Se puede representar el infierno creado durante el periodo nacionalsocialista en campos de concentración, que primero fueron de internamiento de “enemigos de Alemania” y posteriormente de muerte a gran escala, campos creados y manejados con suma eficiencia por la maquinaria de un Estado en manos asesinas. Pero dudo que cualquiera de las representaciones cinematográficas realizadas hasta la fecha (y por realizar) puedan captar, recrear y transmitir mínimamente el padecimiento, la pérdida de identidad, el derrumbe emocional y moral más allá de la apariencia que los distintos autores quieran o puedan darle en una pantalla donde la realidad queda fuera; a decir verdad, no hay libro ni película que pueda revivir el pasado, traerlo al presente, puesto que todo pasado ya es inexistente, incluso el que sintamos que puede alcanzarnos. De él, solo nos llegan ecos, sombras y espectros, ideas sin cuerpo. Así, la historia intenta crear un esqueleto para el ayer, y nos trae imágenes momificadas. Por otra parte, en su intención de darle forma, de dotarlo de imagen y sonido, de desvelar sus llamas y la muerte dominante en su reino, el cine y la televisión han aumentado las distancias entre lo expuesto a través de ambos medios y la construcción mental que exige una aproximación intelectual y emocional más compleja. Hoy, como la comida prefabricada, los medios que nos bombardean a cada instante ya nos dan hecha esas construcciones. Lo cual no es beneficioso para el pensamiento ni el sentimiento, aunque la comodidad sea seductora y parezca protectora.
<<El 2 de octubre de 1944 se produjo la rebelión. Se fraguó un complot entre los 243 griegos y el resto de nacionalidades de la Sonderkommando. […] El 24 de octubre tuvieron lugar las últimas Kommissionen o gasificaciones y el 12 de diciembre de 1944 empezó la demolición de los crematorios.>>
Eddy De Wind: Auschwitz última parada. Cómo sobreviví al horror (1943-1945) (traducción de Julio Grande). Espasa Libros, Barcelona, 2019.
Steven Spielberg y La lista de Schindler (Schindler’s List, 1993) pasan por ser ejemplos de la reconstrucción de aquel horror, pero, por mucho, que logre impactar con sus imágenes, el impacto se queda en la superficie donde muchos espectadores sienten el horror y se lamentan. Pero, una mirada profunda, comprende que está ante una representación preparada para causar ese efecto. Mientras un documental como Shoah (1985) funciona de otro modo: busca formar parte del pensamiento de quien observa, que es donde quiere que el espectador realice su propia representación del horror a partir de las palabras de los entrevistados y de la evocación a la que remiten sus imágenes en tiempo presente. Claude Lezman no filma una reconstrucción física del pasado infernal de los campos. Otros muchos cineastas han intentado transmitir aquel momento, pero ninguno ha estado allí para desvelar lo más profundo del horror y del sufrimiento que se grabó no solo en un número en la epidermis de quienes lo sobrevivieron y quienes en él perecieron, sino bajo su piel. No se puede, ni siquiera quienes, tras sobrevirlo y regresar a la vida, lo describieron en libros. Y no se puede porque existe una parte que no se logra explicar, nuestra mente no es capaz o no puede serlo, porque darle explicación sería caer en él (creo recordar que fue Primo Levi quien lo dijo). Quizá sea mejor así, que no podamos, pero esto no implica olvidar ni dejar de advertir hasta qué extremos puede llegar esa parte diabólica que oculta el ser humano casi al lado de la celestial.
<<El mes pasado, uno de los crematorios de Birkenau ha sido hecho saltar por los aires. Ninguno de nosotros sabe (y tal vez no lo sepa nunca) cómo ha sido exactamente realizada la empresa: de habla del Sonderkommando del Kommando Espacial adscrito a las cámaras de gas y a los hornos, el cual viene siendo periódicamente exterminado, y que es mantenido escrupulosamente segregado del resto del campo. Lo que es cierto es que en Bikernau un centenar de hombres, de esclavos inermes y débiles como nosotros, han sacado de sí mismos la fuerza necesaria para actuar, para madurar los frutos de su odio.>>
Primo Levi: Si esto es un hombre (traducción de Pilar Gómez Bedate). Austral, Barcelona, 2018.
Una enésima representación de aquellos campos la realizó el húngaro László Nemes en El hijo de Saúl (Saul fia, 2015), que se decantó por hacerla desde su continuo uso del primer plano, centrado en el rostro de su protagonista, como queriendo acercar el horror desde la interioridad del personaje, de como él lo capta, pero el cineasta no hace más que superficializarlo. Queda clara su intención, pero resulta excesivamente redundante y, a la larga, logra que toda emoción resulte vacía. Recuerdo un buen uso continuado del primer plano en el Dreyer de La pasión de Juana de Arco (La passion de Jeanne d’Arc, 1928), en la que, acercando la cámara a su protagonista, el danés accedía a su idea del alma humana y, desde ella, a como se descubre el mundo interior y exterior de su sufrida protagonista. En el protagonista de Nemes no se da tal sensación, sino que, en su insistir en la concienciación del héroe, ante lo que tiene que hacer, rebelarse para ser un hombre, el cineasta no logra ir más allá de la representación forzada; quedando su intento por detrás de lo que otros cineastas evocaron antes en el cine documental —Alain Resnais en Noche y niebla (Nuit et brouillard, 1955) y Claude Lezman en Shoah— o representaron en la ficción —Steven Spielberg en La lista de Schindler, Costa-Gavras en Amén (2002) o Tim Blake Nelson en La zona gris (The Grey Zone, 2001)— y otros han realizado después, tal que Jonathan Glazer en La zona de interés (The Zone of Interest, 2023). Glazer logra un acercamiento diferente, una mirada en la que las elipsis del horror son fundamentales para hacerse una idea del infierno de Auschwitz desde la omisión, centrándose en la cotidianidad familiar del jefe del campo de concentración y exterminio; mientras que Nemes insiste en su intento de entrar en el alma de su personaje, en su estado de ánimo, en su pensamiento y, desde ese acercamiento íntimo y preparado para posicionar al espectador a la altura del protagonista —como si quisiera hacer que público sintiera y experimentase lo que aquel—, desvelar el horror a través de la experiencia de Saúl en un infierno de víctimas y verdugos…

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