miércoles, 10 de junio de 2020

La zona gris (2001)

<<En la cámara de gas del crematorio número 1 se acumulan los cadáveres. Los hombres del Sonderkommando ya han empezado a separar los cuerpos amontonados los unos sobre los otros. Llega hasta mi cuarto el sonido del ascensor y de las puertas. El trabajo sigue a un elevado ritmo. Hay que preparar rápidamente el crematorio 4, ya que ha sido anunciada la llegada de un segundo convoy. De repente entra en mi cuarto el responsable del Gaskommando. En un estado de máxima agitación me informa que de entre los cadáveres, al fondo de un cúmulo, ¡ha sido encontrada una mujer todavía con vida! Cojo inmediatamente el maletín del médico, que dejo siempre a mi lado, y me precipito a bajar a la cámara de gas...>>.1 Así recordaba, en sus memorias, el doctor Miklos Nyiszli su encuentro con la muchacha que les devuelve parte de la humanidad arrebatada durante su encierro en la zona gris a la que, a partir de su pieza teatral y parte de las memorias de Nyiszli, Tim Blake Nelson accede (o lo pretende) en este contundente descenso cinematográfico al infierno de los crematorios de los campos nazis.


<<La esconden, la calientan, le llevan caldo de carne, la interrogan: la chica tiene dieciséis años, no puede orientarse ni en el espacio ni en el tiempo, no sabe dónde está, ha recorrido sin entender nada la hilera del tren sellado, la brutal selección preliminar, la expoliación, la entrada en la cámara de donde nadie ha salido nunca vivo. No ha entendido nada, pero lo ha visto; por eso debe morir y los hombres de la Escuadra lo saben, como saben que ellos mismos morirán por la misma razón. Pero esos esclavos embrutecidos por el alcohol y por la matanza cotidiana se han transformado; delante de sí no tienen ya a una masa anónima, el río de gente espantada, atónita que baja de los vagones: lo que hay es una persona. [...] La piedad y la brutalidad pueden coexistir, en el mismo individuo y en el mismo momento, contra toda lógica; y, por otra parte, también la piedad escapa de la lógica. No hay proporción entre la piedad que experimentamos y la amplitud del dolor que suscita la piedad: una sola Anna Frank despierta más emoción que los millares que como ella sufrieron, pero cuya imagen ha quedado en la sombra. Tal vez deba de ser así; si pudiésemos y tuviésemos que experimentar los sufrimientos de todo el mundo no podríamos vivir. Puede que solo a los santos les esté concedido el terrible don de la compasión hacia mucha gente; a los sepultureros, a los de la Escuadra Especial y a nosotros mismos no nos queda, en el mejor de los casos, sino la compasión intermitente dirigida a los individuos singulares, al Mitmensch, al prójimo: al ser humano de carne y hueso que tenemos ante nosotros, al alcance de nuestros sentimientos que, providencialmente, son miopes>>

Primo Levi.2



Es frecuente y sencillo ser categórico cuando no se corre peligro o no se viven las situaciones de quienes se juzgan. Ahí, en la comodidad de hogares y tertulias, se asegura esto o aquello; y de verás que se quiere creer en promesas y sentencias de que será así, llegado el caso, pero, escéptico, asumo que noventa y nueve de cada cien veces decimos lo que consideramos correcto (quizá la mentira que nos protege y distancia del yo que no reconocemos o todavía no conocemos) y no la verdad y sus posibles implicaciones, como descubrir que no somos las hermosas criaturas que asumimos, presumimos y exteriorizamos ser. Uno de los prisioneros de La zona gris (The Grey Zone, 2001), Hoffman (David Arquette), forma parte de doceavo sonderkommando de Auschwitz y dice, escenas después de matar a golpes al hombre que se niega a entregarle el reloj mientras le increpa (y escupe) que colabora con los asesinos nazis, que <<nadie es capaz de saber qué hará por salvar la vida. La respuesta es cualquier cosa. Es tan fácil olvidar quien eras y quien no volverás a ser jamás>>. En ese instante, ante la adolescente que, milagrosamente, ha sobrevivido al gas, Hoffman, víctima y verdugo, se lamenta y se juzga. Es el único ser humano que puede hacerlo, al menos, con derecho a hacerlo, el único que puede juzgar con conocimiento los hechos que lo han destruido y lo han transformado en el ser irracional en quien ya no reconoce al hombre racional que entró en el campo, aquel hombre que fue despojado de su humanidad. Hay experiencias que nadie desearía conocer ni haber vivido, pero hubo a quienes sí les obligaron a hacerlo. Hoffman es uno de ellos, como también lo es la adolescente (Kamelia Grigorova) que sobrevive a la cámara de gas, Max (David Chandler) e incluso el doctor Nyiszli (Allan Corduner), ayudante de Mengele en sus trabajos "científicos". Tiempo atrás, no hubiesen imaginado hasta que punto el mundo, aquel que descubrirían y sufrirían en el campo de la muerte, había perdido su humanidad y provocaría la pérdida de la propia. Nadie, y nadie quiere decir sin excepciones, podría saber qué haría por y para sobrevivir en una situación donde elegir no es una opción. Despojados de sus nombres, de sus pertenencias materiales y espirituales, de sus seres cercanos y queridos, de su condición humana, se ven reducidos a un estado infrahumano, a vivir las distintas experiencias y condiciones que van dando forma a una realidad totalmente distinta, una que no permite posicionarse o escoger entre el bien y el mal, ni sentirse a salvo ni justos. Son los grises que, a riesgo de mirar el horror cara a cara, en condiciones normales no queremos o no podemos ver porque deseamos creer en la fantasía de una humanidad solidaria, justa, generosa y protectora con sus miembros. En Los hundidos y los salvados, Levi cuenta parte de la experiencia del doctor Miklos Nyiszli y de la “zona gris”, un espacio más intangible que físico, cuya frontera no se define sino con innumerables, y todas ellas confusas, tantas como individuos habitaban en el Lager, donde ningún juicio puede corresponder a los juicios del mundo mínimamente civilizado y humano. Este espacio, esta <<zona gris, de contornos mal definidos, que separa y une al mismo tiempo a los dos bandos de patrones y de siervos>>,3 es el recreado por Tim Blake Nelson en La zona gris o por László Nemes en El hijo de Saúl (Saul fia, 2015), por citar dos ejemplos que dan protagonismo a los hechos de los que apenas nadie fue testigo, al menos testigos que vivieran para contar que el infierno existía dentro y fuera de los cuerpos de las víctimas de <<esa zona de ambigüedad que irradia de los regímenes fundados en el terror y la sumisión>>.4

1.Nyiszli, M: Fui asistente del doctor Mengele (traducción Diego Audero Bottero). Oswiecim, 2008

2,3,4.Levi, P: Trilogía de Auschwitz. Los hundidos y los salvados (traducción Pilar Gómez Bedate). Austral, Barcelona, 2017

No hay comentarios:

Publicar un comentario