito de taquilla y me permitió hacer Los olvidados, fue la primera vez que...>> ...en México tuvo la oportunidad de realizar un cine más cercano a sus intenciones creativas. Sin embargo, las primeras reacciones del público y de la crítica mexicanos fueron negativas. Solo un posterior premio en Cannes provocó que Los olvidados (1950), en cuyo guion colaboraron los también exiliados Luis Alcoriza y Max Aub (en los diálogos), fuese alabado y se convirtiese en un éxito moderado. Quizá la visión expuesta por el cineasta aragonés no resultó del agrado del espectador medio, quizá porque este creía contemplar una crítica hacia su realidad y, por lo tanto, hacia la de su país y hacia la de sí mismo, algo que no sería así, al menos no en el cine de Buñuel, que no entiende de fronteras geográficas, aunque se encuentre condicionado por los lugares y las costumbres con las que tuvo contacto. De tal manera, al contrario que el cine neorrealista de Rossellini o De SicaLos olvidados no pretende ser un análisis realista de una situación, de un país o de una sociedad concreta, ni de una ciudad reconocible, pues todas las áreas urbanas guardan en su interior miserias objetivas (por lo tanto analizables) y subjetivas (que forman parte de cada individuo e interesaban más al cineasta aragonés) como las expuestas a lo largo del metraje de una película clave que rebasa su ubicación geográfica, porque la miseria, la pobreza y la falta de calor humano amenazan constantemente a los más indefensos.


Al comienzo de Los olvidadosLuis Buñuel advierte que no se trata de un film optimista, algo que se descubre de inmediato, cuando se presenta en la pantalla una zona urbana empobrecida donde un grupo de niños y adolescentes pasan su tiempo en la calle. Muchos de estos muchachos tienen familia, aunque, como en el caso de Pedro (Alfonso Mejía), no encuentran ni el calor ni la comprensión que necesitan, afectos que les posibilitaría un futuro lejos de la delincuencia y de la hipocresía a la que se les condena y se condenan. Pedro es uno de esos niños marginados. Él desea que su madre (Estela Inda) le dirija unas palabras de confianza y de amor, por escucharlas sería capaz de cualquier cosa, pero, a su pesar, estas nunca llegan. Quien sí llega a la barriada es "El Jaibo" (Roberto Cobo), un adolescente que se ha escapado del correccional, cuyo comportamiento delata que para él ya es demasiado tarde, sin embargo, Pedro aún no ha perdido su inocencia, tan solo haría falta darle el apoyo al que se refiere el director del centro de acogida y que en su hogar se le niega porque su madre enfoca en él el rencor que lleva dentro. Los destinos de estos dos muchachos se unen como consecuencia del asesinato a traición que el evadido comete en presencia de Pedro. El asesino le amenaza, el muchacho teme, tiene miedo y se deja convencer por un amigo que no lo es. De este modo los problemas que acechan al joven no hacen más que empezar, puesto que el Jaibo lo acosa para comprobar que no le ha delatado. Por otro lado, se esboza en la figura de Ojitos (Mario Ramírez), nombre que encaja a la perfección con su labor de lazarillo de Carmelo (Miguel Inclán), la esperanza y la inocencia de quien aguarda el regreso de su padre tras haber sido abandonado en el mercado. Sin embargo, los días transcurren y el padre de Ojitos no aparece, una clara muestra de las intenciones de su progenitor. ¿Por qué ese abandono? La miseria, la ignorancia o el odio que habita en individuos como el invidente, impulsan a muchos adultos a abandonar a su hijos en la calle, sin comprender el irreparable daño que hacen, como sucede con la madre del protagonista, cuyo desprecio hacia su hijo, sus acusaciones y su falta de comprensión marcan la cotidianidad del muchacho. Así pues, la vida de estos olvidados se encuentra unida por la miseria, el abandono y el olvido de una sociedad que continua su vida sin detenerse a pensar en cuál es su parte de culpa, pero no se trata de una película que plantee soluciones, tampoco pretende ser expositiva como la de los grandes neorrealistas italianos. Buñuel no se limita a mostrar la situación de los desheredados desde un punto de vista crítico-documental, como parece anunciar su inicio, ya que no se trata de salir a la calle y mostrar una realidad a través de la objetividad de la cámara, sino ofrecer la visión de un problema social desde el pensamiento subjetivo de uno de los cineastas más sobresalientes, complejos y personales que ha dado el cine.

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